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Voto de Jordirozsa:
6
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4.5
303
Terror. Ciencia ficción
Un autobús escolar cargado de pequeños escolares, al regresar de una excursión, atraviesa una nube de residuos tóxicos de una central nuclear cercana. Cuando el autobús no regresa, una de las madres sale en su busca, encontrándose el autobus volcado, al conductor extrañamente quemado y a los niños jugando despreocupados entre las tumbas.. la pesadilla no ha hecho más que empezar. (FILMAFFINITY)
8 de noviembre de 2023
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La película «The Children» (1980), dirigida por Max Kalmanowicz, destila una estética y una calidad cinematográfica que podrían considerarse incluso anteriores a mediados de los años 70. Esto se debe a que, aunque en la penúltima década del siglo XX el celuloide ya había experimentado una transformación, no fue de manera tan uniforme como ocurre en la actualidad. Además, hay que tener en cuenta que estamos ante una producción con un presupuesto, publicidad y distribución limitados.
Nos encontramos ante una curiosa y algo original caracterización de niños malvados. La película se puede describir como un cóctel de zombies tóxicos y endemoniados, con una maldad evidente y una peculiaridad destacable: tienen la capacidad de dejar literalmente abrasado a quien se detenga a recibir el abrazo que tanto ansían dar. El guion no pierde tiempo en cortesías introductorias y, tras esforzarse en aclarar el contexto de una nube tóxica proveniente de una planta química que envuelve la carretera, afectando a un autobús escolar, coloca a sus pequeños monstruos en acción para que hagan de las suyas con cualquier adulto que encuentren.
En cuanto a la factura técnica, se sitúa en la línea de las películas de serie B de la época, con un notable contraste en términos de calidad y compromiso profesional en sus diferentes áreas.
La cinematografía, destacando la habilidad y las cualidades narrativas de Barry Adams detrás de la cámara, junto con la acertada banda sonora de Harry Manfredini, que evoca las esencias de los grandes clásicos del terror y del cine en general, constituyen puntos fuertes de la película. Estos elementos bien ejecutados se acompañan de efectos especiales y una ambientación que, a pesar de los limitados recursos tecnológicos de la época, podrían haber sido más refinados. No obstante, el diseño de producción cumple su cometido en la mayoría de las escenas, creando espacios convincentes que facilitan la inmersión del espectador en la acción y contribuyen eficazmente al desarrollo de una trama sencilla.
El argumento se despliega y evoluciona con modestia y se concreta en un guion de Carlton J. Albright y Edward Terry. A pesar de que el clímax presenta ciertos aspectos confusos o ambiguos, principalmente en la resolución de la historia, el guion logra dar forma y concluir satisfactoriamente la premisa básica con la que cuenta la producción para llevar a cabo y presentar la película.
Los actores adultos, bastante desconocidos por su escasa presencia en pantalla, demuestran, no obstante, un saber hacer, ser y estar delante de la cámara que contribuye a la dignificación de un producto que, por su naturaleza, podría haber decaído hacia lo más vulgar y chabacano de su género. La implicación, el carisma, la habilidad y la profesionalidad de los intérpretes —entre los cuales podríamos incluir al único niño no zombificado, hijo de la pareja protagonista— otorgan una verosimilitud al producto final que contrasta, por ejemplo, con otros elementos más torpes y caricaturescos, como pueden ser los movimientos de los niños tóxicos, su maquillaje y la forma de planear y proceder a su eliminación.
No hay nada más absurdo que intentar entender por qué hay que cortarles las manos para eliminarlos, y no sabemos si debemos tomarnos eso realmente en serio. Al menos, la película consigue que lo hagamos.
También cabría la posibilidad de que se tratase de algo conscientemente burlesco, con el fin de aportar un leve toque de humor y distanciamiento del núcleo más duro del terror que pueda inspirar la cinta. Según un artículo de «Var News», en un artículo del 15 de octubre de 1980, desde el lanzamiento el 26 de septiembre del mismo año, la recaudación doméstica había ascendido hasta los 7 millones de dólares.
La película en sí misma supone una crítica social y familiar, subyacente a los contenidos que se van desarrollando en la misma. Detrás de la historia de «The Children», como bien se encarga de recordarnos su título y bajo el denominador común de todas las películas del subgénero, se encuentra la transformación de la inocencia y la pureza de la infancia en objetos de horror, desgracia y hasta purgación. Pero en la retahíla de títulos que podríamos listar, «The Children» sobresale por su sustrato de la ancestral y germinal temática que instrumentaliza la figura del niño como agente o médium de la expiación del adulto, por la comisión de faltas, tropiezos, delitos... en definitiva, pecados.
Recordemos la incrustada sentencia: «Los hijos lavarán con su sangre los pecados u ofensas de sus padres», instituyéndose de este modo un estatus cultural que implica que los más pequeños tengan que pagar las consecuencias de los desacatos y fechorías de sus progenitores. Tomemos debida cuenta de ello en la archiconocida historia del flautista de Hamelín, cuya esencia temática han heredado muchas de esas películas de niños terroríficos. De hecho, entre las variopintas y múltiples versiones, está aquella que termina con que los niños son liberados por el flautista, y se cobran su venganza liquidando a los adultos de su pueblo por ser mentirosos, avaros y desleales.
En el caso de «The Children», el pecado de los adultos no es otro que la negligencia en la gestión de sustancias químicas en una planta, sustancias tóxicas ya sea para las personas, los animales o el resto de la madre naturaleza. La militancia en este sector ya transitaba por las viñas del Señor en las épocas en las que «The Children» fue rodada, algo bien sabido por un servidor y los de su quinta. Es necesario comentar este aspecto, sobre todo porque a no pocos les encanta la sopa de ajo. Pues bien, actualmente, a estas alturas de la liga, el tema se ha manoseado tanto que resbala y patina en nuestras ya «vaselinizadas» conciencias.
Son los niños, los encargados de asumir el rol de augurios o profetas. El mensaje es claro: «esto es lo que habéis hecho al planeta. Ya no solo perderéis a vuestros retoños, sino que ellos serán al mismo tiempo vuestros verdugos».
Nos encontramos ante una curiosa y algo original caracterización de niños malvados. La película se puede describir como un cóctel de zombies tóxicos y endemoniados, con una maldad evidente y una peculiaridad destacable: tienen la capacidad de dejar literalmente abrasado a quien se detenga a recibir el abrazo que tanto ansían dar. El guion no pierde tiempo en cortesías introductorias y, tras esforzarse en aclarar el contexto de una nube tóxica proveniente de una planta química que envuelve la carretera, afectando a un autobús escolar, coloca a sus pequeños monstruos en acción para que hagan de las suyas con cualquier adulto que encuentren.
En cuanto a la factura técnica, se sitúa en la línea de las películas de serie B de la época, con un notable contraste en términos de calidad y compromiso profesional en sus diferentes áreas.
La cinematografía, destacando la habilidad y las cualidades narrativas de Barry Adams detrás de la cámara, junto con la acertada banda sonora de Harry Manfredini, que evoca las esencias de los grandes clásicos del terror y del cine en general, constituyen puntos fuertes de la película. Estos elementos bien ejecutados se acompañan de efectos especiales y una ambientación que, a pesar de los limitados recursos tecnológicos de la época, podrían haber sido más refinados. No obstante, el diseño de producción cumple su cometido en la mayoría de las escenas, creando espacios convincentes que facilitan la inmersión del espectador en la acción y contribuyen eficazmente al desarrollo de una trama sencilla.
El argumento se despliega y evoluciona con modestia y se concreta en un guion de Carlton J. Albright y Edward Terry. A pesar de que el clímax presenta ciertos aspectos confusos o ambiguos, principalmente en la resolución de la historia, el guion logra dar forma y concluir satisfactoriamente la premisa básica con la que cuenta la producción para llevar a cabo y presentar la película.
Los actores adultos, bastante desconocidos por su escasa presencia en pantalla, demuestran, no obstante, un saber hacer, ser y estar delante de la cámara que contribuye a la dignificación de un producto que, por su naturaleza, podría haber decaído hacia lo más vulgar y chabacano de su género. La implicación, el carisma, la habilidad y la profesionalidad de los intérpretes —entre los cuales podríamos incluir al único niño no zombificado, hijo de la pareja protagonista— otorgan una verosimilitud al producto final que contrasta, por ejemplo, con otros elementos más torpes y caricaturescos, como pueden ser los movimientos de los niños tóxicos, su maquillaje y la forma de planear y proceder a su eliminación.
No hay nada más absurdo que intentar entender por qué hay que cortarles las manos para eliminarlos, y no sabemos si debemos tomarnos eso realmente en serio. Al menos, la película consigue que lo hagamos.
También cabría la posibilidad de que se tratase de algo conscientemente burlesco, con el fin de aportar un leve toque de humor y distanciamiento del núcleo más duro del terror que pueda inspirar la cinta. Según un artículo de «Var News», en un artículo del 15 de octubre de 1980, desde el lanzamiento el 26 de septiembre del mismo año, la recaudación doméstica había ascendido hasta los 7 millones de dólares.
La película en sí misma supone una crítica social y familiar, subyacente a los contenidos que se van desarrollando en la misma. Detrás de la historia de «The Children», como bien se encarga de recordarnos su título y bajo el denominador común de todas las películas del subgénero, se encuentra la transformación de la inocencia y la pureza de la infancia en objetos de horror, desgracia y hasta purgación. Pero en la retahíla de títulos que podríamos listar, «The Children» sobresale por su sustrato de la ancestral y germinal temática que instrumentaliza la figura del niño como agente o médium de la expiación del adulto, por la comisión de faltas, tropiezos, delitos... en definitiva, pecados.
Recordemos la incrustada sentencia: «Los hijos lavarán con su sangre los pecados u ofensas de sus padres», instituyéndose de este modo un estatus cultural que implica que los más pequeños tengan que pagar las consecuencias de los desacatos y fechorías de sus progenitores. Tomemos debida cuenta de ello en la archiconocida historia del flautista de Hamelín, cuya esencia temática han heredado muchas de esas películas de niños terroríficos. De hecho, entre las variopintas y múltiples versiones, está aquella que termina con que los niños son liberados por el flautista, y se cobran su venganza liquidando a los adultos de su pueblo por ser mentirosos, avaros y desleales.
En el caso de «The Children», el pecado de los adultos no es otro que la negligencia en la gestión de sustancias químicas en una planta, sustancias tóxicas ya sea para las personas, los animales o el resto de la madre naturaleza. La militancia en este sector ya transitaba por las viñas del Señor en las épocas en las que «The Children» fue rodada, algo bien sabido por un servidor y los de su quinta. Es necesario comentar este aspecto, sobre todo porque a no pocos les encanta la sopa de ajo. Pues bien, actualmente, a estas alturas de la liga, el tema se ha manoseado tanto que resbala y patina en nuestras ya «vaselinizadas» conciencias.
Son los niños, los encargados de asumir el rol de augurios o profetas. El mensaje es claro: «esto es lo que habéis hecho al planeta. Ya no solo perderéis a vuestros retoños, sino que ellos serán al mismo tiempo vuestros verdugos».
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Como en otras producciones de la época, que abordan igualmente el tópico, sin importar cuál sea el agente de la justicia narrativa que se use como pretexto, sean niños, zombies o bichos mutantes muy enfadados, el ser humano tiene que acabar por rendir cuentas. Muy apocalíptico, eso, por las malas gestiones en materia de cuidado del planeta Tierra.
Ante esta visión apocalíptica donde los niños emergen como heraldos de una justicia retorcida, surge la necesidad de examinar cómo se ha reinterpretado esta figura a lo largo del tiempo. La película «The Children» de 2008 de Tom Shankland ofrece un prisma contemporáneo para esta narrativa, invitándonos a reflexionar sobre la perpetuidad de ciertos temores y la transformación de otros. Así, nos adentramos en una comparación que no solo destaca las similitudes temáticas, sino que también pone de manifiesto las diferencias en la ejecución y el mensaje, proporcionando un entendimiento más profundo de la evolución del género. Ambas películas comparten un hilo conductor que se ha convertido en un tema clásico del terror: niños que se transforman en una amenaza para los adultos. Este motivo, explorado de manera distinta en cada cinta, se ancla en la perturbadora transformación de la inocencia infantil en una fuente de horror, creando una disonancia que ataca el núcleo mismo del horror psicológico.
Ambos filmes emplean el aislamiento y la claustrofobia para intensificar la tensión narrativa. En la versión de Kalmanowicz, surge de la ambientación rural y un desastre químico, mientras que Shankland opta por una reunión familiar en una casa apartada para construir su escenario claustrofóbico. A pesar de las diferencias en contexto y época, las dos películas reflejan una estética de «terror en el hogar», donde el espacio seguro y familiar se convierte en un lugar de miedo y desasosiego; más endógeno, eso sí, en el caso de Shankland.
Ambas versiones ofrecen un comentario social y ambiental. La película de 1980 se centra en una crítica ambiental explícita, mientras que la de 2008 puede verse como una reflexión sobre las presiones de la vida familiar moderna y las expectativas sociales. Estos temas subyacentes sirven para enriquecer la trama y darle una resonancia que va más allá del miedo superficial.
El uso de los niños no solo como víctimas sino también como agentes del terror es otro aspecto significativo. Esta representación sugiere una influencia temática donde la pérdida de control sobre la próxima generación se convierte en una fuente de miedo profundo y perturbador.
En «The Children» (1980), los adultos enfrentan sin titubeos a los niños «zombificados», reflejando una era donde el mal se enfrentaba con determinación, incluso si esto implicaba decisiones extremas. Esto contrasta con la película de 2008, donde los padres dudan en reconocer la maldad en sus hijos, simbolizando una sociedad contemporánea que evita confrontar el mal si proviene de lo íntimo y familiar. Esta diferencia subraya un cambio cultural hacia una mayor protección de la inocencia infantil y una reluctancia a aceptar que el mal puede encarnarse en las figuras más queridas, desafiando así nuestras nociones de moralidad y responsabilidad parental.
La diferencia en el tratamiento de los niños antagonistas en ambas películas refleja un cambio significativo en los valores socioculturales y las actitudes parentales a lo largo de casi tres décadas.
Esta evolución puede estar influenciada por cambios en la psicología y la filosofía de la crianza, donde se ha pasado de una visión más autoritaria a una más comprensiva y centrada en el niño. En el cine, esto se traduce en una narrativa que se resiste a simplificar el bien y el mal en términos absolutos, y que en su lugar presenta una realidad más matizada y psicológicamente compleja.
O sea, que si ustedes quieren que sus vástagos sigan siendo adorables, hagan las cosas bien, sobre todo en lo que respecta al reciclaje de basuras. Si no, pregúntenselo a los «gremlins».
Ante esta visión apocalíptica donde los niños emergen como heraldos de una justicia retorcida, surge la necesidad de examinar cómo se ha reinterpretado esta figura a lo largo del tiempo. La película «The Children» de 2008 de Tom Shankland ofrece un prisma contemporáneo para esta narrativa, invitándonos a reflexionar sobre la perpetuidad de ciertos temores y la transformación de otros. Así, nos adentramos en una comparación que no solo destaca las similitudes temáticas, sino que también pone de manifiesto las diferencias en la ejecución y el mensaje, proporcionando un entendimiento más profundo de la evolución del género. Ambas películas comparten un hilo conductor que se ha convertido en un tema clásico del terror: niños que se transforman en una amenaza para los adultos. Este motivo, explorado de manera distinta en cada cinta, se ancla en la perturbadora transformación de la inocencia infantil en una fuente de horror, creando una disonancia que ataca el núcleo mismo del horror psicológico.
Ambos filmes emplean el aislamiento y la claustrofobia para intensificar la tensión narrativa. En la versión de Kalmanowicz, surge de la ambientación rural y un desastre químico, mientras que Shankland opta por una reunión familiar en una casa apartada para construir su escenario claustrofóbico. A pesar de las diferencias en contexto y época, las dos películas reflejan una estética de «terror en el hogar», donde el espacio seguro y familiar se convierte en un lugar de miedo y desasosiego; más endógeno, eso sí, en el caso de Shankland.
Ambas versiones ofrecen un comentario social y ambiental. La película de 1980 se centra en una crítica ambiental explícita, mientras que la de 2008 puede verse como una reflexión sobre las presiones de la vida familiar moderna y las expectativas sociales. Estos temas subyacentes sirven para enriquecer la trama y darle una resonancia que va más allá del miedo superficial.
El uso de los niños no solo como víctimas sino también como agentes del terror es otro aspecto significativo. Esta representación sugiere una influencia temática donde la pérdida de control sobre la próxima generación se convierte en una fuente de miedo profundo y perturbador.
En «The Children» (1980), los adultos enfrentan sin titubeos a los niños «zombificados», reflejando una era donde el mal se enfrentaba con determinación, incluso si esto implicaba decisiones extremas. Esto contrasta con la película de 2008, donde los padres dudan en reconocer la maldad en sus hijos, simbolizando una sociedad contemporánea que evita confrontar el mal si proviene de lo íntimo y familiar. Esta diferencia subraya un cambio cultural hacia una mayor protección de la inocencia infantil y una reluctancia a aceptar que el mal puede encarnarse en las figuras más queridas, desafiando así nuestras nociones de moralidad y responsabilidad parental.
La diferencia en el tratamiento de los niños antagonistas en ambas películas refleja un cambio significativo en los valores socioculturales y las actitudes parentales a lo largo de casi tres décadas.
Esta evolución puede estar influenciada por cambios en la psicología y la filosofía de la crianza, donde se ha pasado de una visión más autoritaria a una más comprensiva y centrada en el niño. En el cine, esto se traduce en una narrativa que se resiste a simplificar el bien y el mal en términos absolutos, y que en su lugar presenta una realidad más matizada y psicológicamente compleja.
O sea, que si ustedes quieren que sus vástagos sigan siendo adorables, hagan las cosas bien, sobre todo en lo que respecta al reciclaje de basuras. Si no, pregúntenselo a los «gremlins».