En 1968 George A. Romero sorprendió a todos con una propuesta tan aterradora como innovadora. El (sub)género de zombis había nacido de la mano de una cinta realizada con artesanía y dedicación. Tal vez, a día de hoy no se vea como antaño, pero la verdad es que esta película fue pionera tanto por mostrar un ejército de muertos devoradores de carne como por ofrecer un argumento claustrofóbico y agobiante. Encerrarse en una casa que se halla en medio de la nada para protegerse es algo que estamos hartos de ver, y siempre da buen resultado porque logra provocar cierta sensación de aislamiento, pues generalmente no suele haber escapatoria alguna. El ritmo del visionado es adecuado, aunque creo que hubieran podido añadir más minutos en favor del desarrollo de un par de personajes. Sobra el hecho de mencionar que estamos ante una obra de culto que ha creado una tendencia que sigue muy viva, y no es para menos. Se agradece que el film no pierda el tiempo en detalles insignificantes y vaya directo al grano desde los primeros compases, y lo mismo digo sobre el motivo de la zombificación, que en este caso se debe a la contaminación y no a un virus que emerge del error humano. Capto cierto mensaje ecologista... Desde luego, Romero creó escuela con su terror viviente.