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España España · Barcelona
Voto de Juan Poz:
5
Drama Cuando Julieta está a punto de abandonar Madrid para irse a vivir a Portugal, se encuentra por casualidad con Bea, una antigua amiga de su hija Antía, a la que no ve ni sabe nada desde hace años. Bea le cuenta que vio a Antía en el lago Como, en Italia, y que tiene 3 hijos. Aturdida por la noticia, Julieta cancela su viaje a Portugal y decide escribir sobre su hija, desde el día en que conoció a su padre durante un viaje en tren... ... [+]
20 de abril de 2016
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me temo que los críticos nos vamos a dividir en posiciones extremas y enfrentadas: la de quienes se “creen” el melodrama retórico de Pedro Almodóvar, Julieta, y la de a quienes les es imposible “creérselo” por el hiperbólico nivel de artificiosidad y amaneramiento de quien, tras Los amantes pasajeros, quiere “contenerse” para darnos el dolor en carne y nervio vivos, pretendiendo que los espectadores hagan ojos ciegos y oídos sordos a cuantos elementos chirrían en la historia, que no son pocos… Vaya por delante que la película tiene cara y ojos, esto es, que, al inspirarse en cuentos de una autora tan reconocida como Alice Munro, la historia, con sus más y sus menos (más menos que más) en la traducción fílmica, tiene un esqueleto digno de tenerse en cuenta, máxime si, por esta vez, Almodóvar ha tenido el detalle de abstenerse, y ha hecho bien, de introducir sus esperpentos congénitos, aunque la rebequiana criada del “pescador” (que esa es otra, la figura del “pescador”, en punto a un concepto tan antiguo como el decoro, y su principal efecto, la verosimilitud) los roza. Construida la película con vieja estructura de melodrama en que se ha de indagar sobre el porqué de la tragedia en que vive instalada la protagonista, una Emma Suárez a quien ningún favor interpretativo le hace salir tan demacrada como Carmen Maura en Volver, y a quien el dolor no solo no le da tregua para ampliar el campo de registros, sino que, como en el encuentro callejero con la amiga íntima de su hija, le entorpece un normal desenvolvimiento de sus acreditados recursos como la fantástica actriz que es, tanto que incluso Michelle Jenner se la merienda interpretativamente, por reducido que sea su papel, en dos escenas que comparten. La historia se construye como un flash-back que se va interrumpiendo, al hilo de la decisión de la madre de contarle por escrito su vida a la hija que, tras la muerte del marido y del padre, respectivamente, decidió un buen día, después de un retiro espiritual en la sierra, romper toda relación con la madre. Hasta el final no se sabrán los motivos, que no revelo porque el hecho de que la película sea un repertorio de conocidos recursos de Almodóvar, tanto en los planos como en la ausencia radical de natural espontaneidad de los personajes, no conlleva que les chafe la sorpresa a quienes disfruten de la película, que los habrá, o a quienes, como en mi caso, crean que Almodóvar siempre merece que se le conceda otra oportunidad, como a Woody Allen, salvando las distancias. Lo bueno de la película, ya digo, es la coherencia de la historia, muy real, pero no filmada “como la vida misma”, que es de lo que me quejo. Julieta tiene serios problemas de fluidez, la historia se va contando a trancos morosos (admítaseme esta variación del festina lente) y entre unos y otros, a pesar de los aciertos innegables de interpretación en algunos de ellos, como las dos jóvenes actrices que bordan la época adolescente de la hija de Julieta, no hay engarces que le permitan a la película fluir con naturalidad. Ese mal, la ausencia de la naturalidad, sustituida por un cultivo desmesurado del artificio, que se plasma en la puesta en escena, en la que se buscan bellezas simbólicas que se desentienden de la narración de la historia, como la presencia hermosísima del ciervo junto al tren preludiando la cabalgata del deseo, o el naturalismo feísta y como en descomposición del autorretrato de Lucien Freud como “telón de fondo” del drama de la protagonista, lastran la narratividad y rompen el decoro; pero aún más lo transgrede la concepción “forzada” de los personajes: sus profesiones, sus nombres, ese “Suan” casi proustiano tan ridículo, el rebuscamiento galleguista del Antía, una variación nacionalista, se me antoja, de las Jennifer proletarias, o la ausencia de cualquier tipo de emoción básica en la relación familiar de Julieta con sus padres, unas escenas tan afectadas como las manidas comidas campestres de no pocas películas españolas de tema rural, la deplorable clase de “Literatura clásica”, una asignatura inexistente como tal, en una escena que causa rubor ajeno en los miembros de la profesión docente, por breve que sea el simulacro de clase molona. De siempre el cine de Almodóvar y la naturalidad han estado reñidos, porque su discurso fílmico ha querido ser el de la transgresión del realismo tradicional, de ahí que cuando quiera ajustarse a él, realmente no sepa cómo hacerlo: le pierde el artificio, la afectación, la impostura. La historia que se narra tiene entidad y el dolor del que se habla sí que es un dolor real, como bien sabrán quienes lo hayan experimentado, que oportunidades para ello la vida siempre te concede, pero los subrayados musicales de la banda sonora de Alberto Iglesias, por ejemplo, se acercan más a las películas de terror que al drama sentimental, con su pesada lobreguez, lo que genera un equívoco y un desajuste que también afecta a la película. De hecho, buena parte de la emotividad recae más en el “abuso” de la banda sonora que en la interpretación de Emma Suárez, quien no acaba de empatizar lo suficiente con el personaje como para transmitir ese poso sufriente que le ha amargado la vida. A título de anécdota, para que se vean esos “desajustes” indecorosos a los que me refiero, no puede concebirse que la escultura de Ava que coge la Julieta joven le pese tanto que casi no pueda con ella con las dos manos, lo que recalca oralmente, y que la Julieta mayor la coja como si fuera una pluma y la mueva sin esfuerzo alguno. Es una anécdota que no permite fundar un juicio, pero muchas de las películas de Almodóvar están llenos de esos fiascos que hacen muy difícil “creérselas”, excepto que se acepten las transgresiones del realismo y no pretenda ya ofrecernos una película clásica, sino el sello particular de la movida de sus orígenes: ahí se crece, o se pierde, claro.
Juan Poz
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