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Voto de Mesonikis:
3
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3
4.8
164
25 de marzo de 2017
25 de marzo de 2017
4 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
A estas alturas, después de leer decenas de libros y de ver cientos de documentales, sé perfectamente qué tipo de armadura y armamento utilizaba un legionario romano, como luchaban y, lo que es más importante, como sería su aspecto según perteneciera a una época u otra. Pero así y todo, ayer me apetecía ver una de esas películas en las que estos guerreros de la antigüedad cabalgaban con estribos, no portaban ni un pilum y además entrechocaban sus espadas, con la típica guarda en forma de cruz, como lo harían un par de críos a los que sus padres les regalasen unas de plástico. Dicho en otras palabras, me apetecía ver una de romanos de toda la vida.
Quería experimentar la sensación de poder viajar a través del tiempo, pero no para ir a la Palestina de hace dos mil años, sino a un cine cualquiera de los años cincuenta. Disfrutar por una hora y media de la ilusión de sentir la incomodidad de una rígida butaca de madera y del olor a ambientador de pino, así como el de las pipas y las aguas de colonia con las que, con toda seguridad, se perfumarían nuestros padres en sus años mozos. Y, en cierto modo, lo conseguí, pero solo por unos segundos: los que duraron los títulos de crédito al comienzo.
Después, la única sensación que tuve fue la de haber perdido ciento cinco minutos con un refrito de escenas de la Pasión donde Yvonne de Carlo y Jorge Mistral representaban sus papeles con el mismo entusiasmo con que una interina del Registro Municipal realizaría el cotejo de un libro de familia. Y todo ello con el contrapunto de un Mesías medio invisible de voz metálica y retumbante.
En fin, que quise dejarme llevar por mi ingenuidad en un viaje a través del tiempo y lo único que conseguí fue una odisea hacia el bostezo.
Quería experimentar la sensación de poder viajar a través del tiempo, pero no para ir a la Palestina de hace dos mil años, sino a un cine cualquiera de los años cincuenta. Disfrutar por una hora y media de la ilusión de sentir la incomodidad de una rígida butaca de madera y del olor a ambientador de pino, así como el de las pipas y las aguas de colonia con las que, con toda seguridad, se perfumarían nuestros padres en sus años mozos. Y, en cierto modo, lo conseguí, pero solo por unos segundos: los que duraron los títulos de crédito al comienzo.
Después, la única sensación que tuve fue la de haber perdido ciento cinco minutos con un refrito de escenas de la Pasión donde Yvonne de Carlo y Jorge Mistral representaban sus papeles con el mismo entusiasmo con que una interina del Registro Municipal realizaría el cotejo de un libro de familia. Y todo ello con el contrapunto de un Mesías medio invisible de voz metálica y retumbante.
En fin, que quise dejarme llevar por mi ingenuidad en un viaje a través del tiempo y lo único que conseguí fue una odisea hacia el bostezo.