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6.0
1,195
20 de agosto de 2012
20 de agosto de 2012
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
De Kafka conocemos su “Metamorfosis”. Todo el mundo habla de este escritor habiendo leído un texto de apenas ciento cuarenta páginas, y tienen el valor de considerarlo su obra cúspide. La Metamorfosis tan sólo es la breve introducción a la composición y temática kafkianas. Un bello y oscuro cuento, de múltiples lecturas y profundidad devastadora, pero limitado en su extensión. Kafka siempre aspiró a más, mucho más.
“El Castillo” es, probablemente, la mejor creación literaria de este escritor checo junto con otra de sus novelas, “El Proceso”, ambas incompletas. Murió antes de concluirlas, con lo que su legado permanecerá por siempre inacabado. A Kafka nunca le satisfizo su creación: llegó a pedir que todos sus cuadernos fuesen quemados antes de su muerte. Afortunadamente, su amigo y editor, Max Brod, tuvo el buen juicio de conservar y publicar lo que se convertiría en un legado de inigualable calidad literaria y artística, así como una feroz crítica a los sistemas totalitarios y al sinsentido de la megalómana figura de un Estado invisible, intangible y absolutamente opresor.
¿Cómo se puede adaptar una novela incompleta, cuyo final es brusco, áspero, interrumpido por el grave latido de una muerte precipitada? Más aún, ¿cómo puede adaptarse una obra que se encuentra lejos de ser culminada, tal vez muy lejos, imbricada en el infinito tejido de posibilidades que Kafka pudo entretejer? La respuesta es evidente: resulta del todo imposible trasladar al celuloide una obra así. O casi.
Orson Welles adaptó “El Proceso” en 1962 con la maestría absoluta de un director irrepetible. Sin embargo, debemos reseñar que, a pesar de hallarse incompleta, esta novela guardaba un as en la manga: el final ya estaba escrito. Kafka configuraba sus novelas con un minuciosidad obsesiva y cierto esquematismo cartesiano que le permitía escribir los capítulos de sus obras de forma azarosa: el orden y discurrir de los acontecimientos se encontraba perfectamente organizado gracias a una estudiada y pormenorizada arquitectura mental. La historia, trenzada por completo, afloraba siguiendo los patrones fijados por su autor. ¿Qué importaba si del capítulo séptimo saltaba a escribir el cuarto? Kafka escribía los capítulos de sus novelas salteados, y cada uno de ellos guarda un propósito individual o encierra una enigmática historia. Cada segmento de sus novelas contiene un mensaje que bien puede ser interpretado de forma independiente, a pesar de encontrarse intrínsecamente ligado a los demás.
(Sigo en Spoiler por falta de espacio).
“El Castillo” es, probablemente, la mejor creación literaria de este escritor checo junto con otra de sus novelas, “El Proceso”, ambas incompletas. Murió antes de concluirlas, con lo que su legado permanecerá por siempre inacabado. A Kafka nunca le satisfizo su creación: llegó a pedir que todos sus cuadernos fuesen quemados antes de su muerte. Afortunadamente, su amigo y editor, Max Brod, tuvo el buen juicio de conservar y publicar lo que se convertiría en un legado de inigualable calidad literaria y artística, así como una feroz crítica a los sistemas totalitarios y al sinsentido de la megalómana figura de un Estado invisible, intangible y absolutamente opresor.
¿Cómo se puede adaptar una novela incompleta, cuyo final es brusco, áspero, interrumpido por el grave latido de una muerte precipitada? Más aún, ¿cómo puede adaptarse una obra que se encuentra lejos de ser culminada, tal vez muy lejos, imbricada en el infinito tejido de posibilidades que Kafka pudo entretejer? La respuesta es evidente: resulta del todo imposible trasladar al celuloide una obra así. O casi.
Orson Welles adaptó “El Proceso” en 1962 con la maestría absoluta de un director irrepetible. Sin embargo, debemos reseñar que, a pesar de hallarse incompleta, esta novela guardaba un as en la manga: el final ya estaba escrito. Kafka configuraba sus novelas con un minuciosidad obsesiva y cierto esquematismo cartesiano que le permitía escribir los capítulos de sus obras de forma azarosa: el orden y discurrir de los acontecimientos se encontraba perfectamente organizado gracias a una estudiada y pormenorizada arquitectura mental. La historia, trenzada por completo, afloraba siguiendo los patrones fijados por su autor. ¿Qué importaba si del capítulo séptimo saltaba a escribir el cuarto? Kafka escribía los capítulos de sus novelas salteados, y cada uno de ellos guarda un propósito individual o encierra una enigmática historia. Cada segmento de sus novelas contiene un mensaje que bien puede ser interpretado de forma independiente, a pesar de encontrarse intrínsecamente ligado a los demás.
(Sigo en Spoiler por falta de espacio).
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Por su parte, Haneke lo tenía más difícil. Kafka no escribió desenlace alguno en “El Castillo”. Sin broche final, la novela debe abordarse incidiendo en su pormenorizado estudio de unos personajes encerrados, en los motivos que inducen sus pensamientos, reacciones y pesares y en el opresivo mandato tiránico ejercido por las invisibles autoridades de un castillo que jamás se nos muestra en pantalla. Haneke tampoco puede trasladar a su obra la profundidad en las acciones y porqués del comportamiento de sus protagonistas, y huelga decir que las dos horas de duración de la cinta se quedan cortas para un libro tan vasto y complejo. Tampoco es capaz de retratar lo opresivo del entorno, y ni tan siquiera el séquito de personajes –empezando por K., su protagonista- alcanzan las cotas de sus referencias kafkianas, con la excepción de Susane Lotar, cuyo atormentado personaje borda.
Sin embargo, es preciso romper una lanza a favor de la ambición de su director, pues “El Castillo” podría funcionar mejor como extensa obra de teatro, y sin embargo el resultado final en celuloide no es del todo negativo: se parece –y mucho- al original impreso, y aunque nunca alcance su nivel, cualquier intento de trasladar una obra clásica al cine, siempre que se realice con respeto y fidelidad (y aquí Haneke intenta ser fiel hasta la médula, con todas sus consecuencias), merece un respeto y la consideración –es decir, el visionado- de todo espectador.
no tiene final alguno escrito. Haneke le echó valor al intentarlo. Y, ciertamente, ha conseguido una traducción notable de su referencia escrita. Sin incidir en tanto detalle y simplificando en algunos puntos su colección de sesudos diálogos, El Castillo de Haneke sufre las premisas por las que se elevaba la composición kafkiana.
Sin embargo, es preciso romper una lanza a favor de la ambición de su director, pues “El Castillo” podría funcionar mejor como extensa obra de teatro, y sin embargo el resultado final en celuloide no es del todo negativo: se parece –y mucho- al original impreso, y aunque nunca alcance su nivel, cualquier intento de trasladar una obra clásica al cine, siempre que se realice con respeto y fidelidad (y aquí Haneke intenta ser fiel hasta la médula, con todas sus consecuencias), merece un respeto y la consideración –es decir, el visionado- de todo espectador.
no tiene final alguno escrito. Haneke le echó valor al intentarlo. Y, ciertamente, ha conseguido una traducción notable de su referencia escrita. Sin incidir en tanto detalle y simplificando en algunos puntos su colección de sesudos diálogos, El Castillo de Haneke sufre las premisas por las que se elevaba la composición kafkiana.