Desde su primera entrega, la serie de películas de John Wick ha llamado la atención del público por su forma de ambientar las actividades criminales. En la primera película, por ejemplo, las sombras de los asesinos estaban enlazadas con una especie de grupo elitista bajo el que se patrocinaban todas las actividades violentas. En esta segunda entrega ocurre algo parecido, salvo que ahora toda la sociedad está realmente penetrada por los lazos de la violencia. Es como si se nos dijera que todos somos responsables de lo que pasa en las ciudades. John Wick se ve, así, tanto apoyado como espiado por el resto del mundo, literalmente.
En ese esquema de cosas, la película fluye y nos hace creer que este universo criminal es irreductible y que, al contrario de lo que puede pasar en la vida real, este planeta macabro es un gozo de ver y de sentir tan cercano. Sutilezas narrativas que hacen que la película sea un verdadero placer audiovisual.