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Voto de Jordirozsa:
5
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6.3
17,514
Terror. Thriller
Secuela del film de culto "El resplandor" (1980) dirigido por Stanley Kubrick y también basado en una famosa novela de Stephen King. La historia transcurre algunos años después de los acontecimientos de "The Shining", y sigue a Danny Torrance (Ewan McGregor), traumatizado y con problemas de ira y alcoholismo que hacen eco de los problemas de su padre Jack, que cuando sus habilidades psíquicas resurgen, se contacta con una niña de nombre ... [+]
25 de abril de 2023
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
No hay duda de que en «Dr.Sleep» (2019), de Mike Flanagan, lo que más ha dado que hablar, es esta polémica sobre el disgusto de Stephen King con el trabajo que hizo Stanley Kubrick en 1980 con «The Shining», en la que sólo faltaba la participación del gran Jack Nicholson como protagonista, para rematar la consagración de este título en el terror cinematográfico. Pero ya se sabe que, «cuando el río suena» … y aquí, con un notable autor de novelas de horror decidido a escribir una segunda parte de su obra original, unos productores cinematográficos ávidos por traerla a la gran pantalla, y un realizador dispuesto a complacerles para llevarse la parte del pastel que le corresponde (que pa eso vive de dirigir películas). Y ya conocemos el resultado: deseando ser amable con quienes le contrataron, al tiempo de no querer profanar la memoria de su antecesor, nuestro querido Mike se olvida por completo de aquello que precisamente hizo grande a un maestro de maestros: engendrar arte cinematográfico siguiendo el propio estilo y los propios dictados de su creatividad, en vez de los del «mainstream» comercial y los de un escritor, por muy suya que sea la idea y/o la novela embrionaria. Sobre el hecho que han comentado muchos que no se le puede ni podrá comparar nunca, cabe decir que a Flanagan le queda mucho trecho todavía por recorrer. Comercialmente, salieron airosos del tema, pues tuvieron para repartirse casi treinta millones de dólares de beneficios. Artísticamente, ya es harina de otro costal.
Independientemente de cualquier otro tipo de consideración, estamos hablando de dos directores (Kubrick y Flanagan), de estilos completamente diferentes. Ya no sólo atendiéndonos a compararles sobre la base de la obra de King. Mientras que Kubrick es conocido por su enfoque meticuloso y perfeccionista, así como por sus exploraciones filosóficas y visuales, Flanagan se centra más en el terror psicológico y emocional a través de la narrativa y el desarrollo de personajes. Kubrick abarcó y demostró saber desenvolverse en muchos tipos de géneros, pero Flanagan se ha quedado encorsetado en el mundo del terror (igual es esto por lo que King le eligió). Sin embargo, lo que tienen en común ambos cineastas en la adaptación de la literatura del escritor de Maine, es la ausencia del omnipresente e impuesto recurso del «jumpscare» y el gore extremo, como reclamo atencional base del público.
Ambos directores buscan crear una atmósfera en la que se desarrolle un imparable y constante crescendo en el ritmo narrativo, aunque Flanagan nos arrastre en los primeros minutos de su «largo»metraje (por lo menos durante la primera media hora), a lomos de un plomizo compás, que a más de uno habrá consumido de impaciencia. En la presentación de un Danny Torrance (Ewan McGregor) que pasa su purgatorio (y nos lo hace pasar a nosotros, discurriendo por él a lenta cocción), en una introducción que intenta retomar las cosas donde las dejó Kubrick, para acabar metiéndonos de lleno en el rol de un protagonista adulto, incapaz de salir de su perfil de Obi Wan. Para así hacer de mentor o maestro de una joven «padawan» con poderes similares a los suyos, pero mucho más intensos.
La trece añera Kyliegh Curran interpreta a Abra, un personaje tallado a medida de una súper heroína del mundo «Marvel»: al tiempo que una aspirante a «jedi» o «skywalker», que tiene las cosas tan claras, que su enfrentamiento con «el lado oscuro de la fuerza» en «Dr.Sleep» se antojará como un paseo por las nubes (nunca mejor dicho en alguna escena), que no por las galaxias, bastante descafeinado que hará de la tensión dramática y el camino al clímax final, algo considerablemente fofo y falto de auténtico interés. Eso sí, tanto como personaje como actriz, la chavala le da cien patadas al rubiales. Ambos se enfrentarán a la villana Rose «The Hat» (una muy convincente, tanto como gafada en papeles anteriores, escandinava, Rebecca Ferguson) y su panda de harapientos vampiros «chupa almas», que como tales se quedan a una buena tirada de antojarse como terroríficos, sino que más bien nos recuerdan al clan de críos huérfanos y callejeros de «Oliver» (1968), de Carol Reed, guiados por el casi cómico rufián que les acoge y alimenta a cambio de que cometan robos para él. Por lo tanto, ya el planteamiento de los personajes me confunde y podría llegar a pensar que estoy en un «spin off», versión o «reboot» surrealista de la saga de «Star Wars» (1977-), si no fuera porque la mala de turno no le llega a la suela de las botas al Darth Wader (ni con chistera puesta), o a cualquiera de los legendarios antagonistas de la colección. Pero lo que sí sabe hacer Flanagan con su malvada, es dotarla (lo siento por los «mainstreamistas» de casaca morada) de ese aire clásico de «fèmme fatale» que usa la seducción hasta que ya no le resulta útil, y entonces saca toda su mala leche, siendo capaz de lo más atroz. Tanto ella como sus secuaces, que durante todo el «film» nos tienen bamboleando entre lo tragicómico o risible, y lo verdaderamente ominoso.
En este contexto, se podría decir que McGregor, un actor (a juzgar por su papel en esta cinta, diríamos que se halla en franco declive o decadencia), vive de rentas del refrito personaje otrora creado por George Lucas, y del que sólo en el inmortal Alec Guiness reconozco unas brillantes caracterización y actuación. Otro rasgo, por supuesto fallido, que me chirría del actor, es este intento de cariz «hamletiano» (no sólo porque le atribuyo un ligero parecido fisonómico con Keneth Branagh), que le lleva a dar palos de ciego (y por lo tanto a cagarla constantemente) buscando la redención de un pasado tormentoso y traumatizante, vinculado a las desgracias y neuras de sus progenitores.
No podemos hablar de terror propiamente dicho, sino que raya en varios puntos la aventura fantástica y el «thriller», incluso la acción en alguna escena que nos recuerda más los capítulos de «El Equipo A» (1983 – 1987), que a una historia de horror,
Independientemente de cualquier otro tipo de consideración, estamos hablando de dos directores (Kubrick y Flanagan), de estilos completamente diferentes. Ya no sólo atendiéndonos a compararles sobre la base de la obra de King. Mientras que Kubrick es conocido por su enfoque meticuloso y perfeccionista, así como por sus exploraciones filosóficas y visuales, Flanagan se centra más en el terror psicológico y emocional a través de la narrativa y el desarrollo de personajes. Kubrick abarcó y demostró saber desenvolverse en muchos tipos de géneros, pero Flanagan se ha quedado encorsetado en el mundo del terror (igual es esto por lo que King le eligió). Sin embargo, lo que tienen en común ambos cineastas en la adaptación de la literatura del escritor de Maine, es la ausencia del omnipresente e impuesto recurso del «jumpscare» y el gore extremo, como reclamo atencional base del público.
Ambos directores buscan crear una atmósfera en la que se desarrolle un imparable y constante crescendo en el ritmo narrativo, aunque Flanagan nos arrastre en los primeros minutos de su «largo»metraje (por lo menos durante la primera media hora), a lomos de un plomizo compás, que a más de uno habrá consumido de impaciencia. En la presentación de un Danny Torrance (Ewan McGregor) que pasa su purgatorio (y nos lo hace pasar a nosotros, discurriendo por él a lenta cocción), en una introducción que intenta retomar las cosas donde las dejó Kubrick, para acabar metiéndonos de lleno en el rol de un protagonista adulto, incapaz de salir de su perfil de Obi Wan. Para así hacer de mentor o maestro de una joven «padawan» con poderes similares a los suyos, pero mucho más intensos.
La trece añera Kyliegh Curran interpreta a Abra, un personaje tallado a medida de una súper heroína del mundo «Marvel»: al tiempo que una aspirante a «jedi» o «skywalker», que tiene las cosas tan claras, que su enfrentamiento con «el lado oscuro de la fuerza» en «Dr.Sleep» se antojará como un paseo por las nubes (nunca mejor dicho en alguna escena), que no por las galaxias, bastante descafeinado que hará de la tensión dramática y el camino al clímax final, algo considerablemente fofo y falto de auténtico interés. Eso sí, tanto como personaje como actriz, la chavala le da cien patadas al rubiales. Ambos se enfrentarán a la villana Rose «The Hat» (una muy convincente, tanto como gafada en papeles anteriores, escandinava, Rebecca Ferguson) y su panda de harapientos vampiros «chupa almas», que como tales se quedan a una buena tirada de antojarse como terroríficos, sino que más bien nos recuerdan al clan de críos huérfanos y callejeros de «Oliver» (1968), de Carol Reed, guiados por el casi cómico rufián que les acoge y alimenta a cambio de que cometan robos para él. Por lo tanto, ya el planteamiento de los personajes me confunde y podría llegar a pensar que estoy en un «spin off», versión o «reboot» surrealista de la saga de «Star Wars» (1977-), si no fuera porque la mala de turno no le llega a la suela de las botas al Darth Wader (ni con chistera puesta), o a cualquiera de los legendarios antagonistas de la colección. Pero lo que sí sabe hacer Flanagan con su malvada, es dotarla (lo siento por los «mainstreamistas» de casaca morada) de ese aire clásico de «fèmme fatale» que usa la seducción hasta que ya no le resulta útil, y entonces saca toda su mala leche, siendo capaz de lo más atroz. Tanto ella como sus secuaces, que durante todo el «film» nos tienen bamboleando entre lo tragicómico o risible, y lo verdaderamente ominoso.
En este contexto, se podría decir que McGregor, un actor (a juzgar por su papel en esta cinta, diríamos que se halla en franco declive o decadencia), vive de rentas del refrito personaje otrora creado por George Lucas, y del que sólo en el inmortal Alec Guiness reconozco unas brillantes caracterización y actuación. Otro rasgo, por supuesto fallido, que me chirría del actor, es este intento de cariz «hamletiano» (no sólo porque le atribuyo un ligero parecido fisonómico con Keneth Branagh), que le lleva a dar palos de ciego (y por lo tanto a cagarla constantemente) buscando la redención de un pasado tormentoso y traumatizante, vinculado a las desgracias y neuras de sus progenitores.
No podemos hablar de terror propiamente dicho, sino que raya en varios puntos la aventura fantástica y el «thriller», incluso la acción en alguna escena que nos recuerda más los capítulos de «El Equipo A» (1983 – 1987), que a una historia de horror,
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
en la que vemos al «Obi Wan» y a un colega suyo que se traga su historia sin más, liarse a tiros con los «vaper» vampiros, como en una de «Abierto hasta el Amanecer» (1996 – 2014). A nivel semiótico, incorpora muchos elementos estructurales y formales de los videojuegos, y puntualmente hace algún exabrupto de descarnada violencia que desentona, sin paliativos, como cuando el secuestro, asesinato y succión del alma de un pobre crío que vuelve de jugar al béisbol. Escena que, por su inusitada crueldad, da al traste con una calificación de la película que permitiera ensanchar el público diana a una franja bastante más joven, cosa que, por el tono, estilo y lenguaje del «film», se puede pensar que es lo que se pretendía.
En lo que podríamos dividir la historia (en tres actos estándar), entre una mezcla de anodina y perezosa presentación de antecedentes (pero que extrañamente no adolece de cierto poder cautivador) y un trepidante final con juegos artificiales y hoguera de San Juan (nunca mejor dicho), tenemos un puchero de ingredientes hervidos en una olla, como echado y mezclado todo a puñados. Y no es que el caldo no sea sabroso, pero tratándose de King, y más en el caso de sus trabajos más flojos o hechos apresuradamente en la freidora de churros para hacerse rápido con los «royalties» que le pagará la Warner esa, el director, o se las apaña para marcar su huella como hizo Kubrick en su día, o, como se pretenda de manera obsesiva traducir el embrollado lenguaje de King (que parece ir con un sistema operativo diferente al audiovisual), nos vamos directamente al naufragio, en una aventura de deporte de riesgo suicida. Flanagan se salva del hundimiento total, porque no dejan de funcionar los botes salvavidas, que son básicamente las actuaciones femeninas, y algunos aspectos de la factura técnica, así como el ramalazo nostálgico con el que se barniza de Kubrick el cascarón de una nave que vemos andar en constante deriva, entre el genuino interés por crear una línea propia y el “deber” comercial.
La música de los Newton Brothers, aparte de no querer ser menos en los dichosos homenajes (ya cuando escucho el «Dies Irae» me pongo nervioso), se manifiesta como uno de esos cantantes de coral de aficionados que, por elevar el volumen (la mayor parte de veces impertinentemente), creen que afinarán más y que todo el mundo oirá “lo bien que cantan”. No se enteran de que lo que producen o emiten se tiene que ajustar a la harmonía del conjunto. Por su exagerada “épica”, la partitura no termina de casar con el tono que debería. En términos absolutos es una buena composición que, de hecho, le da algún entero a la narrativa, pero no va con lo que se quiere transmitir. El silencio, a veces, es mucho más elocuente. Lo mismo sucede con la fotografía, los efectos y la ambientación, que no se sabe exactamente a lo que pretenden servir, en ese puchero del que hablaba anteriormente, en la parte central del relato. Aunque son de notable calidad, y lo que más contribuye al aprobado justo de la película.
A Flanagan no se le da lo de guiar tráileres, y menos en las condiciones funámbulas en las que tiene que dirigir en esta ocasión. Ni aquí, ni en las argumentalmente enrevesadísimas y complicadas sin necesidad, «The Haunting of Hill House» (2018) y «The Haunting of Bly Manor» (2020), que no son precisamente sus mejores trabajos. De momento, me quedo con la trepidante, más casera y brillantemente dirigida «Hush» (2016), en donde, igual que en «Dr.Sleep», uno de mis personajes favoritos es el gato de la (o del, respectivamente) protagonista.
Espero que en este casposo viaje por la producción cinematográfica que King (Stephen para los amigos) ha emprendido en aras del resarcimiento, el hombre sea honesto y sensato, pase página y le diga a nuestro malogrado Danny Torrance, como al príncipe danés «shakesperiano» al que hice referencia más arriba, hablando de McGregor: «dulces sueños, mi noble príncipe» … en este caso, Doctor.
En lo que podríamos dividir la historia (en tres actos estándar), entre una mezcla de anodina y perezosa presentación de antecedentes (pero que extrañamente no adolece de cierto poder cautivador) y un trepidante final con juegos artificiales y hoguera de San Juan (nunca mejor dicho), tenemos un puchero de ingredientes hervidos en una olla, como echado y mezclado todo a puñados. Y no es que el caldo no sea sabroso, pero tratándose de King, y más en el caso de sus trabajos más flojos o hechos apresuradamente en la freidora de churros para hacerse rápido con los «royalties» que le pagará la Warner esa, el director, o se las apaña para marcar su huella como hizo Kubrick en su día, o, como se pretenda de manera obsesiva traducir el embrollado lenguaje de King (que parece ir con un sistema operativo diferente al audiovisual), nos vamos directamente al naufragio, en una aventura de deporte de riesgo suicida. Flanagan se salva del hundimiento total, porque no dejan de funcionar los botes salvavidas, que son básicamente las actuaciones femeninas, y algunos aspectos de la factura técnica, así como el ramalazo nostálgico con el que se barniza de Kubrick el cascarón de una nave que vemos andar en constante deriva, entre el genuino interés por crear una línea propia y el “deber” comercial.
La música de los Newton Brothers, aparte de no querer ser menos en los dichosos homenajes (ya cuando escucho el «Dies Irae» me pongo nervioso), se manifiesta como uno de esos cantantes de coral de aficionados que, por elevar el volumen (la mayor parte de veces impertinentemente), creen que afinarán más y que todo el mundo oirá “lo bien que cantan”. No se enteran de que lo que producen o emiten se tiene que ajustar a la harmonía del conjunto. Por su exagerada “épica”, la partitura no termina de casar con el tono que debería. En términos absolutos es una buena composición que, de hecho, le da algún entero a la narrativa, pero no va con lo que se quiere transmitir. El silencio, a veces, es mucho más elocuente. Lo mismo sucede con la fotografía, los efectos y la ambientación, que no se sabe exactamente a lo que pretenden servir, en ese puchero del que hablaba anteriormente, en la parte central del relato. Aunque son de notable calidad, y lo que más contribuye al aprobado justo de la película.
A Flanagan no se le da lo de guiar tráileres, y menos en las condiciones funámbulas en las que tiene que dirigir en esta ocasión. Ni aquí, ni en las argumentalmente enrevesadísimas y complicadas sin necesidad, «The Haunting of Hill House» (2018) y «The Haunting of Bly Manor» (2020), que no son precisamente sus mejores trabajos. De momento, me quedo con la trepidante, más casera y brillantemente dirigida «Hush» (2016), en donde, igual que en «Dr.Sleep», uno de mis personajes favoritos es el gato de la (o del, respectivamente) protagonista.
Espero que en este casposo viaje por la producción cinematográfica que King (Stephen para los amigos) ha emprendido en aras del resarcimiento, el hombre sea honesto y sensato, pase página y le diga a nuestro malogrado Danny Torrance, como al príncipe danés «shakesperiano» al que hice referencia más arriba, hablando de McGregor: «dulces sueños, mi noble príncipe» … en este caso, Doctor.