A primera vista, esta película de Michael Anderson -un director que cuenta con unos cuantos trabajos muy interesantes- es muy irregular: la tanqueta-oruga que vemos al comenzar la acción es muy graciosa, y se aprenden cosas sobre el Vaticano, los Papas y la elección de un nuevo Papa, pero la visión que se ofrece de la política internacional, la Guerra Fría y la amenaza de una Tercera Guerra Mundial es bastante simplista, porque resulta que, como aquí los chinos pasan mucha hambre, amenazan con invadir la URSS y otros países limítrofes...

Por otro lado, toda la historia, si se analiza fríamente, es altamente improbable e increíble: un ucraniano que es católico, y que además está preso en un campo de trabajo de Siberia, es liberado de pronto por el régimen soviético y, encima, enviado a Roma. Por si eso no fuera bastante, este hombre es nombrado cardenal, y, a la muerte del Papa, nombrado nuevo sucesor de Pedro. Más difícil todavía: este Papa se escapa de la Ciudad del Vaticano, se viste de civil, hace de mediador entre los soviéticos y la China comunista...Pese a lo increíble que resulta todo, el Papa encarnado por Anthony Quinn resulta simpático por su voluntad renovadora, y además Quinn hace un buen trabajo como actor.

Las tramas secundarias no encajan bien dentro de la trama principal, y están poco desarrolladas. Además, David Janssen tiene demasiada cara de bueno como para ser creíble como marido adúltero.