Un avión comercial que transporta trabajadores y militares a una plataforma petrolífera se ve sorprendido por una tormenta de arena y tiene que realizar un aterrizaje de emergencia. Los supervivientes tienen agua para unos 10 días aproximadamente, y se ven en el dilema de esperar a que les localicen en medio del desierto o bien buscar una salida antes que se les agote el agua.
Aunque encuadrado dentro del cine de aventuras, lo cierto es que sus protagonistas no se mueven mucho. Y cuando lo hacen, el realizador apenas aleja la cámara del avión siniestrado, por lo que los pocos desplazamientos que tienen lugar, son omitidos. No por ello se trata de un film que deje de tener su épica, pero Aldrich se preocupa mucho más por realizar un retrato psicológico de unos hombres atrapados en medio del desierto. Por ello, se limita a encuadrarles siempre alrededor del avión siniestrado, o bien dentro del mismo, mientras que las dunas de arena que rodean el avión se erigen como murallas cuya función es evitar que ninguno de los personajes salga vivo de allí.
En este sentido, lo interesante del film es el retrato de los personajes. Empezando por el piloto, Frank Towns (James Stewart), que es quien debería erigirse como el salvador, pero su sentimiento de culpabilidad le bloquea para encontrar alguna solución. Frente a él se erige la figura de Heinrich Dorfmann (Hardy Krüger), que es el que propone una salida: hacer otro avión a partir del siniestrado. Una salida prácticamente inverosímil pero cuya alternativa es esperar a que se les acabe el agua. Curiosamente, la solución no es nada aventurera. No hay espacio para el heroísmo o la épica en este film. En su lugar, el frío y metódico Dorfmann con sus planos y sus cálculos parece ser el único capaz de sacar al grupo del desierto. Pese a la presencia de un militar, sus propuestas no acaban de cuajar con resultados bastante trágicos. Da la impresión que Aldrich hace una velada crítica hacia los militares, aunque de forma muy sutil. Del resto del grupo destacan la presencia de Richard Attenborough como copiloto y la de Ernest Borgine con un papel de trabajador trastornado que termina de perder la cabeza en la arena del desierto.
Aldrich planifica con maestría la puesta en escena, captando con planos cercanos al grupo de supervivientes, prácticamente inmóviles, y con planos más generales para mostrar lo que hay más allá de la sombra del avión, consiguiendo, paradójicamente, una sensación casi claustrofóbica en medio del desierto. Por otro lado, juega con maestría la baza de la intriga, puesto que tras fabricar otro avión, no es hasta el final que pueden arrancar el motor, consiguiendo mantener el interés por el desenlace e incluso cierta tensión cuando llega el momento de intentarlo.
No se podrá catalogar como una película de aventuras al uso, pero lo que no se puede negar es que se trata de un film interesante y de esos de los que no te puedes despegar de la butaca hasta que no se ha terminado.