Escrito así porque va de menor a mayor, Piraña no es Tiburón, que vá, aquí no hay suspenso que valga. Desde el nombre mismo y por el director que manejamos valga la redundancia de decir que estamos ante una peli cachonda hasta el paroxismo, penitente hasta la blasfemia y profunda, muy profunda, casi rozando el efectismo más sensacionalista.

En Piraña todo se castiga: culos y tetas, penes y bultos varios son carne de cañón para esos bichejos. El mensaje es claro: disfrutá del cachondeo porque se termina, el sexo pasa a ser pura excitación, la excitación pura violencia, y la violencia sera el ingrediente final de esta peli primaria como los instintos más básicos. Colorida, exagerada, inverosímil hasta la hostia, aún así hay que destacar el placer perverso de la cámara/ojo que nos devuelve esas imágenes. Los planos submarinos son casi documentales, pero este dato poco aporta al dispositivo ficcional que los mantiene.

A mi gusto, el final es precipitado, pero va al tono de toda la peli: una obra imperfecta, divertida y caótica, plagada de secuencias innecesarias, todas ellas para el mero disfrute morboso del espectador de turno.