David Cronenberg vuelve. Después de sacudirnos con la excelsa Una historia de violencia, regresa a la palestra cinematográfica con una película que perfectamente podría haberse llaamdo de igual forma. Porque Promesas del Este vuelve a hablar de muchos temas y de uno en particular: la violencia.
Pocas cosas han cambiado desde 2005. La historia sigue siendo fascinante, la acción sigue siendo visceral, Cronenberg sigue demostrando su elegancia y el reparto es excelente (si Viggo Mortensen, simplemente extraordinario, no está nominado al Oscar en la próxima ceremonia, se cometerá una grave injusticia). Sin embargo, hay fallos que Una historia de violencia evitaba, y se reducen a tres: la tensión, el tratamiento de la violencia y el final. Hay mucha menos emoción que en la primera reunión Cronenberg-Mortensen y el poder hipnótico de la cinta también es menor; la violencia es mucho más gratuita aquí (sobre todo en la secuencia inicial en la barbería) y el final es demasiado precipitado y confuso (¿quién era realmente Nikolai? A mí no me quedó muy claro, aunque tal vez se trataba de éso).
Pero lo que de verdad importa es la perfección del guión, el excelente ritmo narrativo del mismo y el entusiasmo que pone Cronenberg detrás de la cámara. Una película a tener en cuenta para las futuras entregas de premios y que, para quien esto firma, es lo mejor de lo que llevamos de año junto con Ratatouille.

Lo mejor: Viggo Mortensen, Naomi Watts y todo el guión (salvo el final).
Lo peor: Vincent Cassel, en su enésimo papel de criminal, sobreactúa como nunca y pasea por la pantalla su repertorio de muecas y caras de bestia. No sé si conozco un actor más encasillado que él.