Una versión a la española de Perfetti sconosciuti; por lo que la oportunidad de la presente debe radicar en repetir el éxito (apenas un año después) de la cinta italiana desde la idiosincracia patria. Y, bueno, reto conseguido: el producto es una comedia entretenida, ligera y muy comercial que abunda en lo grotesco de unas situaciones un tanto estrambóticas y con asuntos muy forzados y peliagudos. También, hay que decirlo, muy vulgares y repetidos. Pero, vaya, el género es así y aplica sus disparates para ridiculizar, sorprender y desencadenar la risa. En este sentido, bien, logra mantener el interés en las diversas peripecias de los distintos personajes y crea situaciones tensas, ocurrentes y, también, hay que decirlo, manidas y muy previsibles.

En general, Perfectos desconocidos está muy bien interpretada y muy bien dirigida, es divertida y da para un rato agradable. Punto. No espere más de lo que ofrece. No obstante, hay algo en el guión que, por innecesario, resulta chocante hasta el estorbo. La película tiene unas reminiscencias a Coherence (James Ward Byrkit, 2013) con una inconstante luna de sangre que propone hechizos y magias para ofrecer unas conclusiones un tanto rebuscadas a una farsa sencilla que simplemente pone en cuestión las modernas relaciones sociales y la brutal transcendencia de los teléfonos móviles, unos artefactos a los que hemos confiado nuestros secretos y nuestra conciencia.