Podría hablar de la excesiva duración de una trilogía innecesaria o del exceso de efectos digitales (prácticamente todo está hecho por ordenador, exceptuando los personajes principales) o de la falta de profundidad en el enfoque de esta última película. Podría hablar de todo ello pero realmente de lo que quiero hablar es de esa obsesión de Peter Jackson por las secuencias de montañas, torres, puentes y otros elementos arquitectónicos que se derrumban y dan pie a que los personajes ejerzan de saltimbanquis como si se trataran de yamakasis. En esta película vuelve a hacer gala de ello y resulta aburrido, no sorprende e incluso cansa. Afortunada o desafortunadamente, según se mire, ocurre hacia el final lo que contribuye a cargarse un cierre que, a diferencia de El Retorno del Rey, soberbio si lo comparamos con este, nos acaba dejando un sabor de boca que podría decir amargo pero ni eso, simplemente no deja poso.