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Voto de Bloomsday:
8

Voto de Bloomsday:
8
7.8
1,880
Drama. Comedia
La familia Yoshii se traslada a vivir a un suburbio de Tokio para que el padre esté más cerca de su trabajo. Los dos hijos deben adaptarse a la nueva escuela, pero se encuentran con la hostilidad de un grupo de chicos entre los que está Taro, el hijo del señor Iwasaki, jefe de su padre. Convertidos finalmente en los líderes del grupo, cuando descubren la actitud servil de su padre hacia su jefe deciden organizar una original huelga infantil. (FILMAFFINITY) [+]
10 de mayo de 2009
10 de mayo de 2009
46 de 49 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que no perro.
Pirámide social, desfile en lontananza de niños y adultos entre órdenes y jerarquías consustanciales a esa condición humana que se ve asomar al fondo, saludando a una cámara menos estática de lo habitual en Ozu. Y todo medio en broma. Otra muesca de vida y tiempo del director japonés. Sentarte tranquilo a ver su cine, ¡qué importante es! Más importante que ser importante, deduzco yo aunque a nadie le importe.
Paralelismos para enfrentar similitudes entre dos mundos: niños por un lado, y éxito o fracaso profesional, ya de adultos. La fuerza embrutecida y el dinero; la amenaza y el aspaviento. Yin y Yang. Coca-Cola y Pepsi. El día a día es una jungla amable.
La película avanza mostrando una correlación de ritos, adultos e infantiles, que definen formas atávicas de relación y mando. Comerse un huevo para ser más fuerte; ceremonia social de adulación al jefe para que el nepotismo te favorezca. Ritos iguales en edades distintas. Pegar dos hostias con los zoris de madera para ganarse miedos o hacer el bufón para granjearse afectos. Los niños aún reparten con armas de inocencia de bragueta abierta mientras el padre se encoge dentro de su chaleco chupatintas. Pero no es el padre el culpable. El culpable es el tiempo, así que no me carguen contra el progenitor en favor de las rebeldías de sus hijos, amigos cinéfilos, que en su “fracaso” pace la familia. Así lo pide Ozu comprendiendo a ese oficinista y su botella. No es que lo diga yo. A los niños ya les tocará pringar… Cuando les toque. Y sin embargo… han nacido.
Todo esto está rematado por el realizador con un pie en el desenfado, sobre todo por la fisicidad de los hermanos protagonistas (que ensayaría también en otras ocasiones), y otro en cierta solemnidad con ribetes de advertencia. Fuerzas entrelazadas -comedia-drama; niño-adulto- consagradas a un metraje carente de estridencias, ambivalente en su condición de pálpito, que no reflexión, vital.
Y así se deja descubrir, porque se deja, no se atrapa, el cine de Ozu como las tiras de fotogramas que tanto importan en esta trama. El cine como testigo casual, azaroso casi, de algo que podríamos llamar “verdad” -si tal cosa existiera-, mostrada con la fuerza impávida de la confidencia reveladora, como un soplo de ceremonia doméstica y cotidiana. Un cine que se mete en los resquicios del respirar contando cosas de las que, dándolas por sabidas, no solemos acordarnos.
Buenos días (Ozu-1959) a tod@s.
Pirámide social, desfile en lontananza de niños y adultos entre órdenes y jerarquías consustanciales a esa condición humana que se ve asomar al fondo, saludando a una cámara menos estática de lo habitual en Ozu. Y todo medio en broma. Otra muesca de vida y tiempo del director japonés. Sentarte tranquilo a ver su cine, ¡qué importante es! Más importante que ser importante, deduzco yo aunque a nadie le importe.
Paralelismos para enfrentar similitudes entre dos mundos: niños por un lado, y éxito o fracaso profesional, ya de adultos. La fuerza embrutecida y el dinero; la amenaza y el aspaviento. Yin y Yang. Coca-Cola y Pepsi. El día a día es una jungla amable.
La película avanza mostrando una correlación de ritos, adultos e infantiles, que definen formas atávicas de relación y mando. Comerse un huevo para ser más fuerte; ceremonia social de adulación al jefe para que el nepotismo te favorezca. Ritos iguales en edades distintas. Pegar dos hostias con los zoris de madera para ganarse miedos o hacer el bufón para granjearse afectos. Los niños aún reparten con armas de inocencia de bragueta abierta mientras el padre se encoge dentro de su chaleco chupatintas. Pero no es el padre el culpable. El culpable es el tiempo, así que no me carguen contra el progenitor en favor de las rebeldías de sus hijos, amigos cinéfilos, que en su “fracaso” pace la familia. Así lo pide Ozu comprendiendo a ese oficinista y su botella. No es que lo diga yo. A los niños ya les tocará pringar… Cuando les toque. Y sin embargo… han nacido.
Todo esto está rematado por el realizador con un pie en el desenfado, sobre todo por la fisicidad de los hermanos protagonistas (que ensayaría también en otras ocasiones), y otro en cierta solemnidad con ribetes de advertencia. Fuerzas entrelazadas -comedia-drama; niño-adulto- consagradas a un metraje carente de estridencias, ambivalente en su condición de pálpito, que no reflexión, vital.
Y así se deja descubrir, porque se deja, no se atrapa, el cine de Ozu como las tiras de fotogramas que tanto importan en esta trama. El cine como testigo casual, azaroso casi, de algo que podríamos llamar “verdad” -si tal cosa existiera-, mostrada con la fuerza impávida de la confidencia reveladora, como un soplo de ceremonia doméstica y cotidiana. Un cine que se mete en los resquicios del respirar contando cosas de las que, dándolas por sabidas, no solemos acordarnos.
Buenos días (Ozu-1959) a tod@s.