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Voto de Antonio Morales:
6
Drama. Romance España, 1974. Un adolescente y su padre viajan en un coche que es la única propiedad que tienen. Su vida es una continua mudanza por apartamentos costeros de aspecto desolado en la temporada baja de turismo. Cuando se ven obligados a cambiar de itinerario y alejarse del mar, sus vidas cambiarán radicalmente. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2016
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bonita y estimulante relación paterno-filial ambientada en la España del Tardofranquismo, con sus altercados de protesta, su represión policial y la música de moda con “El padrino” de Nino Rota, Emilio Martínez-Lázaro adapta la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, con guión del propio escritor. Una “road movie” castiza, un viaje itinerante físico y emocional de conocimiento y experiencias mutuas, alcanzando una transformación entre dos perdedores sin presente ni futuro. Un drama humano en tono de comedia, tierna, irónica y conmovedora que reflexiona sobre el amor, el cariño, la amistad y el valor de lo que realmente vale la pena. Dos Quijotes por un camino de la geografía española que no piensan en deshacer entuertos sino más bien sobrevivir a su incierto destino.

Antonio (un maravilloso Antonio Resines) es el padre, el haba negra de la familia, pícaro, ligón y sin domicilio conocido, Felipe (Fernando Ramallo) el hijo, que desprecia a su progenitor pero que terminará conociendo el verdadero alma paterno. En ruta por paisajes desolados, pueblos turísticos vacíos fuera de temporada, urbanizaciones medio desiertas, hostales cutres, dando tumbos y timos a bordo de un Tiburón Citroën negro que es su única propiedad. El poder de descripción de los sentimientos y emociones complejas son expresados con una pasmosa sencillez por empedrados caminos de parada y fonda, donde destacan dos mujeres muy diferentes: la atolondrada Estrella (Mirian Díaz-Aroca), una frustrada cantante de zarzuela y la explosiva y seductora Paquita que roba hasta en la tienda de su tía.

Tampoco falta el amor ocasional de la chica de color, el capricho de Miranda para estrenarse en lances amorosos el novel Felipe. Aunque ninguna de ellas terminan por adquirir suficiente entidad en el film. Su previsible secundariedad y rigidez no transciende en la historia, aunque sí que da tintes de color y humor al devenir de los dos protagonistas. Me quedo con esa visita a la cárcel, la cena de Navidad y sus veinte minutos finales en que el cineasta cambia el tono de la historia que deviene en puro drama que nos llega a conmover en lo más profundo sin falso sentimentalismo. “Carreteras secundarias” se parece mucho a tantas historias clásicas de siempre que terminan apelando a los caprichos de la providencia para reparar los errores humanos de los que siempre se suele aprender.
Antonio Morales
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