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5.7
20,422
Acción. Aventuras. Drama
Dieciséis años después de la muerte de Marco Aurelio, Roma está gobernada por los despiadados emperadores gemelos Geta y Caracalla. El nieto de Aurelio, Lucio Vero, vive bajo el seudónimo de Hanno con su esposa Arishat en el reino norteafricano de Numidia. El ejército romano dirigido por el general Acacio invade y conquista el reino, esclavizando a Lucio junto con otros supervivientes. Los esclavos son llevados a Ostia, donde Lucio es ... [+]
6 de enero de 2025
6 de enero de 2025
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Oh, dioses sempiternos, que horadaron el cielo oscuro para enviarnos al monstruo más grandioso del cine. Aquel que perforaba el acero con su sangre, aquel que desintegró a los tripulantes del Nostromo como si fueran muñecos de feria.
Aquel monstruo en el que creímos, al que alabamos. Hoy, está acabado.
Pensábamos que su mirada analítica renovaría el cine a futuro, como lo hizo en los finales de los 70 y principios de los 80.
¿Qué ocurrió con ese monstruo que cazaba humanos artificiales bajo el cielo noir de Los Ángeles?
Entonces no le temblaba el pulso. Su mano nos mostró el desatino y la duda con una claridad subyugante, mezcladas con la nostalgia de contemplar las lágrimas en la lluvia, más allá de Orión.
Mi querido amigo, ¿qué nos has hecho? ¿Dónde quedó aquella espada clavada en el suelo del coliseo? ¿Y tu cuerpo, hincado a un lado, lavándose con suavidad las manos en la arena?
¿Dónde quedó aquel retrato sublime del rostro enfermo de un emperador parricida?
Siento un puñal clavado en mi cuerpo, duro, ácido y traicionero, como aquel que enterraste entre las costillas de Máximo antes de su enfrentamiento con Cómodo.
Lo entiendo, claro que lo entiendo: ya eres un monstruo viejo. Pero eso no te disculpa. Mira a Clint, con 90 pepinos encima, y aún sigue deslumbrando.
Y te dejo allí nomas, solo, tirado en la arena. Desde las gradas, otrora bulliciosas y lascivas, ahora solo descienden el silencio y la decepción.
¡Ah, mi querido Ridley! De esta, tu película Gladiador II, no tengo nada que decir. Nada.
Aquel monstruo en el que creímos, al que alabamos. Hoy, está acabado.
Pensábamos que su mirada analítica renovaría el cine a futuro, como lo hizo en los finales de los 70 y principios de los 80.
¿Qué ocurrió con ese monstruo que cazaba humanos artificiales bajo el cielo noir de Los Ángeles?
Entonces no le temblaba el pulso. Su mano nos mostró el desatino y la duda con una claridad subyugante, mezcladas con la nostalgia de contemplar las lágrimas en la lluvia, más allá de Orión.
Mi querido amigo, ¿qué nos has hecho? ¿Dónde quedó aquella espada clavada en el suelo del coliseo? ¿Y tu cuerpo, hincado a un lado, lavándose con suavidad las manos en la arena?
¿Dónde quedó aquel retrato sublime del rostro enfermo de un emperador parricida?
Siento un puñal clavado en mi cuerpo, duro, ácido y traicionero, como aquel que enterraste entre las costillas de Máximo antes de su enfrentamiento con Cómodo.
Lo entiendo, claro que lo entiendo: ya eres un monstruo viejo. Pero eso no te disculpa. Mira a Clint, con 90 pepinos encima, y aún sigue deslumbrando.
Y te dejo allí nomas, solo, tirado en la arena. Desde las gradas, otrora bulliciosas y lascivas, ahora solo descienden el silencio y la decepción.
¡Ah, mi querido Ridley! De esta, tu película Gladiador II, no tengo nada que decir. Nada.