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Voto de el pastor de la polvorosa:
9
Voto de el pastor de la polvorosa:
9
7.9
3,388
17 de marzo de 2013
17 de marzo de 2013
11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
El amor juvenil destruido por la guerra es un lugar común en el cine desde los tiempos de El gran desfile de King Vidor: esta película renueva el tópico y, aprovechando el fugaz deshielo que inauguró la era de Jruschev, se permite una visión crítica de la corrupción dentro del ejército Rojo y la sociedad de la URSS estalinista. Aun manteniendo la corrección política, el cine empezaba a mostrar que los villanos no sólo eran los enemigos del sistema, sino que también se ocultaban en los repliegues de este.
Pero la película es esencialmente lírica, y los aspectos sociológicos o políticos son secundarios y circunstanciales. Kalatozov tiene la pureza de un primitivo (Tatiana Samoylova, la actriz que encarna al personaje de Verónica/Ardilla, recuerda a la madonna de la Anunciación de Palermo de Antonello da Messina): como si redescubriera el cine después del tremendo paréntesis del realismo socialista y las grandes purgas, tratando de enlazar, por otros medios, con el impulso creativo de los grandes directores soviéticos de los años 20.
Las actuaciones un tanto solemnes y algunas pinceladas costumbristas añaden cierto lastre a una película que por lo demás es puramente aérea. Kalatozov continúa la tradición pictórica de Eisenstein, Dovjenko, Kozintsev o Barnet: no sólo en las composiciones estáticas (que recuerdan las intensas geometrías de Koudelka), sino también en los planos-secuencia, cuya velocidad y virtuosismo no tienen igual en toda la historia del cine. Parece como si el cine soviético quisiera recuperar el tiempo perdido, y en vez de una composición minuciosamente elaborada en la sala de montaje, nos diera una coreografía en tiempo real, con una cámara que corre, gira y vuela, como si estuviera transportada por un artista de circo.
Está claro que este artista corre todos los riesgos y actúa sin red: es imposible no conmoverse ante su entrega y su excelencia.
Pero la película es esencialmente lírica, y los aspectos sociológicos o políticos son secundarios y circunstanciales. Kalatozov tiene la pureza de un primitivo (Tatiana Samoylova, la actriz que encarna al personaje de Verónica/Ardilla, recuerda a la madonna de la Anunciación de Palermo de Antonello da Messina): como si redescubriera el cine después del tremendo paréntesis del realismo socialista y las grandes purgas, tratando de enlazar, por otros medios, con el impulso creativo de los grandes directores soviéticos de los años 20.
Las actuaciones un tanto solemnes y algunas pinceladas costumbristas añaden cierto lastre a una película que por lo demás es puramente aérea. Kalatozov continúa la tradición pictórica de Eisenstein, Dovjenko, Kozintsev o Barnet: no sólo en las composiciones estáticas (que recuerdan las intensas geometrías de Koudelka), sino también en los planos-secuencia, cuya velocidad y virtuosismo no tienen igual en toda la historia del cine. Parece como si el cine soviético quisiera recuperar el tiempo perdido, y en vez de una composición minuciosamente elaborada en la sala de montaje, nos diera una coreografía en tiempo real, con una cámara que corre, gira y vuela, como si estuviera transportada por un artista de circo.
Está claro que este artista corre todos los riesgos y actúa sin red: es imposible no conmoverse ante su entrega y su excelencia.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Este estilo desbordante se ajusta perfectamente al carácter lírico de la narración: como muestra de este, y sin pretender un análisis exhaustivo, cabría referirse a la escena del hospital de Siberia, en la segunda parte de la película, en la que uno de los heridos se desespera recordando que su novia se ha casado con otro. Es evidente que toda la escena está narrada subjetivamente, desde el punto de vista de Ardilla –a la que el relato del soldado, y el posterior discurso del padre de su novio, al que ella se acusa de haber traicionado análogamente, le recuerdan su culpa.
Ella vive la escena como si el soldado herido desconocido fuera su amante Boris. Lo que me gustaría resaltar es que la reacción de aquel se produce cuando escucha por la radio un fragmento de un concierto romántico para piano (creo que el primero de Liszt), como si también lo objetivo se hiciera subjetivo, y el hombre que le ha quitado a su mujer en la retaguardia fuera Mark (el primo pianista que ha tomado a Ardilla).
Ella vive la escena como si el soldado herido desconocido fuera su amante Boris. Lo que me gustaría resaltar es que la reacción de aquel se produce cuando escucha por la radio un fragmento de un concierto romántico para piano (creo que el primero de Liszt), como si también lo objetivo se hiciera subjetivo, y el hombre que le ha quitado a su mujer en la retaguardia fuera Mark (el primo pianista que ha tomado a Ardilla).