Ir al cine a ver una de Tarantino se ha convertido en un ejercicio de masturbación que sobrepasa el mero acto de visionar una película. Sabes lo que te vas a encontrar, vas porque te gusta y te gusta porque mola. Formas parte de una gran comunidad de conformistas agitándose al ritmo de las puyas lenguaraces.

El interés por disfrutar de una buena historia, personajes memorables o secuencias emocionantes hace mucho que quedó relegado a un segundo plano (desde 1994 concretamente): el deleite está en encontrar las características definitorias del cine de Quentin, reconocerlo como suyo y aplaudirlo por constante. Por supuesto todas nuestras expectativas se ven colmadas, pues la película ¡Es de Tarantino! Sorpresa.

¿Qué importa que una premisa interesante desvaríe en una orgía de tiros a ritmo de música rap, qué más da que cruce la línea entre lo desenfadado y lo vergonzoso, que nos hayan colado la misma película que hace 3 años cambiando vestuario y decorados? Lo importante son los guiños a películas que sólo ha visto Quentin -"como controla el tío, la ostia"-, los diálogos afiladísimos, la selección musical y las tripas decorando las paredes.

- ¿Por qué la gente nos mira así?
- Nunca vieron el pene de un negro montando a caballo.

Puto Tarantino, está to loco.