"Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos". Este breve fragmento de la inmortal prosa poética de Juan Ramón Jiménez, nos puede servir para hablar de la cinta de Vignal.
Porque se trata, sí, de una comedia no muy larga, amable, suave, algodonosa, que transcurre mansamente por los bellísimos caminos del macizo Central francés, con sus alojamientos rurales y su turismo de mochila que se lleva algún que otro pellizquito.
Pero tiene huesos, tiene un guion consistente que una vez más muestra que lo importante no es el final, una incógnita casi siempre, sino que el meollo está en el propio camino.
No es la misma la Antoinette (Calamy) que sale a andar, que la que llega a su destino. Hay una maduración y una reflexión que solo puede proporcionar la andadura.
En este caso concreto con la ayuda inestimable de Patrick, su buen Platero, ese burro bueno que pacientemente escucha todas sus cuitas.
La realización nos presenta un montón de personajes que, como en cualquier camino, se cruzan y se entrecruzan dejando cada uno un recuerdo o una anécdota más o menos ligera. Mucha gente que va y que viene por la vida buscando cada uno algo que no acaba de encontrar.
Comedia francesa, comedia amable, humor agridulce con sus notas melancólicas. Como la vida misma.
Buena, recomendable.