El antepenúltimo largometraje de la abultada pero más bien desconocida (salvo para los muy avezados) filmografía de Allan Dwan es un barato pero muy curioso "western" en el que la historia plantea retos al protagonista desde un tema tan habitual, y tan recurrente en el género, como es la venganza. Y digo "curioso" porque el personaje de Scott Brady tarda en mostrar el heroísmo que le demanda la historia (y el público) desde el primer minuto, propasándose con la mexicana de buen ver que vive en la misión (Anne Bancroft), emborrachándose en el bar, o negándose a dar su nombre o alguna explicación, al menos al principio.

Por otro lado, este héroe opaco, temerario, solitario, intrigante, vacilante y reticente se ve rodeado por figuras paternas que le afean su conducta (Rhys Williams, Jay C. Flippen) y que tratan de orientarle, mientras el espectador se pregunta si está a la altura de las circunstancias, y si está a la altura (muy alta) de su apellido. Las flaquezas del héroe parecen derivar del éxito de un título como "Solo ante el peligro" (High Noon, 1952), de Fred Zinnemann, influyente en el cine del Oeste de los 50, y destaca también la planificación de las secuencias y los planos, con planos frecuentes en los que vemos a uno de los malos espiar a través de un cristal los movimientos del protagonista. Si a ello unimos los planos en los que Scott Brady o Leo Gordon miran, tendremos un film en el que la mirada cobra bastante importancia.