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España España · Castellvell del Camp
Voto de Jordirozsa:
6
Terror. Ciencia ficción Un autobús escolar cargado de pequeños escolares, al regresar de una excursión, atraviesa una nube de residuos tóxicos de una central nuclear cercana. Cuando el autobús no regresa, una de las madres sale en su busca, encontrándose el autobus volcado, al conductor extrañamente quemado y a los niños jugando despreocupados entre las tumbas.. la pesadilla no ha hecho más que empezar. (FILMAFFINITY)
8 de noviembre de 2023
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La película «The Children» (1980), dirigida por Max Kalmanowicz, destila una estética y una calidad cinematográfica que podrían considerarse incluso anteriores a mediados de los años 70. Esto se debe a que, aunque en la penúltima década del siglo XX el celuloide ya había experimentado una transformación, no fue de manera tan uniforme como ocurre en la actualidad. Además, hay que tener en cuenta que estamos ante una producción con un presupuesto, publicidad y distribución limitados.
Nos encontramos ante una curiosa y algo original caracterización de niños malvados. La película se puede describir como un cóctel de zombies tóxicos y endemoniados, con una maldad evidente y una peculiaridad destacable: tienen la capacidad de dejar literalmente abrasado a quien se detenga a recibir el abrazo que tanto ansían dar. El guion no pierde tiempo en cortesías introductorias y, tras esforzarse en aclarar el contexto de una nube tóxica proveniente de una planta química que envuelve la carretera, afectando a un autobús escolar, coloca a sus pequeños monstruos en acción para que hagan de las suyas con cualquier adulto que encuentren.

En cuanto a la factura técnica, se sitúa en la línea de las películas de serie B de la época, con un notable contraste en términos de calidad y compromiso profesional en sus diferentes áreas.

La cinematografía, destacando la habilidad y las cualidades narrativas de Barry Adams detrás de la cámara, junto con la acertada banda sonora de Harry Manfredini, que evoca las esencias de los grandes clásicos del terror y del cine en general, constituyen puntos fuertes de la película. Estos elementos bien ejecutados se acompañan de efectos especiales y una ambientación que, a pesar de los limitados recursos tecnológicos de la época, podrían haber sido más refinados. No obstante, el diseño de producción cumple su cometido en la mayoría de las escenas, creando espacios convincentes que facilitan la inmersión del espectador en la acción y contribuyen eficazmente al desarrollo de una trama sencilla.
El argumento se despliega y evoluciona con modestia y se concreta en un guion de Carlton J. Albright y Edward Terry. A pesar de que el clímax presenta ciertos aspectos confusos o ambiguos, principalmente en la resolución de la historia, el guion logra dar forma y concluir satisfactoriamente la premisa básica con la que cuenta la producción para llevar a cabo y presentar la película.

Los actores adultos, bastante desconocidos por su escasa presencia en pantalla, demuestran, no obstante, un saber hacer, ser y estar delante de la cámara que contribuye a la dignificación de un producto que, por su naturaleza, podría haber decaído hacia lo más vulgar y chabacano de su género. La implicación, el carisma, la habilidad y la profesionalidad de los intérpretes —entre los cuales podríamos incluir al único niño no zombificado, hijo de la pareja protagonista— otorgan una verosimilitud al producto final que contrasta, por ejemplo, con otros elementos más torpes y caricaturescos, como pueden ser los movimientos de los niños tóxicos, su maquillaje y la forma de planear y proceder a su eliminación.
No hay nada más absurdo que intentar entender por qué hay que cortarles las manos para eliminarlos, y no sabemos si debemos tomarnos eso realmente en serio. Al menos, la película consigue que lo hagamos.

También cabría la posibilidad de que se tratase de algo conscientemente burlesco, con el fin de aportar un leve toque de humor y distanciamiento del núcleo más duro del terror que pueda inspirar la cinta. Según un artículo de «Var News», en un artículo del 15 de octubre de 1980, desde el lanzamiento el 26 de septiembre del mismo año, la recaudación doméstica había ascendido hasta los 7 millones de dólares.
La película en sí misma supone una crítica social y familiar, subyacente a los contenidos que se van desarrollando en la misma. Detrás de la historia de «The Children», como bien se encarga de recordarnos su título y bajo el denominador común de todas las películas del subgénero, se encuentra la transformación de la inocencia y la pureza de la infancia en objetos de horror, desgracia y hasta purgación. Pero en la retahíla de títulos que podríamos listar, «The Children» sobresale por su sustrato de la ancestral y germinal temática que instrumentaliza la figura del niño como agente o médium de la expiación del adulto, por la comisión de faltas, tropiezos, delitos... en definitiva, pecados.

Recordemos la incrustada sentencia: «Los hijos lavarán con su sangre los pecados u ofensas de sus padres», instituyéndose de este modo un estatus cultural que implica que los más pequeños tengan que pagar las consecuencias de los desacatos y fechorías de sus progenitores. Tomemos debida cuenta de ello en la archiconocida historia del flautista de Hamelín, cuya esencia temática han heredado muchas de esas películas de niños terroríficos. De hecho, entre las variopintas y múltiples versiones, está aquella que termina con que los niños son liberados por el flautista, y se cobran su venganza liquidando a los adultos de su pueblo por ser mentirosos, avaros y desleales.

En el caso de «The Children», el pecado de los adultos no es otro que la negligencia en la gestión de sustancias químicas en una planta, sustancias tóxicas ya sea para las personas, los animales o el resto de la madre naturaleza. La militancia en este sector ya transitaba por las viñas del Señor en las épocas en las que «The Children» fue rodada, algo bien sabido por un servidor y los de su quinta. Es necesario comentar este aspecto, sobre todo porque a no pocos les encanta la sopa de ajo. Pues bien, actualmente, a estas alturas de la liga, el tema se ha manoseado tanto que resbala y patina en nuestras ya «vaselinizadas» conciencias.
Son los niños, los encargados de asumir el rol de augurios o profetas. El mensaje es claro: «esto es lo que habéis hecho al planeta. Ya no solo perderéis a vuestros retoños, sino que ellos serán al mismo tiempo vuestros verdugos».
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jordirozsa
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