Meirelles logra transportarnos durante dos horas a uno de los barrios más pobres de Río de Janeiro: Ciudad de Dios, un lugar en el que la violencia es algo relativamente cotidiano. Y de esta manera nos adentramos en personajes que viven desde dentro la violencia, algunos como Ze Roberto ejerciéndola sin remordimiento alguno sobre niños e indefensos con fin de lucrarse, ser respetado o, sencillamente, divertirse; y otros como Buscapé siendo testigo de la tremenda barbarie. Y es que se trata de una naturaleza aplastante, para nada efectista ni melodramático, en el que las situaciones por sí solas sirven para impactarnos.