Bruce Lee es aquí tanto un valeroso justiciero como un héroe nacional chino que trata de restituir la dignidad, y más todavía, el orgullo, de una nación, China, que a principios del siglo XX era humillada y explotada por varias potencias extranjeras. Japón era una de ellas. En la fecha en la que transcurre la acción de este film, Japón todavía no había cometido las barbaridades que luego cometió en China durante la Segunda Guerra Mundial, pero el sentimiento antijaponés del público chino les servía a Lo Wei y a Bruce Lee como catalizador y como excusa para exponer un discurso nacionalista chino que tenía en las luchas de artes marciales el vehículo idóneo. Los japoneses, por consiguiente, son los malos de la película. Eso sí, la acción nunca pierde el ritmo ni el interés, porque va al grano y se pierde en pocos vericuetos sentimentales, y además, los números de artes marciales que se coreografían son verdaderamente impresionantes. En resumen, es un film antológico, que seguramente contribuyó mucho a la fama de su protagonista.