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Drama. Thriller
Después de haber perdido su licencia, el abogado Sosa (Ricardo Darín) ingresa en una sociedad ilegal que se encarga de provocar accidentes automovilísticos para estafar a las aseguradoras. El destino hace que un día Sosa conozca a Luján (Martina Gusmán), una médica de un hospital de Buenos Aires. (FILMAFFINITY)
30 de enero de 2011
30 de enero de 2011
20 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los accidentes de tráfico se sitúan entre las principales causas mundiales de muertes masivas, imagino que no muy por detrás de las guerras, la pobreza extrema, las hambrunas, el terrorismo, las enfermedades y las catástrofes naturales.
La carretera es escenario de innumerables tragedias anuales. Y, como no podía ser menos, hay quien saca provecho hasta de las circunstancias más negras. Todo lo que conlleva caos y horror es una fuente muy lucrativa para los que carecen de escrúpulos y ostentan una sangre fría aterradora, mirando tan sólo por los beneficios. Se aprovechan de la desgracia humana para revolotear como cuervos alrededor de la carroña, calculando dónde pueden arrancar el pedazo.
En Argentina, con una elevadísima tasa de mortalidad en las carreteras, florecen los negocios turbios alrededor de esas estadísticas de dolor. Las aseguradoras desembolsan millones en indemnizaciones. No es difícil imaginar cómo se las ingenian los pícaros para agarrar sus buenos puñados donde se mueve tanto dinero.
Sosa es un abogado al que retiraron la licencia. Hay tanta corrupción flotando en el ambiente, que la honradez no es una virtud que pueda prosperar. Sosa no es mala gente, pero el problema es que eligió la abogacía donde ésta no puede ser más que un paripé, una parodia, porque los letrados íntegros no tienen futuro. Sosa no lo tenía, así que cayó en la intrincada red de las mafias para poder tener qué llevarse a la boca. Pero su naturaleza no está del todo perdida, pues en las estafas que cometen sus jefes y en las que él es un peón de la cadena, trata de ayudar. Intenta que los pobres desesperados reciban un dinero que necesitan muchísimo más que los jefes podridos de pasta. Su insubordinación le depara alguna que otra paliza de advertencia, y él escupe la sangre y se levanta maltrecho, un poco más apaleado cada vez, su cuerpo masacrado por las miserias que denuncian una crisis alarmante en una sociedad corrompida. Su voluntad rebelde, sin embargo, no cede.
En uno de los trapicheos, conoce a una médica, Luján, que atiende a los heridos, y el flechazo que siente es instantáneo. Desde entonces, Sosa luchará por vivir y no sólo por vegetar. Buscará entre las cenizas algo que transforme su vida nublada en un ventanal bañado por guiños de sol. Y Luján, esforzada doctora que trabaja a destajo y con poco tiempo libre, verá cómo su gris soledad va a dar paso al precipicio de un amor peligroso…
El drama social argentino lanzó otro producto cinematográfico decente, sobre la realidad espeluznante de los siniestros de circulación y el descarnado entramado tejido a su alrededor, desde el desgarro de la pérdida al oportunismo, desde el trauma a la picaresca, pasando por esa labor anónima y sacrificada de los profesionales de la sanidad.
Y desde el letargo al despertar.
La carretera es escenario de innumerables tragedias anuales. Y, como no podía ser menos, hay quien saca provecho hasta de las circunstancias más negras. Todo lo que conlleva caos y horror es una fuente muy lucrativa para los que carecen de escrúpulos y ostentan una sangre fría aterradora, mirando tan sólo por los beneficios. Se aprovechan de la desgracia humana para revolotear como cuervos alrededor de la carroña, calculando dónde pueden arrancar el pedazo.
En Argentina, con una elevadísima tasa de mortalidad en las carreteras, florecen los negocios turbios alrededor de esas estadísticas de dolor. Las aseguradoras desembolsan millones en indemnizaciones. No es difícil imaginar cómo se las ingenian los pícaros para agarrar sus buenos puñados donde se mueve tanto dinero.
Sosa es un abogado al que retiraron la licencia. Hay tanta corrupción flotando en el ambiente, que la honradez no es una virtud que pueda prosperar. Sosa no es mala gente, pero el problema es que eligió la abogacía donde ésta no puede ser más que un paripé, una parodia, porque los letrados íntegros no tienen futuro. Sosa no lo tenía, así que cayó en la intrincada red de las mafias para poder tener qué llevarse a la boca. Pero su naturaleza no está del todo perdida, pues en las estafas que cometen sus jefes y en las que él es un peón de la cadena, trata de ayudar. Intenta que los pobres desesperados reciban un dinero que necesitan muchísimo más que los jefes podridos de pasta. Su insubordinación le depara alguna que otra paliza de advertencia, y él escupe la sangre y se levanta maltrecho, un poco más apaleado cada vez, su cuerpo masacrado por las miserias que denuncian una crisis alarmante en una sociedad corrompida. Su voluntad rebelde, sin embargo, no cede.
En uno de los trapicheos, conoce a una médica, Luján, que atiende a los heridos, y el flechazo que siente es instantáneo. Desde entonces, Sosa luchará por vivir y no sólo por vegetar. Buscará entre las cenizas algo que transforme su vida nublada en un ventanal bañado por guiños de sol. Y Luján, esforzada doctora que trabaja a destajo y con poco tiempo libre, verá cómo su gris soledad va a dar paso al precipicio de un amor peligroso…
El drama social argentino lanzó otro producto cinematográfico decente, sobre la realidad espeluznante de los siniestros de circulación y el descarnado entramado tejido a su alrededor, desde el desgarro de la pérdida al oportunismo, desde el trauma a la picaresca, pasando por esa labor anónima y sacrificada de los profesionales de la sanidad.
Y desde el letargo al despertar.