La popular serie coreana El juego del calamar (2021), creada por Hwang Dong-Hyuk, presenta a un grupo de personajes desesperados que, sin saberlo del todo, se inscriben en un juego sádico y mortal. Con algún componente distópico apunta a resaltar las miserias humanas. Está en Netflix.

Por Nicolás Bianchi

Una de las obsesiones de la narrativa audiovisual coreana es la clase, los estamentos en los que se divide la sociedad. El ejemplo número uno es la exitosa Parasite (2019). En El juego del calamar nuevamente queda bien marcada la diferencia entre los que tienen y los que no, en una mirada que prácticamente borra a los del medio. Millonarios por un lado y distintos personajes que están sumidos en las deudas por el otro. El miedo que impera es el de ser el vagabundo borracho sin hogar que puede morir en las calles durante una noche rigurosa de invierno.

La serie se desarrolla en el presente y comienza en Seúl, aunque el planteo del juego, que es lo central del relato, le agrega un tono distópico. La primera referencia evidente es a Battle Royale (2000), la película japonesa que contaba la historia de un grupo de jóvenes que eran llevados a una isla para matarse entre sí. El concepto fue tomado luego por The Hunger Games (2012), que lo occidentalizó y lo cubrió con una capa de ciencia ficción, en búsqueda de que sea más digerible.

En El juego del calamar la crítica social no se disimula sino que, por el contrario, aparece resaltada y quien busque puede encontrar alusiones tanto a la sociedad del presente como también a la historia coreana, país que llegó al punto actual de desarrollo económico y cultural luego de décadas de dictadura. Ese pasado feroz reemerge frecuentemente en la producción audiovisual coreana que exhibe al autoritarismo como una cicatriz, aunque a veces también como una herida todavía abierta. De hecho, los personajes en cierto momento pueden votar para terminar con su sufrimiento pero no lo consiguen, como si hubiera problemas que la democracia no puede resolver.

El protagonista del relato es Seong (Lee Jung-ja), un hombre divorciado, jugador empedernido que está endeudado, no tiene dinero ni para comprarle un regalo a su pequeña hija y que cuando se topa con la extraña propuesta del juego la considera como una oportunidad. Antes de ser puestos a dormir mediante somníferos y ser llevados a una isla los jugadores firman una suerte de consenso que no explicita a que se van a someter. Pero los que organizan el juego exhiben durante toda la serie una obsesión por las normas y por lo que sería justo, como si hubiera un marco de derecho posible para lo que es, en definitiva, un campo de concentración.

Cuando despierta Seong se encuentra junto a otros participantes (son 456 en total), todos tan desesperados y endeudados como él. Entre ellos se dan algunos estereotipos como el del matón, el científico, el fanático religioso, un médico, una joven ladrona, un financista que perdió todo, un anciano al borde de la muerte por una enfermedad terminal, un inmigrante indio que trabaja por monedas en una fábrica y una mujer que luce, constantemente, al borde de un ataque de nervios. Algunos son muy fuertes, otros todo lo contrario.

Pronto los personaje caen en la cuenta que el juego al que se enfrentan tiene consecuencias mortales pero recompensas millonarias. Por cada uno que cae se suman una buena cantidad de fajos de wones (la moneda coreana) al pozo total, que puede ascender a poco menos de 40 millones de dólares. Cada vida perdida paga algo así como 80 mil dólares (las cuentas son aproximadas pero lo que queda claro es que es mucho dinero). El que gana se lleva todo.