Imposible no ponerse del lado del hombre de Laramie, e imposible no pensar que cayó justo en el lugar equivocado en el momento más inoportuno. Conociendo los westerns y las temáticas que estos desarrollan, El hombre...no toma como foco principal la construcción de la identidad del héroe dentro de un entorno hostil. Más bien todo lo contrario, es ese mismo prota quien debe ir construyendo lo que los demás van destruyendo a su alrededor. Parece curioso, pero él se comporta como si amara más a ese pueblo al que llegó por primera vez que todos los que allí habitaban.
Desde luego, llega allí por una razón, una supuesta venganza, pero la peli no tarda en dar a entender que el asunto no pasa por ahí, que es algo que deberá tratarse tarde o temprano pero que no copará el centro del asunto. Sujeto con una identidad ya prestablecida mucho antes de llegar a dicho pueblo, el prota se comporta más como un enviado del destino (recordemos los sueños del dueño del pueblo) que como un mero justiciero. Y tal rótulo no parece molestarle, es un tío que echa raíces muy rápido, y todos lo sienten como tal.

Dirigida con una sobriedad y lucidéz envidiables,con diálogos plagados de madurez emocional, con gestos que arman la escena y el pulso dramático sin necesidad de palabras, El hombre de Laramie es un western clásico de esos que dan volumen al género que representan.