Con tanta película sobre distopías a medio camino entre la destrucción del planeta, el dominio de un nuevo orden pseudofascista o simplemente un mundo devorado por zombis, bacterias o cualquier otra causa, es ya muy difícil sorprender y atrapar al espectador con historias similares. Y aquí sí que se logra, con un arranque escalofriante con escenas duras, caníbales y mutilación que nos anuncian una película como poco trepidante. Nada más lejos. A partir de la media hora la cosa se va haciendo cada vez más plomiza, se alargan las situaciones, hay un cierto componente de espiritualidad mal entendida que casi provoca la risa en vez de la pretendida reflexión. Todo deriva hacia una mezcla mala de MAD MAX con algún episodio cutre de serie sobre el fin del mundo. Además, supongo que fue culpa mía y de los andrajosos y artificiosos disfraces que llevan los actores, no he sido capaz de reconocer ni al devaluadísimo Keanu Reeves, ni al enloquecido Jim Carrey ni al actor mexicano guadianesco Diego Luna. En fin, no merece la pena perder el tiempo viéndola, simplemente.