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Voto de Eulate:
4

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4
4.7
347
Romance
Cuando Valentine se casa con 20 años con Jules estamos a finales del siglo XIX. A finales del siglo siguiente, una joven parisina, la bisnieta de Valentine corre en un puente y acaba en brazos del hombre que ama. Entre estas dos épocas, hombres y mujeres se encuentran, se aman, se abrazan, mostrando así los destinos románticos de una generación. (FILMAFFINITY)
13 de mayo de 2018
13 de mayo de 2018
2 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Extraña película de bellas maneras, desarrollo singular y contenido desconcertante.
Las bellas maneras vienen de la mano de una fotografía sobresaliente, unos escenarios evocadores y preciosistas y una banda sonora persistente y ofuscada en el repaso de los adagios de las obras pianísticas de Debussy, Satie, Chopin y otros para subrayar con lentitud y melancolía los conceptos románticos (amor y muerte) que trufan el guión.
La imagen y la música abarcan todo. Casi no dejan espacio a la palabra. Los personajes posan continuamente y apenas si dialogan entre sí, por lo que la historia se va hilvanando con noticias breves y esporádicas de una voz superpuesta, a modo de un narrador muy distante y sin compromiso.
La historia, a poco que se piense, no es nada. No cuenta nada y carece por completo de interés. En definitiva, Eternité es el montaje de un árbol genealógico, profuso y enredoso, de unas parejas decimonónicas. Aprovecha el asunto familiar para recrear un ambiente amable y contemplativo, nos muestra como anecdótico el papel reproductor de la mujer de aquellos tiempos (6, 8, 9 hijos) y nos recuerda una y otra vez con regodeo la crueldad de la mortalidad infantil. Y nada más. Nada, solo pasa la vida, constante y obsesiva, que de generación en generación, consigue hacerse eterna, como esta soporífera película.
Las bellas maneras vienen de la mano de una fotografía sobresaliente, unos escenarios evocadores y preciosistas y una banda sonora persistente y ofuscada en el repaso de los adagios de las obras pianísticas de Debussy, Satie, Chopin y otros para subrayar con lentitud y melancolía los conceptos románticos (amor y muerte) que trufan el guión.
La imagen y la música abarcan todo. Casi no dejan espacio a la palabra. Los personajes posan continuamente y apenas si dialogan entre sí, por lo que la historia se va hilvanando con noticias breves y esporádicas de una voz superpuesta, a modo de un narrador muy distante y sin compromiso.
La historia, a poco que se piense, no es nada. No cuenta nada y carece por completo de interés. En definitiva, Eternité es el montaje de un árbol genealógico, profuso y enredoso, de unas parejas decimonónicas. Aprovecha el asunto familiar para recrear un ambiente amable y contemplativo, nos muestra como anecdótico el papel reproductor de la mujer de aquellos tiempos (6, 8, 9 hijos) y nos recuerda una y otra vez con regodeo la crueldad de la mortalidad infantil. Y nada más. Nada, solo pasa la vida, constante y obsesiva, que de generación en generación, consigue hacerse eterna, como esta soporífera película.