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Voto de Jordirozsa:
6
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Terror
Cuando la encarnación del mal se levanta para destruir la Tierra y todo lo que conocemos, ¿podrá la raza humana defenderse o sucumbirá a las fuerzas del mal?
1 de noviembre de 2023
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Una cortina de humo vestida de un haz de chispas, bajo la luminiscencia de un fuego cuyas llamas permanecen invisibles a la mirada del espectador, es todo lo que tenemos como transición o telón entre cada uno de los seis segmentos que componen esta curiosa e interesante antología que versa sobre el discurso acerca del «Demonio» (su forma, su naturaleza, sus maneras de hacer y de presentarse a la gente...). Incluso, ese trasfondo podría decirse que constituye el más minimalista «wrapparound» que los productores de la película introdujeron como hilo conductor de los tan dispares entre sí, como parte de un monográfico, cuentos acerca de uno de los seres que más ha preocupado, aterrorizado, interesado... hasta, podríamos decir que, fascinado (tratándose de determinados colectivos) al ser humano. ¿Un ente con una existencia óntica «per se»? ¿Un constructo y/o, a la par, proyección de todo aquello que rehusamos de nosotros mismos? ¿Algo intrínseco a las personas como inevitable reflejo o sombra de la Luz que nos creó?
Pensando en él, ya sea como este inefable ser maligno, antítesis de todo lo que nos inspira la consciencia de relación con lo «sacro» o «divino», en el corazón de nuestra más profunda espiritualidad, o como simple subproducto de nuestra «psyché» o fantasía, tanto la literatura universal, decenas de miles de películas... y una munión incontable de expresiones del arte en general se han encargado de generar un machacado arquetipo, sobre todo antropomorfizado, las veces con más o menos gracia.
En «Demon» (2017), una cinta que se realizó bajo los auspicios de la Escuela de Cine de la UCLA (la influente y poderosa Universidad de California, Los Ángeles, como no podía ser otra), se nos ofrece una más de las interminables de contar versiones sobre nuestro simpático «Old Nick», tal y como se le llama en la cultura anglosajona, y al que siempre identificamos con (o sin) cola y con (o sin) los inconfundibles cuernos (y/o patas) de macho cabrío; una de tantas expresiones gráficas con las que se le ha retratado. Y que cuando «se le ocurre» (o se les ocurre a cineastas u otra suerte de creadores) pasarse por la pantalla de un cine, una tele o un ordenador, es uno de los que suele causar más «yuyu» o «mal rollo». A pesar de su machacona y ancestral presencia en el imaginario colectivo universal, creando auténtico pavor en sagas como la de «El Exorcista» (1973), «The Omen» (1976), o en inolvidables títulos como «Rosemary’s Baby» (1968), con todo lo que ha llovido desde entonces, en este más reciente y completamente desconocido proyecto, que más que otra cosa fue la carta de presentación de varios directores noveles, recién horneados por el «mater campus» de la otra banda del Charco, esta película tiene la osadía y la asombrosa habilidad de mostrarnos un fresco e interesante compendio de versiones o perspectivas, en diversos formatos narrativos: desde el monólogo reflexivo existencialista, pasando por el terrorífico bodevil (alguno tan breve como absurdo), hasta el «thriller» futurista al estilo cómic. Y lo cito en este orden, pues es en el que más o menos desfila esta muestra de historietas, que no tiene otra unidad entre sí que la temática mefistofélica. Como ya he citado anteriormente, de otro modo, imposible de desligar de la experiencia humana en sus horrores o pesadillas más profundos.
Y no para menos vale mencionarlo. De un modo u otro, los seis aprendices o postulantes a cineasta (a los cuales deseo toda la suerte en sus carreras por sus respectivos ingenios y buenas intenciones, a pesar de igual de dispares resultados), sabe utilizar el escenario de la imaginería y de la mente, en los confines de lo real, como ventana a los abismos de los temores de la insoportable levedad del ser.
Interpretado por un jovencísimo y hermoso Sean Guse, en el primer capítulo tenemos a un meditabundo demonio (naturalmente caracterizado bajo la forma de un humano), que despliega un interesante monólogo sobre su razón de ser en la Tierra; no recordaba un debate tan curioso, desde la perspectiva o vivencia en primera persona de un discurso existencialista de aguien que afirma ser un demonio, pero que le gustaría no ser tal por la naturaleza de las acciones a las que representa que tiene que inducir a los humanos a cometer.
Titulada «Demon dilemma», se podría decir que se trata de un alegato al libre albedrío. Lo cual no deja de chocar con el ineludible determinismo o fatalismo del «rol» que el destino parece haberle asignado a nuestro protagonista, y las directrices que otros «demonios» más sabios y experimentados le aconsejan debe seguir o acatar para evitar las nefastas consecuencias de la desobediencia a este fado.
Empañado de un crudo pesimismo existencial, este episodio se mueve en la línea del que le sigue, «Devil Town», donde un hombre de negocios, en principio ajeno a todo lo que le rodea, imbuido en sus asuntos, acaba viéndose atrapado en una terrorífica realidad, en el contexto de la cual le ubica y le hace abrir los ojos un vagabundo. Un personaje que suele estar presente, como símbolo de la debilidad humana en muchas producciones cinematográficas que giran alrededor de la temática diabólica: el marginado, el transeúnte de la calle, que cumple el tradicional papel que desempeña el cuervo u otro animal o figura que anuncia la presencia circundante del Mal.
En el cuarto y quinto fragmentos «Íncubus» y «Van» (el primero el más fugaz por su corta duración, y también el más flojo en cuanto a desarrollo, guión y sentido), también percibimos esa visión fatalista del ser humano, sucumbiendo a las fauces de lo maligno, pero en estos dos cortos, a diferencia de los primeros, el planteamiento introduce en su estética diegética las paranormales apariciones de las figuras diabólicas como algo externo (ya no tan propio de la naturaleza humana) a lo que estamos expuestos e indefensos.
En estas partes, pasamos de una visión quizá más filosófica, en la que el retrato del mal quedaba diluido
Pensando en él, ya sea como este inefable ser maligno, antítesis de todo lo que nos inspira la consciencia de relación con lo «sacro» o «divino», en el corazón de nuestra más profunda espiritualidad, o como simple subproducto de nuestra «psyché» o fantasía, tanto la literatura universal, decenas de miles de películas... y una munión incontable de expresiones del arte en general se han encargado de generar un machacado arquetipo, sobre todo antropomorfizado, las veces con más o menos gracia.
En «Demon» (2017), una cinta que se realizó bajo los auspicios de la Escuela de Cine de la UCLA (la influente y poderosa Universidad de California, Los Ángeles, como no podía ser otra), se nos ofrece una más de las interminables de contar versiones sobre nuestro simpático «Old Nick», tal y como se le llama en la cultura anglosajona, y al que siempre identificamos con (o sin) cola y con (o sin) los inconfundibles cuernos (y/o patas) de macho cabrío; una de tantas expresiones gráficas con las que se le ha retratado. Y que cuando «se le ocurre» (o se les ocurre a cineastas u otra suerte de creadores) pasarse por la pantalla de un cine, una tele o un ordenador, es uno de los que suele causar más «yuyu» o «mal rollo». A pesar de su machacona y ancestral presencia en el imaginario colectivo universal, creando auténtico pavor en sagas como la de «El Exorcista» (1973), «The Omen» (1976), o en inolvidables títulos como «Rosemary’s Baby» (1968), con todo lo que ha llovido desde entonces, en este más reciente y completamente desconocido proyecto, que más que otra cosa fue la carta de presentación de varios directores noveles, recién horneados por el «mater campus» de la otra banda del Charco, esta película tiene la osadía y la asombrosa habilidad de mostrarnos un fresco e interesante compendio de versiones o perspectivas, en diversos formatos narrativos: desde el monólogo reflexivo existencialista, pasando por el terrorífico bodevil (alguno tan breve como absurdo), hasta el «thriller» futurista al estilo cómic. Y lo cito en este orden, pues es en el que más o menos desfila esta muestra de historietas, que no tiene otra unidad entre sí que la temática mefistofélica. Como ya he citado anteriormente, de otro modo, imposible de desligar de la experiencia humana en sus horrores o pesadillas más profundos.
Y no para menos vale mencionarlo. De un modo u otro, los seis aprendices o postulantes a cineasta (a los cuales deseo toda la suerte en sus carreras por sus respectivos ingenios y buenas intenciones, a pesar de igual de dispares resultados), sabe utilizar el escenario de la imaginería y de la mente, en los confines de lo real, como ventana a los abismos de los temores de la insoportable levedad del ser.
Interpretado por un jovencísimo y hermoso Sean Guse, en el primer capítulo tenemos a un meditabundo demonio (naturalmente caracterizado bajo la forma de un humano), que despliega un interesante monólogo sobre su razón de ser en la Tierra; no recordaba un debate tan curioso, desde la perspectiva o vivencia en primera persona de un discurso existencialista de aguien que afirma ser un demonio, pero que le gustaría no ser tal por la naturaleza de las acciones a las que representa que tiene que inducir a los humanos a cometer.
Titulada «Demon dilemma», se podría decir que se trata de un alegato al libre albedrío. Lo cual no deja de chocar con el ineludible determinismo o fatalismo del «rol» que el destino parece haberle asignado a nuestro protagonista, y las directrices que otros «demonios» más sabios y experimentados le aconsejan debe seguir o acatar para evitar las nefastas consecuencias de la desobediencia a este fado.
Empañado de un crudo pesimismo existencial, este episodio se mueve en la línea del que le sigue, «Devil Town», donde un hombre de negocios, en principio ajeno a todo lo que le rodea, imbuido en sus asuntos, acaba viéndose atrapado en una terrorífica realidad, en el contexto de la cual le ubica y le hace abrir los ojos un vagabundo. Un personaje que suele estar presente, como símbolo de la debilidad humana en muchas producciones cinematográficas que giran alrededor de la temática diabólica: el marginado, el transeúnte de la calle, que cumple el tradicional papel que desempeña el cuervo u otro animal o figura que anuncia la presencia circundante del Mal.
En el cuarto y quinto fragmentos «Íncubus» y «Van» (el primero el más fugaz por su corta duración, y también el más flojo en cuanto a desarrollo, guión y sentido), también percibimos esa visión fatalista del ser humano, sucumbiendo a las fauces de lo maligno, pero en estos dos cortos, a diferencia de los primeros, el planteamiento introduce en su estética diegética las paranormales apariciones de las figuras diabólicas como algo externo (ya no tan propio de la naturaleza humana) a lo que estamos expuestos e indefensos.
En estas partes, pasamos de una visión quizá más filosófica, en la que el retrato del mal quedaba diluido
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
en la sugestión y el delirio intuitivo, a una plasmación iconográfica a base de unos efectos (todo sea dicho de paso) decentes, pero que no destacan por inspirar demasiado terror. Paradójicamente, sin embargo, en «Íncubus», la menos trabajada, la confección de la figura malévola que acecha a nuestro protagonista, interpretado por Victor Gralak, es más inductora al miedo (siempre sostenido, eso sí, sin pretensión en ningún momento de provocar el tan deseado como odiado, a partes dispares de la audiencia, «jumpscare»).
En «Van», la criatura diabólica se parece más a un irrisorio monstruo de viñetas, que a una elaborada pieza para una cinta que aspire a enteros. Sin embargo, por cuestiones de guion y de presupuesto, tampoco se espera que sea este el centro de interés del argumento de esta sección, por otro lado bastante previsible en términos de desarrollo del «script», aunque elaborada con ingenio y mimo por sus creadores, e interpretada con dignidad y acierto por parte de su protagonista femenina.
Entre estos dos pares de piezas de la antología, tenemos a «Little Soldier», una tierna historia de empoderamiento de un pequeño que decide enfrentarse a sus peores pesadillas (un «troll» supuestamente escondido al acecho en el closet de su habitación), con la ayuda de sus soldados de juguete, que irán al rescate del chaval en su pelea contra el monstruo.
En un tono desenfadado y algo desaliñado, al estilo de una aventura de «Flash Gordon», incluso en su planteamiento estético nos recuerda a aquellas famosas pelis de comandos de finales de los setenta y principios de los ochenta, tipo «Delta Force», con el legendario Chuck Norris a la cabeza. Un relato que, sin dejar de ser tópico y del todo pueril, es como un sainete de respiro entre los demás componentes del recopilatorio, que no dejan de buscar la inquietud y el malestar del espectador.
Los apolíneos actores Michael King y Yoshua Sudarso son los protagonistas del curioso y diferente contexto futurista, con teletransportes y drogas cibernéticas, en el marco de una investigación del FBI, de la que son ambos agentes que deben investigar un oscuro entramado en un lugar lejano, tanto en el espacio como, seguramente, en el tiempo. La indeterminación de estas dos coordenadas destino de los personajes, donde les esperarán, de nuevo, diabólicas figuras con oscuras intenciones, crea un ambiente malsano, junto a la grisácea y también turbia figura dramática de King. Con esta especie de distopía futurista se cierra el compendio.
Con la rica variedad de ambientaciones que aparecen en la película, parece como si se nos quisiera sobrecoger con la idea de la universalidad de la presencia del Mal, y la capacidad de éste para anular cualquier intento de combatirlo o de neutralizarlo. Tan sólo la inocencia de un niño con sus juguetes se presenta, de entre todos los personajes que desfilan en el muestrario, con su inocencia y sus fantasías prendadas en sus juguetes, los muñecos-soldado (no podría ser de otra manera, pues representa que su padre es un marine) que cobran vida y se enfrentan al temible «troll».
La factura técnica es muy correcta, especialmente la fotografía, que logra fundirse al compás de los guiones, siendo la banda sonora y los efectos de lo más discreto y ordinario, pero sin desentonar ni desmerecer el conjunto del producto final.
Los actores, desconocidos y sin ser del otro mundo, ofrecen interpretaciones convincentes sin caer en aspavientos ni haceres postizos, con diálogos (en su caso monólogos) que pueden hasta sorprender por su carácter introspectivo, efectivo y con interesantes planteamientos y valores, por tratarse, a todas luces, de un trabajo salido de una escuela de cinematografía. Esto es, quizás, la falta de grandes pretensiones, y la naturalidad y la humildad con las que se aborda el proyecto, que lo hacen más digno y sabroso que otros productos que nos anuncian a bombo y platillo en los circuitos de las grandes distribuidoras y los más célebres festivales.
En «Van», la criatura diabólica se parece más a un irrisorio monstruo de viñetas, que a una elaborada pieza para una cinta que aspire a enteros. Sin embargo, por cuestiones de guion y de presupuesto, tampoco se espera que sea este el centro de interés del argumento de esta sección, por otro lado bastante previsible en términos de desarrollo del «script», aunque elaborada con ingenio y mimo por sus creadores, e interpretada con dignidad y acierto por parte de su protagonista femenina.
Entre estos dos pares de piezas de la antología, tenemos a «Little Soldier», una tierna historia de empoderamiento de un pequeño que decide enfrentarse a sus peores pesadillas (un «troll» supuestamente escondido al acecho en el closet de su habitación), con la ayuda de sus soldados de juguete, que irán al rescate del chaval en su pelea contra el monstruo.
En un tono desenfadado y algo desaliñado, al estilo de una aventura de «Flash Gordon», incluso en su planteamiento estético nos recuerda a aquellas famosas pelis de comandos de finales de los setenta y principios de los ochenta, tipo «Delta Force», con el legendario Chuck Norris a la cabeza. Un relato que, sin dejar de ser tópico y del todo pueril, es como un sainete de respiro entre los demás componentes del recopilatorio, que no dejan de buscar la inquietud y el malestar del espectador.
Los apolíneos actores Michael King y Yoshua Sudarso son los protagonistas del curioso y diferente contexto futurista, con teletransportes y drogas cibernéticas, en el marco de una investigación del FBI, de la que son ambos agentes que deben investigar un oscuro entramado en un lugar lejano, tanto en el espacio como, seguramente, en el tiempo. La indeterminación de estas dos coordenadas destino de los personajes, donde les esperarán, de nuevo, diabólicas figuras con oscuras intenciones, crea un ambiente malsano, junto a la grisácea y también turbia figura dramática de King. Con esta especie de distopía futurista se cierra el compendio.
Con la rica variedad de ambientaciones que aparecen en la película, parece como si se nos quisiera sobrecoger con la idea de la universalidad de la presencia del Mal, y la capacidad de éste para anular cualquier intento de combatirlo o de neutralizarlo. Tan sólo la inocencia de un niño con sus juguetes se presenta, de entre todos los personajes que desfilan en el muestrario, con su inocencia y sus fantasías prendadas en sus juguetes, los muñecos-soldado (no podría ser de otra manera, pues representa que su padre es un marine) que cobran vida y se enfrentan al temible «troll».
La factura técnica es muy correcta, especialmente la fotografía, que logra fundirse al compás de los guiones, siendo la banda sonora y los efectos de lo más discreto y ordinario, pero sin desentonar ni desmerecer el conjunto del producto final.
Los actores, desconocidos y sin ser del otro mundo, ofrecen interpretaciones convincentes sin caer en aspavientos ni haceres postizos, con diálogos (en su caso monólogos) que pueden hasta sorprender por su carácter introspectivo, efectivo y con interesantes planteamientos y valores, por tratarse, a todas luces, de un trabajo salido de una escuela de cinematografía. Esto es, quizás, la falta de grandes pretensiones, y la naturalidad y la humildad con las que se aborda el proyecto, que lo hacen más digno y sabroso que otros productos que nos anuncian a bombo y platillo en los circuitos de las grandes distribuidoras y los más célebres festivales.