La violencia que hubo en Irlanda del Norte, el Ulster como se decía antes, de finales de los 60 a principios de los 90 fue inimaginable en términos de pensamiento actual. Los contendientes eran los unionistas, es decir, norirlandeses mayoritariamente protestantes, que se sentían británicos y querían seguir siéndolo, y los norirlandeses que se querían unir a la República de Irlanda. Murieron más de tres mil quinientas personas, de ellas mil quinientas en Belfast, una ciudad que tan solo es el doble en población que Tarragona, o si se quiere la mitad que Zaragoza; es decir, dos muertos por mes. Había hasta muros que separaban los barrios de los bandos en cuestión.

Una aclaración: históricamente el Ulster era una de las cuatro provincias históricas de Irlanda, constituida a su vez por nueve condados; seis de estos condados formaron el siglo pasado Irlanda del Norte, perteneciente al Reino Unido.

La historia del soldado inglés perdido en las muy conflictivas calles del Belfast de mediados de la segunda mitad del siglo pasado tiene la dosis de emoción contenida que se le supone. Los conflictos entre ambos bandos reflejan en la película la guerra sucia que se llevaban entre sí la policía secreta británica y el IRA provisional, aunque a veces no queden claras las cosas con tantas tramas en paralelo. En definitiva, una interesante película que hará conocer a muchos una historia tan cercana en el tiempo como en el espacio, pero que parece sacada de las tinieblas del pasado. Esperemos que sea así por mucho tiempo.