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Romance. Drama. Comedia
Un hombre y una mujer se conocen por casualidad en el comedor de un romántico hotel. Aunque ambos están casados, al día siguiente despiertan perplejos en la misma cama preguntándose qué les ha pasado. Sin embargo, se citan para el año siguiente en el mismo hotel y en la misma fecha. Adaptación cinematográfica de un previo éxito de Broadway. (FILMAFFINITY)
17 de abril de 2010
17 de abril de 2010
39 de 41 usuarios han encontrado esta crítica útil
Robert Mulligan moldeó un derechazo y derribo al corazón, cubriéndolo con la forma de una película pequeña, discreta, de las que no se emiten en la tele los domingos en las horas de mayor audiencia, ni en las sesiones del cine más anunciado de la semana en los canales más vistos.
Es de las que una no ha oído mencionar ni una sola vez, por ningún medio, hasta que un buen día un amigo la recomienda. Se añade a la lista de los visionados pendientes, como otra más, con una ligera curiosidad y calculando para cuándo se le podrá hacer el hueco, después de otras quince que ya estaban anotadas.
Y cuando le toca el turno, se piensa que por qué diablos se ha tardado tanto. Que, de haber sabido que se trataba de un pequeño coloso destinado a tronchar el corazón y cortarlo en tiras, se le habría designado un puesto de honor y no se la habría colocado en el montón.
Y, por otro lado, también aparece la tristeza. Tristeza por habérsela bebido ya como quien se bebe el trago más dulce. Por haber pasado por la primera vez y que esta primera vez no regrese jamás.
Como otras veces con otras vivencias similares, he deseado rebobinar el tiempo para volver a ser virgen ante esta asombrosa película.
Hay veces en que una sola vida no basta para tanto que hay por vivir. Y tampoco basta ser una sola alma en un solo cuerpo. Porque en ciertas ocasiones anhelaríamos más que nada dividirnos en dos partes, y que cada una de las partes formase nuestro todo, dedicadas por separado y a tiempo completo a distintas parcelas que no se pueden conciliar, pero que necesitamos tanto como respirar.
Tener dos vidas en una. Porque con una no estaríamos completos. Porque en la vida secreta, la extraoficial, la inconfesa, recibimos lo que nos falta en la principal. O a lo mejor es mucho más. En la secreta recibimos todo lo que soñábamos sin ser conscientes de que lo soñábamos hasta que apareció en el horizonte nuestro sueño materializado.
Hemos construido con mucho trabajo un edificio sólido que es la base en la que nos sustentamos. Pero en ese edificio, por confortable que sea, siempre hay huecos, zonas vacías. Uno se conforma con esa rutina acogedora y segura. Tal vez no es en el fondo lo que nos llena, pero nos hemos resignado por amor y por costumbre.
Es de las que una no ha oído mencionar ni una sola vez, por ningún medio, hasta que un buen día un amigo la recomienda. Se añade a la lista de los visionados pendientes, como otra más, con una ligera curiosidad y calculando para cuándo se le podrá hacer el hueco, después de otras quince que ya estaban anotadas.
Y cuando le toca el turno, se piensa que por qué diablos se ha tardado tanto. Que, de haber sabido que se trataba de un pequeño coloso destinado a tronchar el corazón y cortarlo en tiras, se le habría designado un puesto de honor y no se la habría colocado en el montón.
Y, por otro lado, también aparece la tristeza. Tristeza por habérsela bebido ya como quien se bebe el trago más dulce. Por haber pasado por la primera vez y que esta primera vez no regrese jamás.
Como otras veces con otras vivencias similares, he deseado rebobinar el tiempo para volver a ser virgen ante esta asombrosa película.
Hay veces en que una sola vida no basta para tanto que hay por vivir. Y tampoco basta ser una sola alma en un solo cuerpo. Porque en ciertas ocasiones anhelaríamos más que nada dividirnos en dos partes, y que cada una de las partes formase nuestro todo, dedicadas por separado y a tiempo completo a distintas parcelas que no se pueden conciliar, pero que necesitamos tanto como respirar.
Tener dos vidas en una. Porque con una no estaríamos completos. Porque en la vida secreta, la extraoficial, la inconfesa, recibimos lo que nos falta en la principal. O a lo mejor es mucho más. En la secreta recibimos todo lo que soñábamos sin ser conscientes de que lo soñábamos hasta que apareció en el horizonte nuestro sueño materializado.
Hemos construido con mucho trabajo un edificio sólido que es la base en la que nos sustentamos. Pero en ese edificio, por confortable que sea, siempre hay huecos, zonas vacías. Uno se conforma con esa rutina acogedora y segura. Tal vez no es en el fondo lo que nos llena, pero nos hemos resignado por amor y por costumbre.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Un fin de semana vamos a un hotelito a orillas del mar, a desconectar de lo habitual, y allí se encuentra la persona que no se limitará a tapar los huecos y las zonas vacías que teníamos, sino que nos llenará por entero, como nadie lo ha hecho. Él o ella es el amor de nuestra vida, lo captamos desde el principio. Pero como ya tenemos nuestras responsabilidades y otras personas queridas a bordo, no podemos abandonar nuestros barcos para fugarnos en el que querríamos construir exclusivamente para nosotros dos. Así que ahí estamos, dos personas maduras, planeando lo descabellado: fabricar un nido temporal que ocuparemos un fin de semana al año, huyendo del resto del mundo y volcando la vida entera en dos días, en el amor de nuestra vida. Revivir, ser alguien nuevo en cada encuentro, reponerse de las fatigas, y ser más nosotros de lo que lo somos el resto del año. Hablar de lo que no se habla nunca fuera del nido escondido, echar fuera las entrañas en ese milagro catártico de compartir lo más íntimo. Entregar los cuerpos con frenesí y sin reservas, porque mañana nos iremos y no volveremos a tocarnos hasta el año siguiente.
Pasar en dos días más de lo que se pasa en los trescientos sesenta y tres restantes.
Y luego, regresar a lo habitual, con las pilas cargadas, habiendo dejado en esa habitación la mitad del ser, del espíritu, del cuerpo. O más de la mitad. Con el consuelo, y el tormento, de aguardar hasta la próxima reunión, llevando el recuerdo, que a menudo es más cercano que lo que está delante.
Y cuántas veces hay que reprimir el imperativo de llamarle por teléfono, de echar a correr a sus brazos sin esperar a que sea el fin de semana convenido.
Reprimir el lamento por no haber nacido de nuevo y haberle conocido antes.
Cuántas vidas pueden caber dentro de una… Cuántos secretos nos llevamos a la tumba.
Envejeceremos en ese hotelito a orillas del mar, que ha sido testigo de tantos acontecimientos y de la relación más conmovedora que pueda existir.
Uno de los dramas más bellos de la década de los setenta. Gracias, Mulligan. Gracias a la canción "The Last Time I Felt Like This". Y gracias a los sobresalientes Alan Alda y Ellen Burstyn.
Pasar en dos días más de lo que se pasa en los trescientos sesenta y tres restantes.
Y luego, regresar a lo habitual, con las pilas cargadas, habiendo dejado en esa habitación la mitad del ser, del espíritu, del cuerpo. O más de la mitad. Con el consuelo, y el tormento, de aguardar hasta la próxima reunión, llevando el recuerdo, que a menudo es más cercano que lo que está delante.
Y cuántas veces hay que reprimir el imperativo de llamarle por teléfono, de echar a correr a sus brazos sin esperar a que sea el fin de semana convenido.
Reprimir el lamento por no haber nacido de nuevo y haberle conocido antes.
Cuántas vidas pueden caber dentro de una… Cuántos secretos nos llevamos a la tumba.
Envejeceremos en ese hotelito a orillas del mar, que ha sido testigo de tantos acontecimientos y de la relación más conmovedora que pueda existir.
Uno de los dramas más bellos de la década de los setenta. Gracias, Mulligan. Gracias a la canción "The Last Time I Felt Like This". Y gracias a los sobresalientes Alan Alda y Ellen Burstyn.