Se hace complicado elaborar una crítica de una película como esta. No exagero si afirmo que difícilmente en lo que queda de año, y estamos en el mes de abril, tendré la oportunidad de ver una película más aburrida. Su director, Jacques Rivette, de un reconocido prestigio que no voy a poner en duda, firma el que según parece será su testamento cinematográfico, y a buena fe que el octogenario cineasta se ha quedado descansado.

No hay mucho que comentar puesto que a esta ¿película? no hay por donde cogerla. La historia que pretende explicar es absurda, el guión penoso, por no decir inexistente y las interpretaciones no son nada del otro mundo, aunque hay que decir en defensa de los actores que cuesta mucho defender unos papeles tan poco proclives al lucimiento como los que les toca representar.

Un ejemplo claro de cine sin sentido que eleva lo absurdo a la categoría de arte. Un verdadero tour de force para el sufrido espectador que bastante hará con sobrepasar los primeros quince minutos de metraje sin haber caído rendido en el más plácido de los sueños.