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España España · Barcelona
Voto de Juan Poz:
8
Drama. Bélico Huyendo de la guerra civil que asola su país, Jan y Eva Rosenberg, dos músicos, se van a vivir a una isla, completamente apartados del mundo. Llevan una vida sencilla y apacible, preocupados únicamente por la música. Hasta que un día llegan unos soldados y todo cambia radicalmente. La pareja es arrestada bajo la acusación de colaborar con las fuerzas rebeldes. Al frente de la unidad militar que tiene la misión de defender la isla está ... [+]
22 de enero de 2017
1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película desoladora sobre lo peor de la condición humana en tiempos adversos, como el de la guerra y la consiguiente abolición de los principios éticos y el desarrollo todopoderoso del instinto de supervivencia. Una pareja que vive en una isla, alejados del conflicto que enfrente a las fuerzas gubernamentales contra los guerrilleros en una guerra civil, sin más especificación espaciotemporal que la de producirse en un país nórdico, se dedica a las labores agrícolas y vive de ellas, después de haber abandonado sus respectivos trabajos como músicos y haberse “exiliado” a la pequeña isla para huir de los efectos devastadores de la guerra civil. Cuando comienza la película, en modo alguno parece que ambos jóvenes (dos monumentales actuaciones de Liv Ullmann y Max von Sydow, propias de dos auténticos genios de la interpretación) no sean sino lo que son una pareja con una convivencia sembrada de dificultades por dos personalidades que se marcan nítidamente desde el comienzo de la historia: ella, impulsiva, sociable y solidaria; él, acomplejado, retraído, cobarde y débil. No parece que haya sintonía alguna entre ellos, aunque, de alguna forma, ambos asumen que su unión es lo único real, defectos incluidos, en medio de una situación social que enseguida va a trasladarse del continente a la isla, porque llegan los soldados y comienza la represión de a quienes, con pruebas falsas, como en el caso de la protagonista, se les acusa de colaborar con la guerrilla. Los espectadores, desasosegados por la deliberada falta de información que hurta el guion, y obligados a vivir la situación desde el exclusivo punto de vista de la pareja, queriéndolo o no, se verán inmersos en los horrores e injusticias flagrantes de una situación en que el poder de la fuerza se erige como única instancia “legal”. La suerte del matrimonio es que el representante del gobierno, quien ejerce las funciones de máxima autoridad en la isla mientras los soldados la ocupan, es conocido suyo y han tocado juntos en no pocas veladas, como se nos había mostrado en un plano anterior a la detención de la pareja. Ello permite que puedan ser puestos en libertad y que reanuden su vida, si bien marcada, desde entonces, por la insistente presencia de la autoridad en casa de ambos para seducir a la mujer. A medida que se deteriora la convivencia en la pareja, y cuando la situación bélica da un cambio radical, porque los guerrilleros se adueñan de la isla y comienzan su propia represión, la autoridad consigue acostarse con la protagonista, a cambio de lo cual, le deja en herencia una pequeña fortuna que será, descubierta por el marido, quien rápidamente ata cabos, y más aún después de verlos juntos en el invernadero donde ella decidió que se acostaran, no en la casa, se apropia de los dineros y, cuando llegan los milicianos, que buscan también el dinero del jerarca, se produce una escena de inmensa densidad dramática en la que el protagonista será obligado por los milicianos a acabar con el jerarca para demostrar que ellos no son “colaboracionistas”. Destrozada la casa y después de que el protagonista acabe disparando, más por venganza pasional que por otra cosa, aunque la relación amorosa entre ambos protagonistas ya no existe, y simplemente siguen juntos como estrategia de supervivencia, los milicianos se van y ellos quedan solos, viviendo en el invernadero, a la espera de poder salir de esa isla-prisión en la que están confinados para regresar vía marítima al continente. A medida que la situación se deteriora, el protagonista acentúa su lado despiadado y ella lo acompaña únicamente porque sus posibilidades de sobrevivir solas son menores que en su compañía., aunque esta le provoque un horror y un asco infinitos. Enterado por un soldado desertor, apenas un crío, a quien acaba matando, entre otras cosas para apropiarse de sus excelentes botas militares, de que saldrá una embarcación en los próximos días con destino al continente, ambos esposos llegan, finalmente, a la playa donde, en un bote que en nada se diferencia de los que llevan en nuestros días a los refugiados a través del Mediterráneo, acaban usando la fortuna para poder subirse a él y viajar con el resto de los pasajeros hacia un destino absolutamente incierto, porque, y ese final sí que resulta totalmente desolador, los viajeros quedan abandonados a su suerte y varados entre decenas de cadáveres flotando en el mar que el protagonista pretende apartar del rumbo de la barcaza con el bichero, sin demasiado éxito. La imagen, cuando la cámara se va alejando, y se ve a lo lejos aquel punto perdido en el mar, no puede ser más actual ni trágica ni triste, porque acaso miles de vidas humanas se han perdido de forma idéntica en las aguas del Mediterráneo en ese negocio mafioso de la inmigración ilegal. La película tiene una potencia visual asombrosa, y a ello contribuye la fotografía de un genio de la especialidad como es Sven Nykvist, cuyo espléndido historial es innecesario recordar para los aficionados al cine, sobre todo porque su asociación con Bergman fue de tal naturaleza que costaría mucho discernir qué parte de mérito tiene cada cual en la realización de tantas películas inolvidables del director sueco, pero recordemos, en todo caso, que también trabajó con Woody Allen, quien se ha confesado siempre admirador incondicional del cine de Bergman, y lo hizo, además, en una de sus mejores películas, Delitos y faltas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Juan Poz
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