Haz click aquí para copiar la URL
Voto de Chris Jiménez:
8
Animación. Fantástico. Ciencia ficción Neo-Tokyo reúne tres historias cortas dirigidas y escritas cada una por tres de los directores de animación japonesa más reconocidos del sector: Katsuhiro Ôtomo (Akira, Steamboy), Rintaro (Osamu Tezuka's Metropolis) y Yoshiaki Kawajiri (Wicked City, Ninja Scroll, Demon City) - Laberinto (Labyrinth-Labyrintos), de Rintaro: Una historia un tanto surrealista, seguidora del más puro "non sense" de Lewis Carroll en "Alicia en el País de las ... [+]
28 de febrero de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
A través de los corredores oscuros de un mundo situado entre la vigilia y la pesadilla, seguimos a una niña y a su gordo gato, desde la función circense que presenta pliegues retorcidos y esculturas de piedra humanas hacia universos de violencia y máquinas, de futuros inimaginables, de aventuras imposibles...

Y en sus entrañas nos vamos a adentrar de la mano de tres de las mentes más innovadoras del anime clásico: Shigeyuki "Rintaro" Hayashi, Katsuhiro Otomo y Yoshiaki Kawajiri. El gran proyecto en que se iban a embarcar a mediados de los '80 no era nada inusual en la industria (mítica es la serie de televisión "Manga sekai Mukashi Banashi", donde se adaptaban cuentos tradicionales), pero sí un esfuerzo bastante importante, tal vez algo que aún no apreciaba el sr. Haruki Kadokawa cuando propuso al primero de los tres adaptar en animación algunos de los relatos de la leyenda de la ciencia-ficción y la fantasía Takuji Murakami, uno de los autores más prolíficos de la Historia de la literatura nipona.
Con "Rintaro" a cargo de la planificación los dos restantes llegaron solos; Otomo, aunque ocupado con los dibujos de "Akira", no dudó en colaborar de nuevo con él tras la experiencia de "Genma Taisen". Kawajiri, ajeno todavía al cine, fue el reemplazo de Mamoru Oshii, y si bien el presupuesto de Kadokawa no era muy alto, las ideas y el entusiasmo del equipo hicieron que se elevara considerablemente. Así, cada uno quedó a cargo de tres historias sin ninguna relación entre sí influenciadas por el imaginario del autor pero a la vez tomaban sus propios caminos.

La boca de una espeluznante escultura en mitad de un espeso bosque nos introduce en la aventura, "Manie-manie". Gracias a la magistral dirección artística de Yamako Ishikawa, "Labyrinth, Labyrinthos" posee una visión gótica distintiva, al igual que los personajes de cuerpos amorfos y rostros alargados de "Rintaro"; en los rincones de un hogar japonés sumido en la oscuridad la niña, Sachi, prefiere perderse en los que abre su mente junto al simpático gato Chichiro. Como presagiando las claves de las obras de Miyazaki, esto no se atiene a estructuras narrativas y deja que el poder de la imaginación rompa el espacio-tiempo de la realidad.
Tomando parte del libro de Murakami "Mekyu Monogatari" (donde la niña era un personaje con quien se cruzaba el protagonista en su deambular por un laberinto subterráneo mágico), el director hace guiños a "Tenshi no Tamago" y recuerda sobre todo "Alicia en el País de las Maravillas", dejando que un oscuro trasunto de su heroína y el gato de Cheshire crucen por un espejo para atravesar esferas de fantasmas, monstruos, sombras que se retuercen, una pesadilla tan fascinante como triste, dominada por los tonos lúgubres y las figuras grotescas, hasta acabar en esa función de circo que sirve de trampolín a las próximas dos historias...

Un televisor se enciende y empieza realmente la película. En "Hashiru Otoko" Kawajiri se apropia de uno de los cuentos de "Mekyu Monogatari" pero sólo conserva los personajes, y con ello ya ejemplifica lo que será su trabajo en años posteriores; una mezcla excitante y perturbadora de cine negro y "cyberpunk" en un escenario que podría pertenecer al de "Blade Runner", donde una carrera de coches mortal es el centro de una noticia que cubre el reportero Bob, salido por entero de una novela negra de Hammett. El tema de esta historia es la dependencia del ser humano por la máquina.
Esto nos lo muestra el piloto estrella, Zack, unido a su vehículo en una conexión psicológico-espiritual que trasciende los límites de la lógica física, y dispuesto a desgarrar sus tejidos y órganos para vencer en la carrera; en su exquisita elaboración artística, Kawajiri se recrea en los espacios nocturnos y el gusto tanto por lo retro-futurista como por el "noir", cigarrillos brillando en la penumbra incluidos, mientras pone énfasis en diseñar a sus personajes con físicos detallados en extremo, destacando los rostros duros, ojos amenazantes y las terminaciones nerviosas del cuerpo. Las máquinas, por su parte, son monstruos brillantes que devoran la conciencia y el alma...

Este señor, como será su costumbre, realiza ante todo un ejercicio de suspense, tensión y estilo visual impecable, prestando más atención a la forma y la estética que al fondo o una estructura narrativa coherente. Y de aquí saltamos a la parte más densa y complicada de "Mekyu Monogatari": "Koji chushi Mere", basada en el relato de mismo nombre de Murakami, escrito dos décadas antes, y que luego comprendería una saga; Otomo, ajeno a la animación aquel entonces, realiza un magistral trabajo siguiendo la temática de "Hashiru Otoko": nuestra dependencia de las máquinas, pero esta vez el elemento humano no se deja dominar por ellas.
Entre la incongruencia narrativa de las dos obras previas el director crea una historia con principio y final, situada en un país sudamericano donde una enorme construcción que cuesta millones a una empresa debe ser detenida. Entre la espesa jungla se levanta un mundo robótico que se derrumba debido a sus fallos mecánicos, que asfixia y destruye el entorno; asimismo, frente al menudo supervisor Tsutomu se encuentra un obstinado robot encargado de dirigir las obras sin importar las pérdidas ni los accidentes. Tanto la habitación en la que el primero es confinado como los monólogos continuos del segundo resultan irritantes y producen una enfermiza sensación de angustia.

Otomo sale victorioso con su oscuro argumento sobre la incapacidad de los humanos para manejar sus propias creaciones, y sus estructuras y coloridos paisajes diseñados al milímetro y bellos en su ruindad.
Un interesante discurso y un final épico que redondea, con un epílogo delirante donde se regresa al principio con Sachi y Chichiro, esta genial rareza de la animación ochentera que tardó unos años en ver la luz por ser "demasiado extraña", según Kadokawa. A partir de aquí sus creadores darían mucho más a la industria del anime...
Chris Jiménez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow