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Voto de Jordirozsa:
6
Drama. Terror. Thriller
Rachel Strode, una joven inmigrante con un oscuro secreto en su pasado, llega a Israel en el otoño de 1973 para ser voluntaria en un kibbut, descubrir sus raíces judías y luego convertirse al judaísmo. Pronto, se da cuenta de que no es bienvenida entre los miembros locales del kibutz y que la noche de Iom Kipur (la conmemoración judía del Día de la Expiación) representará un peligro para ella y sus jóvenes amigos voluntarios.
7 de noviembre de 2023
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La película mezcla elementos de horror y thriller con un trasfondo de crítica social y política. La elección del año 1973 no es casual, ya que es el año en que estalló la Guerra de Yom Kippur, un evento que marcó profundamente a la sociedad israelí.
Como director de fotografía y productor, Tom Goldwasser aporta una visión unificada, capturando la esencia de Israel y la vida en los «kibutz» con una iluminación natural que refleja la utopía y la tensión subyacente. Sin embargo, la película carece de tomas amplias que ofrezcan un sentido de escala y ubicación. Las escenas diurnas brillantes contrastan con las nocturnas, donde la luz práctica crea sombras intensas, jugando con la ansiedad del espectador y revelando peligros ocultos. Este contraste visual simboliza la dualidad entre apariencia y realidad, y entre comunidad e individuo, reflejando el cambio en la narrativa y el destino de los personajes.
A pesar de las limitaciones técnicas y de resolución, posiblemente debido a restricciones de equipo y presupuesto, Goldwasser utiliza la luz y la oscuridad para apoyar la historia, aunque sin la perfección de producciones más grandes. La ambientación en los años 70 ofrece oportunidades visuales y temáticas que podrían haberse explotado más para dar al film una identidad distintiva, como reflejar la estética de la época y la textura visual única de la región.
La cinematografía cumple su función pero no maximiza el potencial visual y narrativo del contexto y el guion, posiblemente un reflejo de las restricciones presupuestarias o de las elecciones creativas. En el cine independiente, el equilibrio entre visión artística y viabilidad financiera es a menudo un desafío clave.
La banda sonora de Sharon Farber es genérica y no aporta mucho a la película. Al carecer de momentos destacables, no consigue realzar la experiencia emocional del espectador ni se integra de manera efectiva en la narrativa. Esta característica representa una debilidad de la composición. No logra dejar una huella memorable ni contribuye a la atmósfera de manera significativa.
La ausencia de un motivo o tema musical distintivo que se asocie directamente con ´«The Children of Tthe Fall» es una carencia notable. La falta de un tema musical identificable significa que se pierde la oportunidad de crear un vínculo auditivo inmediato.
Los protagonistas, interpretados por Noa Maiman y Aki Avni, tienen una dinámica rica y matizada que se desarrolla a lo largo de la película, con una relación que evoluciona en varios aspectos.
La presencia de Michael Ironside, aunque breve, parece ofrecer un momento de peso dramático, posiblemente debido a su habilidad para proyectar una presencia intensa y carismática en pantalla, lo que puede ser especialmente efectivo en un papel tipo «Gran Torino» (2008), donde un personaje mayor muestra una mezcla de dureza y profundidad emocional.
Los secundarios son percibidos como monolíticos, lo que indica que están escritos y presentados de manera que cumplen una función específica dentro de la trama, sin desviarse de un conjunto de rasgos o comportamientos predecibles. La estructura actoral sigue una fórmula reconocible, particularmente en las películas «slasher», donde un grupo de personajes, a menudo jóvenes e ingenuos, son introducidos solo para ser eliminados uno por uno por el antagonista. En este caso, el grupo de voluntarios internacionales sirve de «corderos sacrificiales» en una narrativa que parece entrelazar la violencia literal con la simbólica, reflejando tanto el conflicto histórico del Yom Kipur de 1973 como el conflicto interno entre los dos protagonistas.
El uso de un evento histórico real como telón de fondo para la acción puede añadir una capa de significado, especialmente para el público que está familiarizado con la historia de Israel y la guerra de Yom Kipur. La elección de este día sagrado de expiación y ayuno en el judaísmo, para un derramamiento de sangre ficticio, carga a la película con un simbolismo pesado y potencialmente controvertido. La conexión entre los antiguos rituales de sacrificio de Yom Kipur y los asesinatos parece ser una elección deliberada por parte de los creadores para infundir a la película con capas adicionales de significado y simbolismo. En la tradición judía, Yom Kipur es un día de juicio, redención y perdón, donde los sacrificios y rituales tenían la intención de purificar a la comunidad de sus pecados.
La narrativa sigue esta estructura dual: por un lado, tiene una trama aparentemente sencilla que se alinea con las convenciones del «slasher», donde unos personajes son perseguidos y eliminados por un asesino. Esta estructura sirve como vehículo para la tensión y el suspense, y es accesible para la audiencia que espera las típicas emociones de una película de terror.
Por otro lado, la complejidad surge a medida que la película profundiza en el tándem protagonista, cuyas historias personales y dinámicas interpersonales añaden capas de significado a la trama. A través de estos dos personajes, explora temas más profundos, como la culpa, la redención, la identidad y la moralidad, que resuenan con el simbolismo y las metáforas del contexto de Yom Kipur.
Su desarrollo y su relación puede ofrecer un contrapunto a la violencia y la simplicidad de la premisa «slasher».
La película toma una decisión narrativa deliberada al dedicar la primera mitad a una lenta presentación de personajes y sus circunstancias. Esto es válido para establecer el mundo de la película y dar una comprensión de los personajes, pero también corre el riesgo de perder impulso. Al no dar relieve a muchos de los personajes, la película falla en involucrar al espectador, ya que no se establece una conexión emocional con esos personajes antes de que la acción comience a acelerarse.
La evolución del personaje de Yaron Weinstein es un ejemplo de cómo el lenguaje corporal y las señales no verbales pueden ser utilizadas para comunicar una transformación interna.
Como director de fotografía y productor, Tom Goldwasser aporta una visión unificada, capturando la esencia de Israel y la vida en los «kibutz» con una iluminación natural que refleja la utopía y la tensión subyacente. Sin embargo, la película carece de tomas amplias que ofrezcan un sentido de escala y ubicación. Las escenas diurnas brillantes contrastan con las nocturnas, donde la luz práctica crea sombras intensas, jugando con la ansiedad del espectador y revelando peligros ocultos. Este contraste visual simboliza la dualidad entre apariencia y realidad, y entre comunidad e individuo, reflejando el cambio en la narrativa y el destino de los personajes.
A pesar de las limitaciones técnicas y de resolución, posiblemente debido a restricciones de equipo y presupuesto, Goldwasser utiliza la luz y la oscuridad para apoyar la historia, aunque sin la perfección de producciones más grandes. La ambientación en los años 70 ofrece oportunidades visuales y temáticas que podrían haberse explotado más para dar al film una identidad distintiva, como reflejar la estética de la época y la textura visual única de la región.
La cinematografía cumple su función pero no maximiza el potencial visual y narrativo del contexto y el guion, posiblemente un reflejo de las restricciones presupuestarias o de las elecciones creativas. En el cine independiente, el equilibrio entre visión artística y viabilidad financiera es a menudo un desafío clave.
La banda sonora de Sharon Farber es genérica y no aporta mucho a la película. Al carecer de momentos destacables, no consigue realzar la experiencia emocional del espectador ni se integra de manera efectiva en la narrativa. Esta característica representa una debilidad de la composición. No logra dejar una huella memorable ni contribuye a la atmósfera de manera significativa.
La ausencia de un motivo o tema musical distintivo que se asocie directamente con ´«The Children of Tthe Fall» es una carencia notable. La falta de un tema musical identificable significa que se pierde la oportunidad de crear un vínculo auditivo inmediato.
Los protagonistas, interpretados por Noa Maiman y Aki Avni, tienen una dinámica rica y matizada que se desarrolla a lo largo de la película, con una relación que evoluciona en varios aspectos.
La presencia de Michael Ironside, aunque breve, parece ofrecer un momento de peso dramático, posiblemente debido a su habilidad para proyectar una presencia intensa y carismática en pantalla, lo que puede ser especialmente efectivo en un papel tipo «Gran Torino» (2008), donde un personaje mayor muestra una mezcla de dureza y profundidad emocional.
Los secundarios son percibidos como monolíticos, lo que indica que están escritos y presentados de manera que cumplen una función específica dentro de la trama, sin desviarse de un conjunto de rasgos o comportamientos predecibles. La estructura actoral sigue una fórmula reconocible, particularmente en las películas «slasher», donde un grupo de personajes, a menudo jóvenes e ingenuos, son introducidos solo para ser eliminados uno por uno por el antagonista. En este caso, el grupo de voluntarios internacionales sirve de «corderos sacrificiales» en una narrativa que parece entrelazar la violencia literal con la simbólica, reflejando tanto el conflicto histórico del Yom Kipur de 1973 como el conflicto interno entre los dos protagonistas.
El uso de un evento histórico real como telón de fondo para la acción puede añadir una capa de significado, especialmente para el público que está familiarizado con la historia de Israel y la guerra de Yom Kipur. La elección de este día sagrado de expiación y ayuno en el judaísmo, para un derramamiento de sangre ficticio, carga a la película con un simbolismo pesado y potencialmente controvertido. La conexión entre los antiguos rituales de sacrificio de Yom Kipur y los asesinatos parece ser una elección deliberada por parte de los creadores para infundir a la película con capas adicionales de significado y simbolismo. En la tradición judía, Yom Kipur es un día de juicio, redención y perdón, donde los sacrificios y rituales tenían la intención de purificar a la comunidad de sus pecados.
La narrativa sigue esta estructura dual: por un lado, tiene una trama aparentemente sencilla que se alinea con las convenciones del «slasher», donde unos personajes son perseguidos y eliminados por un asesino. Esta estructura sirve como vehículo para la tensión y el suspense, y es accesible para la audiencia que espera las típicas emociones de una película de terror.
Por otro lado, la complejidad surge a medida que la película profundiza en el tándem protagonista, cuyas historias personales y dinámicas interpersonales añaden capas de significado a la trama. A través de estos dos personajes, explora temas más profundos, como la culpa, la redención, la identidad y la moralidad, que resuenan con el simbolismo y las metáforas del contexto de Yom Kipur.
Su desarrollo y su relación puede ofrecer un contrapunto a la violencia y la simplicidad de la premisa «slasher».
La película toma una decisión narrativa deliberada al dedicar la primera mitad a una lenta presentación de personajes y sus circunstancias. Esto es válido para establecer el mundo de la película y dar una comprensión de los personajes, pero también corre el riesgo de perder impulso. Al no dar relieve a muchos de los personajes, la película falla en involucrar al espectador, ya que no se establece una conexión emocional con esos personajes antes de que la acción comience a acelerarse.
La evolución del personaje de Yaron Weinstein es un ejemplo de cómo el lenguaje corporal y las señales no verbales pueden ser utilizadas para comunicar una transformación interna.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
A través de la actuación de Aki Avni, su personaje se despliega gradualmente, revelando sustratos que inicialmente están ocultos.
Al principio, Yaron se presenta como un personaje acogedor y afable, incluso con un toque de excentricidad simbolizado por su sombrero de «cowboy». Podría ser un intento de conectar con Rachel, en un terreno común o simplemente una faceta de su personalidad carismática. Su afirmación de «creer en ella» establece una relación de confianza y mentoría.
La escena del comedor, donde Yaron se adhiere a un discurso patriótico, puede ser un reflejo de su compromiso con su comunidad, lo que en principio parece ser una cualidad positiva. Pero este patriotismo también es una pista temprana de un nacionalismo más extremo.
Finalmente, uniformado y armado, es un giro dramático que contrasta fuertemente con la imagen inicial que se nos presentó. El uso de la kipá y el subfusil es simbólico, representando una fusión de fervor religioso y militarismo. La transformación de Yaron podría ser el resultado de un trastorno de personalidad preexistente, exacerbado por el clima prebélico y posiblemente por una ideología radical.
Lo que hace que esta transformación sea efectiva es la sutileza. No es una revelación repentina, sino una serie de pistas y cambios en el comportamiento de Yaron que culminan en una revelación completa de su verdadera naturaleza.
La progresión de Yaron desde una figura paternal y acogedora hasta una encarnación de la violencia y el extremismo refleja una narrativa más amplia sobre la dualidad de la naturaleza humana y los peligros del radicalismo. No solo sirve para el desarrollo del personaje, sino que también puede ser vista como un comentario sobre los conflictos más amplios que enfrenta la sociedad israelí, especialmente en los actuales tiempos de guerra.
Los diálogos con Rachel son ricos y reveladores, no solo avanzando en la trama, sino también profundizando en los temas y valores que la película busca explorar. Por ejemplo, en el primer encuentro de la chica con el personaje de Ironside, se tocan temas de moralidad, supervivencia, historia y conflicto.
El paisaje de Israel, especialmente el de un «kibutz», es una metáfora potente. Un lugar de belleza austera, con una historia rica y compleja, similar a la película: un terreno que podría albergar «tesoros» ocultos si se excava lo suficiente. Para que así sea se necesitaría guiar al espectador más allá de la superficie, a través de una narrativa más audaz o una dirección que se atreva a profundizar en los aspectos más críticos de la historia. Una película que logra esto deja una impresión duradera y fomenta discusiones significativas mucho después de que los créditos finales hayan terminado.
Da la sensación de que el director quiere jugar a la «autocrítica», y en cierto modo se agradece tal loable intención, ni que sea por presión social, y más ahora en los tiempos que corren en el ámbito social y geopolítico que juegan palestinos y judíos. No deja de ser una ácida crítica al eterno conflicto de Oriente Medio.
Para que la «autocrítica» sea efectiva y no se pierda en la interpretación, el «script» debe ser claro en su intención sin ser didáctico. La película debe equilibrar la narrativa de entretenimiento con momentos de reflexión que inviten a cuestionar y a razonar.
Finalmente, plantea un enigma narrativo que desdibuja la línea entre la ambigüedad intencionada y una resolución insatisfactoria, desafiando al espectador a discernir entre la complejidad temática y posibles deficiencias del guion. La incertidumbre sobre la redención de la protagonista y la verdadera identidad del asesino, junto con el trato a los voluntarios, refleja las tensiones sociales y la naturaleza humana, pero puede dejar al público confuso. Aunque se puede enriquecer la experiencia cinematográfica, la falta de contexto o cierre claro corre el riesgo de que la pieza parezca incompleta, especialmente en un género que se apoya en la resolución de misterios.
Al principio, Yaron se presenta como un personaje acogedor y afable, incluso con un toque de excentricidad simbolizado por su sombrero de «cowboy». Podría ser un intento de conectar con Rachel, en un terreno común o simplemente una faceta de su personalidad carismática. Su afirmación de «creer en ella» establece una relación de confianza y mentoría.
La escena del comedor, donde Yaron se adhiere a un discurso patriótico, puede ser un reflejo de su compromiso con su comunidad, lo que en principio parece ser una cualidad positiva. Pero este patriotismo también es una pista temprana de un nacionalismo más extremo.
Finalmente, uniformado y armado, es un giro dramático que contrasta fuertemente con la imagen inicial que se nos presentó. El uso de la kipá y el subfusil es simbólico, representando una fusión de fervor religioso y militarismo. La transformación de Yaron podría ser el resultado de un trastorno de personalidad preexistente, exacerbado por el clima prebélico y posiblemente por una ideología radical.
Lo que hace que esta transformación sea efectiva es la sutileza. No es una revelación repentina, sino una serie de pistas y cambios en el comportamiento de Yaron que culminan en una revelación completa de su verdadera naturaleza.
La progresión de Yaron desde una figura paternal y acogedora hasta una encarnación de la violencia y el extremismo refleja una narrativa más amplia sobre la dualidad de la naturaleza humana y los peligros del radicalismo. No solo sirve para el desarrollo del personaje, sino que también puede ser vista como un comentario sobre los conflictos más amplios que enfrenta la sociedad israelí, especialmente en los actuales tiempos de guerra.
Los diálogos con Rachel son ricos y reveladores, no solo avanzando en la trama, sino también profundizando en los temas y valores que la película busca explorar. Por ejemplo, en el primer encuentro de la chica con el personaje de Ironside, se tocan temas de moralidad, supervivencia, historia y conflicto.
El paisaje de Israel, especialmente el de un «kibutz», es una metáfora potente. Un lugar de belleza austera, con una historia rica y compleja, similar a la película: un terreno que podría albergar «tesoros» ocultos si se excava lo suficiente. Para que así sea se necesitaría guiar al espectador más allá de la superficie, a través de una narrativa más audaz o una dirección que se atreva a profundizar en los aspectos más críticos de la historia. Una película que logra esto deja una impresión duradera y fomenta discusiones significativas mucho después de que los créditos finales hayan terminado.
Da la sensación de que el director quiere jugar a la «autocrítica», y en cierto modo se agradece tal loable intención, ni que sea por presión social, y más ahora en los tiempos que corren en el ámbito social y geopolítico que juegan palestinos y judíos. No deja de ser una ácida crítica al eterno conflicto de Oriente Medio.
Para que la «autocrítica» sea efectiva y no se pierda en la interpretación, el «script» debe ser claro en su intención sin ser didáctico. La película debe equilibrar la narrativa de entretenimiento con momentos de reflexión que inviten a cuestionar y a razonar.
Finalmente, plantea un enigma narrativo que desdibuja la línea entre la ambigüedad intencionada y una resolución insatisfactoria, desafiando al espectador a discernir entre la complejidad temática y posibles deficiencias del guion. La incertidumbre sobre la redención de la protagonista y la verdadera identidad del asesino, junto con el trato a los voluntarios, refleja las tensiones sociales y la naturaleza humana, pero puede dejar al público confuso. Aunque se puede enriquecer la experiencia cinematográfica, la falta de contexto o cierre claro corre el riesgo de que la pieza parezca incompleta, especialmente en un género que se apoya en la resolución de misterios.