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Ciencia ficción. Intriga
En un futuro no muy lejano, un astronauta (Sam Rockwell) vive aislado durante tres años en una excavación minera de la Luna. Cuando su contrato está a punto de expirar, descubre un terrible secreto que le concierne. (FILMAFFINITY)
14 de marzo de 2010
14 de marzo de 2010
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
La esencia de la que estamos hechos incluye, como la Luna, una cara oculta que es mejor no descubrir. O, mejor dicho, no nos queda claro si preferimos descubrirla o no. Porque somos unos entes tan obstinadamente ciegos de espíritu, que preferimos engañarnos antes que encarar la verdad. Pero nosotros podemos ir un paso más allá de eso. Podemos convertirnos en esclavos a voluntad, tanto a nosotros mismos como a los demás. Ante esas opciones, quizás lo preferible es ser un esclavo ignorante. Que otros manejen unos hilos que no vemos, mientras permanecemos en el limbo al que se nos ha relegado, desconociendo que efectivamente estamos encerrados en una prisión.
Supongo que no se puede echar de menos algo que no se sabe que está ahí.
Por eso una de las maneras históricamente empleadas de someter al prójimo es sumiéndolo en la ignorancia. El desconocimiento de la masa es la fuerza de los poderosos. Si se crece en una simbólica (y auténtica) jaula cerrada por todos sus lados, no se añora ni se desea lo que está fuera, porque no se concibe que haya algo al otro lado de esas paredes. Y a los poderosos les resulta mucho más sencillo controlar a una masa que no sabe lo que se pierde.
La Luna oculta una cara que no podemos ver. Esa misma cara la llevamos dentro. La que no se muestra, la que esconde esa doblez tan propia de la condición humana.
Tenemos por delante la luz y la oscuridad de la razón. A veces no nos dejan elegir entre una u otra. Rara vez podremos escoger las dos. Otros escogerán en nuestro lugar, y podemos tener la mala suerte de que nos envíen a las tinieblas, guardándose para ellos la mitad luminosa.
La Luna nunca se volverá para que podamos contemplar su mitad secreta.
Los de arriba, los que controlan, no permitirán que contemplemos esa mitad, si con ello corre peligro su elaborado y programado sistema.
Duncan Jones se ha granjeado mi respeto y admiración con un thriller de ciencia-ficción de asombroso y sencillo planteamiento. Parece que actualmente la fórmula de apelar a cierta sobriedad técnica, resaltando la tensión psicológica, es la que está acertando en un género que ha pecado de todos los excesos posibles. La carcasa tecnológica y de efectos visuales, muy bien lograda en su simplicidad, es un mero escenario, un fondo necesario pero que no pasa de eso, de ser un marco plástico y decorativo sobre el que desarrollar una progresiva sensación de claustrofobia mientras vamos realizando, junto con el protagonista, el tremendo hallazgo.
Supongo que no se puede echar de menos algo que no se sabe que está ahí.
Por eso una de las maneras históricamente empleadas de someter al prójimo es sumiéndolo en la ignorancia. El desconocimiento de la masa es la fuerza de los poderosos. Si se crece en una simbólica (y auténtica) jaula cerrada por todos sus lados, no se añora ni se desea lo que está fuera, porque no se concibe que haya algo al otro lado de esas paredes. Y a los poderosos les resulta mucho más sencillo controlar a una masa que no sabe lo que se pierde.
La Luna oculta una cara que no podemos ver. Esa misma cara la llevamos dentro. La que no se muestra, la que esconde esa doblez tan propia de la condición humana.
Tenemos por delante la luz y la oscuridad de la razón. A veces no nos dejan elegir entre una u otra. Rara vez podremos escoger las dos. Otros escogerán en nuestro lugar, y podemos tener la mala suerte de que nos envíen a las tinieblas, guardándose para ellos la mitad luminosa.
La Luna nunca se volverá para que podamos contemplar su mitad secreta.
Los de arriba, los que controlan, no permitirán que contemplemos esa mitad, si con ello corre peligro su elaborado y programado sistema.
Duncan Jones se ha granjeado mi respeto y admiración con un thriller de ciencia-ficción de asombroso y sencillo planteamiento. Parece que actualmente la fórmula de apelar a cierta sobriedad técnica, resaltando la tensión psicológica, es la que está acertando en un género que ha pecado de todos los excesos posibles. La carcasa tecnológica y de efectos visuales, muy bien lograda en su simplicidad, es un mero escenario, un fondo necesario pero que no pasa de eso, de ser un marco plástico y decorativo sobre el que desarrollar una progresiva sensación de claustrofobia mientras vamos realizando, junto con el protagonista, el tremendo hallazgo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
La puesta en escena ha sido muy cuidada, eso sí. Las imágenes de la base lunar y todos sus accesorios, el casi humanizado robot de servicio, los vehículos de desplazamiento, las máquinas, la recreación de la superficie de la Luna, todo se advierte muy natural, sin resonantes exageraciones. Una de las vigas maestras de la ciencia-ficción (que consiste en que nos creamos que ciertos fenómenos inviables para nuestros avances actuales parezcan reales y al alcance de la mano) funciona plenamente. La idea del futuro cercano, con algunos enormes adelantos en ingeniería y aeronáutica, no se ve tan descabellada.
Y lo que para rematar corona la cercanía del argumento, es el esforzado Sam Rockwell. Un único personaje efectivo en una trama que acentúa de esa forma el agobio del encierro, siendo así el reflejo de una soledad aplastante que es la principal compañía que solemos tener en la vida. Un personaje aislado, en la inmensidad del cosmos (¿no lo estamos todos?), abandonado a su suerte, e ignorante… ¿Sería mejor que continúe en la ceguera? Probablemente… O no.
Por más que tengamos la arrogancia de querer gobernar todas las variables… Muchas de ellas no se dejan gobernar. Y la imprevisibilidad y el caos están tan anclados en el universo, que no podemos ser tan engreídos como para pretender que las cosas sean inmutables.
No somos dueños de nada. Ni de la vida, ni de la voluntad ajena. Ni del movimiento de los astros. Ni de las estrellas, ni de la Luna. No somos dueños ni de la más diminuta célula viva.
¿Cómo podemos pretender dominar a cualquier ser que vive, piensa y siente? ¿A qué precio?
Y lo que para rematar corona la cercanía del argumento, es el esforzado Sam Rockwell. Un único personaje efectivo en una trama que acentúa de esa forma el agobio del encierro, siendo así el reflejo de una soledad aplastante que es la principal compañía que solemos tener en la vida. Un personaje aislado, en la inmensidad del cosmos (¿no lo estamos todos?), abandonado a su suerte, e ignorante… ¿Sería mejor que continúe en la ceguera? Probablemente… O no.
Por más que tengamos la arrogancia de querer gobernar todas las variables… Muchas de ellas no se dejan gobernar. Y la imprevisibilidad y el caos están tan anclados en el universo, que no podemos ser tan engreídos como para pretender que las cosas sean inmutables.
No somos dueños de nada. Ni de la vida, ni de la voluntad ajena. Ni del movimiento de los astros. Ni de las estrellas, ni de la Luna. No somos dueños ni de la más diminuta célula viva.
¿Cómo podemos pretender dominar a cualquier ser que vive, piensa y siente? ¿A qué precio?