Hace falta este tipo de cine, pero el maniqueísmo impide la reflexión. Hace falta más inteligencia, más sutileza, más sensibilidad, para encarar este tipo de guiones.

Se agradece el intento. El problema es que, si no se hace bien, el espectador medio -atraído esta vez gracias a los neones del elenco- se lo pensará dos veces la próxima vez.

Son muy pocos los que pueden permitirse hacer cine social contando con estrellas, por eso la responsabilidad que se asume es enorme. No se puede fallar. Aquí no se puede tratar al espectador con el poco respeto que se le trata en otro tipo de películas. Aquí se le debe permitir reflexionar, no se le debe perseguir buscándole la lágrima en todo momento, como se le persigue en la comedia buscándole la carcajada. Lo segundo es muy lícito, lo primero no. Lo segundo puede funcionar con estereotipos, lo primero no.

En líneas generales, la película no está mal. Pero hay un exceso de melodramatización y de lugares comunes, y de personas muy buenas y desesperadas y sensibles frente a otras muy frías y despiadadas. Por eso se hace pesada, aunque dé lástima decirlo.