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Voto de Tiresiasjh:
8
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8
Bélico. Drama En lo más crudo de la Primera Guerra Mundial, dos jóvenes soldados británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman) reciben una misión aparentemente imposible. En una carrera contrarreloj, deberán atravesar el territorio enemigo para entregar un mensaje que evitará un mortífero ataque contra cientos de soldados, entre ellos el propio hermano de Blake.
23 de enero de 2020 1 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay algo que caracteriza la guerra de trincheras propia de la primera guerra mundial es el pánico que suponía para los soldados abandonar la segura aunque desquiciante zanja que marcaba la línea divisora entre la vida y la muerte. Salir al exterior era sinónimo de muerte y eso lo sabían tanto ellos como lo sabe el espectador con un mínimo conocimiento histórico; pero la inactividad del frente no era mucho mejor. Vivir entre el barro y las ratas podía volverte loco (que se lo digan a Wittgenstein, cuyo Tractatus lo escribió en las trincheras mientras servía al ejército austro-húngaro. Si queréis entender el concepto de locura, os animo a que lo leáis), hacerte enfermar y, finalmente, casi preferir la muerte antes que seguir viviendo en aquella especie de tumba abierta. Por eso la misión encomendada a los dos soldados supone en un principio una esperanza, una forma de abandonar esa monotonía; hasta que descubren que en realidad se trata de una misión suicida. Desde el momento en que los dos protagonistas saltan de la trinchera ya no hay descanso ni para ellos ni para el espectador y comienza una agonía que nos acompañará a lo largo de las casi dos horas de duración de la película e impedirá que podamos despegar la vista de la pantalla.

A dicha agonía contribuye en gran medida el uso del falso plano secuencia; digo falso porque para un ojo experto (yo no lo soy) será perceptible, pero sin duda da el pego y logra que la inmersión sea total. De este modo, los espectadores compartimos el miedo, el terror, el agobio, la adrenalina, el temor y la desesperación de los soldados como si fuéramos un tercer miembro de la expedición. Los soldados, al igual que las ratas, buscan lo mismo: el cobijo de la trinchera y el alimento. El miedo al exterior es tan fuerte, que ni siquiera las bellas escenas de los parajes exteriores evitan seguir sintiendo ese pánico y esa constante amenaza; es más, incluso lo acrecientan al sentirse desprotegidos lejos de su refugio, expuestos al fuego enemigo, y hace que, igual que las ratas, sintamos la necesidad de volver al agujero, al refugio, al lugar seguro.
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