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España España · Madrid
Voto de sswango:
3
Drama Narra una serie de reencuentros en la vida de Salvador Mallo, un director de cine en su ocaso. Algunos de ellos físicos, y otros recordados, como su infancia en los años 60, cuando emigró con sus padres a Paterna, un pueblo de Valencia, en busca de prosperidad, así como el primer deseo, su primer amor adulto ya en el Madrid de los 80, el dolor de la ruptura de este amor cuando todavía estaba vivo y palpitante, la escritura como única ... [+]
31 de marzo de 2019
114 de 160 usuarios han encontrado esta crítica útil
Llevo varios años con la sensación de que durante toda su filmografía, Almodóvar se ha dedicado a contar lo mismo una y otra vez. Podría decirse que sus películas son un conjunto de lugares comunes en donde, a veces, su discurso consigue desarrollarse con más o menos acierto. Tras años como espectador considero que poco tiene ya que decir. Que sus incansables traumas, anhelos y desamparos se han plasmado en la pantalla durante décadas hasta perder el ritmo y la frescura.
Almodóvar, como director, ha sido siempre incapaz de vivir varias vidas, poder del que suelen gozar los creadores. Aún así, siempre es posible aplicar la teoría de que si la rueda gira, no hay motivos para cambiarla. Y creo que esa es la razón por la que los espectadores de fidelidad irregular, siguen acudiendo a escuchar al director manchego. En mi caso, siempre he tenido predilección por los personajes abandonados y ahogados por la soledad, sentimiento arraigado a sus coloridas obras.
Podría decirse que Dolor y Gloria es como el gazpacho que tanto gustaba a Iván en Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios y que Pepa preparaba con resentimiento. Son los ingredientes de siempre, ya tan familiares y fácilmente reconocibles después de veinte años. Pero ésta vez el director no los camufla bajo la tragedia de alguna dama dolida, ahora es él el protagonista. Y esto no hace si no que me acuerde de que aquel gazpacho elaborado durante la edad de oro de su filmografía contenía una caja entera de ansiolíticos. Y languidezco yo, y languidecemos algunos espectadores más, cerrando nuestros ojitos e incluso dejando escapar algún ronquido furtivo en la oscuridad. A ninguno parece importarnos el desazón que persigue a un personaje grisáceo y triste. No hay sentimiento, no hay sabor. Solo un regusto amargo, autocomplaciente, e indudablemente agotado.
sswango
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