Woody Allen, capaz de lo peor pero también de lo mejor. Cuando es capaz de lo mejor, casi siempre alcanza la excelencia. Y este es el caso.

Nos regala una película original, encantadora, dulce (no empalagosa) y romántica a aquellos que pensamos que la forma de vivir la vida, el amor y el romanticismo, tuvo mejores momentos muchos años atrás y a veces soñamos despiertos pensando cómo de bonito habría sido vivir en aquellas épocas.
No resumiré, ni desvelaré nada sobre el argumento. Sólo te daré una pequeña pista: París romántico, lo mires por donde lo mires.

A partir de ahí, te invito a que la veas, sueñes despierto con ella, la vivas con los personajes, te dejes sorprender y te dejes llevar por las calles, la lluvia, las farolas, vayas donde la película te lleve, la disfrutes, y sobre todo, no te quedes tan sólo con lo que ven tus ojos, sino con lo que se desprende de ella: la nostalgia de pensar que hubieron momentos en la historia en que la forma de vivir, sentir la vida y el amor fue infinitamente más bonita que la que existe hoy dia. ¡Y qué envidia de no poder volver y vivirlos!

Woody Allen consigue materializar con precisión, una idea tan sencilla pero a la vez tan compleja, en esta obra maestra hecha, desde mi humilde opinión, a su más puro estilo y con mucho cariño.

Si la ves y consigue mover algo dentro de tí, me darás la razón de que habrá merecido mucho la pena.

¿Quién no lleva dentro de sí una pequeña tienda de nostalgias?