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Voto de Sibila de Delfos:
9
Voto de Sibila de Delfos:
9
7.2
2,106
27 de agosto de 2013
27 de agosto de 2013
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una tragedia griega en la Irlanda rural. Eso es lo que es El Prado. Con la misma mezcla de hermosura y turbiedad. Con la misma estructura de los espantosos relatos de Eurípides, sus mismos sentimientos desmedidos, sus mismas enseñanzas.
Jim Sheridan, dando una muestra más de su infinita sensibilidad con los temas irlandeses y sobre todo los temas humanos, filma una oda a la ley de la tierra, a esa fuerza de la naturaleza que se manifiesta a veces a través de algunos hombres y que se resiste a los cambios y la modernidad defendiéndose con garras y dientes. La película es bellísima, pero también triste, dura y terrible, llena de ese aire tan mágico y tan especial que tiene el cine irlandés en su mayoría, y como decíamos antes está llena de una enorme sensibilidad y maestría narrativa. Ahí quedan para el recuerdo la escena de la subasta, el cara a cara entre Peter, Bull y Tadgh, la discusión de padre e hijo por el amor que Tadgh siente por la gitana o toda la secuencia final, uno de esos finales que dejan petrificado y con un nudo en la garganta.
Sin olvidar las fascinantes presencias de Sean Bean, Tom Berenger, Brenda Fricker y John Hurt, es Richard Harris quien da el toque último de calidad a la película. Harris mira de una forma sobrenatural, se crece más y más según avanza la película, e interpreta de forma desgarradora el descenso a los infiernos de un hombre que pierde todo justo en el momento en que consigue lo único que parecía importarle. Es gracias a él que ese personajazo que es Bull McCabe resulta a la vez digno de lástima, terrorífico, amenazante y lleno de esa misma fuerza de su prado, de la tierra irlandesa que impregna toda la obra.
Una película sobrecogedora. Una película para el recuerdo.
Lo mejor: Richard Harris y el halo trágico de la propuesta.
Lo peor: Quizá podría haber sido diez minutos más corta y no le habría pasado nada.
Jim Sheridan, dando una muestra más de su infinita sensibilidad con los temas irlandeses y sobre todo los temas humanos, filma una oda a la ley de la tierra, a esa fuerza de la naturaleza que se manifiesta a veces a través de algunos hombres y que se resiste a los cambios y la modernidad defendiéndose con garras y dientes. La película es bellísima, pero también triste, dura y terrible, llena de ese aire tan mágico y tan especial que tiene el cine irlandés en su mayoría, y como decíamos antes está llena de una enorme sensibilidad y maestría narrativa. Ahí quedan para el recuerdo la escena de la subasta, el cara a cara entre Peter, Bull y Tadgh, la discusión de padre e hijo por el amor que Tadgh siente por la gitana o toda la secuencia final, uno de esos finales que dejan petrificado y con un nudo en la garganta.
Sin olvidar las fascinantes presencias de Sean Bean, Tom Berenger, Brenda Fricker y John Hurt, es Richard Harris quien da el toque último de calidad a la película. Harris mira de una forma sobrenatural, se crece más y más según avanza la película, e interpreta de forma desgarradora el descenso a los infiernos de un hombre que pierde todo justo en el momento en que consigue lo único que parecía importarle. Es gracias a él que ese personajazo que es Bull McCabe resulta a la vez digno de lástima, terrorífico, amenazante y lleno de esa misma fuerza de su prado, de la tierra irlandesa que impregna toda la obra.
Una película sobrecogedora. Una película para el recuerdo.
Lo mejor: Richard Harris y el halo trágico de la propuesta.
Lo peor: Quizá podría haber sido diez minutos más corta y no le habría pasado nada.