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6

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6
6.0
58,829
Ciencia ficción. Fantástico. Intriga. Terror
Graham Hess (Mel Gibson) es un pastor protestante viudo que vive con sus dos hijos (Rory Culkin y Abigail Breslin) y con su hermano Merrill (Joaquin Phoenix), una antigua estrella del béisbol que trabaja en una gasolinera. Tras la muerte de su esposa en un accidente de tráfico, Graham pierde la fe y, en consecuencia, abandona a sus feligreses. Una mañana, al despertarse, se encuentra con que sus hijos han hecho un descubrimiento ... [+]
14 de febrero de 2008
14 de febrero de 2008
52 de 90 usuarios han encontrado esta crítica útil
Iré por partes. En primer lugar, evocaré ciertas sensaciones y recuerdos que esta película me ha despertado.
Miércoles, 20 de diciembre de 1989. Yo tenía 13 años. 5:15 am. Algo me despertó. Una sensación extraña. En ese momento, todos los perros del vecindario se pusieron a ladrar frenéticamente, los pájaros piaban de terror y los gatos lanzaban a la noche sus maullidos salvajes. Una dosis de adrenalina debió de verterse en mi sangre, porque mi corazón se disparó. Yo esperaba algo... No sabía qué. Y entonces, comenzó el rumor. Un ruido sordo y remoto que parecía proceder de las entrañas de la tierra. Y la quietud se quebró. Mi cuerpo se movía en contra de mi voluntad. Mi cama, los muebles, todo se agitaba, produciendo un sonido que no olvidaré jamás. Las alarmas antirrobo de los comercios de la calle aullaban cacofónicamente.
Estaba en mitad de un terremoto.
El miedo me atenazó, pero el sentido común de algún modo se abrió camino por mi mente y me instó a permanecer inmóvil. Si hubiera tratado de levantarme, la fuerza del temblor me habría arrojado al suelo y podría haberme lastimado. Supongo que dicha intuición pasó por mi cerebro en apenas un fracción ínfima de segundo. Esperé, en los que fueron algunos de los peores segundos de mi vida. El rumor tardó unos segundos en acallarse y los muebles se aquietaron. Entonces me levanté y tanteé la pared en busca del interruptor. No había electricidad. El terremoto debía de haber afectado al alumbrado. En completa oscuridad, con el corazón batiéndome, me dirigí hacia el dormitorio de mis hermanos. Se habían despertado y hablaban. Les dije: "ha habido un terremoto". Mi hermano pequeño, al oírme, se asustó y empezó a gritar de puro miedo. Apareció mi madre, nos dijo que nos dirigiéramos a la puerta de casa y habló a mi hermano (tenía 7 años) para calmarlo. Ni siquiera sentí pasar a mi padre, de la rapidez con que actuó. Alguien empezó a atronar con golpes en la puerta principal. Mi padre abrió y era mi tía, que vivía en el primer piso del edificio. Estaba muy asustada. Ella había sentido el temblor con más fuerza que nosotros. Mi padre nos apremió para que saliéramos al portal, porque nos íbamos a ir en el coche a un sitio descampado, a algún terraplén sin construcciones para evitar el peligro de posibles derrumbamientos. La oscuridad era total y nos movíamos por instinto. En la calle, muchas personas en ropas de dormir portaban linternas. El ambiente de nerviosismo se respiraba. A la tenebrosa luz de las linternas, todo parecía normal, en su sitio. Mis peores terrores fueron descartados. No habían sucedido derrumbamientos. La garra de mi pecho se aflojó. Por mi mente habían pasado escenas dantescas, y un pensamiento me perseguía: "mi familia, mi familia, mi familia..."
Miércoles, 20 de diciembre de 1989. Yo tenía 13 años. 5:15 am. Algo me despertó. Una sensación extraña. En ese momento, todos los perros del vecindario se pusieron a ladrar frenéticamente, los pájaros piaban de terror y los gatos lanzaban a la noche sus maullidos salvajes. Una dosis de adrenalina debió de verterse en mi sangre, porque mi corazón se disparó. Yo esperaba algo... No sabía qué. Y entonces, comenzó el rumor. Un ruido sordo y remoto que parecía proceder de las entrañas de la tierra. Y la quietud se quebró. Mi cuerpo se movía en contra de mi voluntad. Mi cama, los muebles, todo se agitaba, produciendo un sonido que no olvidaré jamás. Las alarmas antirrobo de los comercios de la calle aullaban cacofónicamente.
Estaba en mitad de un terremoto.
El miedo me atenazó, pero el sentido común de algún modo se abrió camino por mi mente y me instó a permanecer inmóvil. Si hubiera tratado de levantarme, la fuerza del temblor me habría arrojado al suelo y podría haberme lastimado. Supongo que dicha intuición pasó por mi cerebro en apenas un fracción ínfima de segundo. Esperé, en los que fueron algunos de los peores segundos de mi vida. El rumor tardó unos segundos en acallarse y los muebles se aquietaron. Entonces me levanté y tanteé la pared en busca del interruptor. No había electricidad. El terremoto debía de haber afectado al alumbrado. En completa oscuridad, con el corazón batiéndome, me dirigí hacia el dormitorio de mis hermanos. Se habían despertado y hablaban. Les dije: "ha habido un terremoto". Mi hermano pequeño, al oírme, se asustó y empezó a gritar de puro miedo. Apareció mi madre, nos dijo que nos dirigiéramos a la puerta de casa y habló a mi hermano (tenía 7 años) para calmarlo. Ni siquiera sentí pasar a mi padre, de la rapidez con que actuó. Alguien empezó a atronar con golpes en la puerta principal. Mi padre abrió y era mi tía, que vivía en el primer piso del edificio. Estaba muy asustada. Ella había sentido el temblor con más fuerza que nosotros. Mi padre nos apremió para que saliéramos al portal, porque nos íbamos a ir en el coche a un sitio descampado, a algún terraplén sin construcciones para evitar el peligro de posibles derrumbamientos. La oscuridad era total y nos movíamos por instinto. En la calle, muchas personas en ropas de dormir portaban linternas. El ambiente de nerviosismo se respiraba. A la tenebrosa luz de las linternas, todo parecía normal, en su sitio. Mis peores terrores fueron descartados. No habían sucedido derrumbamientos. La garra de mi pecho se aflojó. Por mi mente habían pasado escenas dantescas, y un pensamiento me perseguía: "mi familia, mi familia, mi familia..."
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Mi madre había cogido una radio y por las noticias urgentes anunciaron que un terremoto de 5,2 grados en la escala Richter había sacudido toda la costa de Huelva, el sur de Portugal y parte de la provincia de Cádiz, y que se había sentido muchos kilómetros hacia el interior del país.
Si he contado todo esto, es por el temor a lo desconocido que experimenté en aquellos momentos de angustia en los que me desperté sabiendo que iba a ocurrir algo. No sé si fue el instinto, el mismo que enloqueció a los animales, pero lo sentí.
Al ver en esta película los indicios de algo extraño que estaba a punto de suceder... Los perros olfateando la amenaza y comportándose de forma agresiva... Y los niños, que también intuían, mucho antes que los adultos, el peligro inminente... No pude evitar recordar aquella noche. Yo también sentí señales, no sé cómo. Vale, no se debían a una invasión extraterrestre, pero algo me puso los pelos de punta y fue entonces cuando oí el alboroto de los animales y, segundos después, noté el movimiento.
Mi instinto más primitivo me había hablado, y yo lo escuché.
Quizás, cuando aún somos niños, poseemos una capacidad mayor para percibir cosas que los adultos no pueden captar. La infancia nos acerca más a lo primigenio de la naturaleza y nos coloca a un nivel que, aunque es menos agudo que el del reino animal, se le aproxima.
Los perros y los niños de la película sienten en sus huesos la presencia de lo inexplicable y lo aceptan, hecho que a los adultos, con su mente más cerrada, les cuesta asimilar.
Por esas sensaciones, por esa atmósfera de anormalidad que se cierne para romper el ritmo normal, además de por la música de James Newton Howard y el juego de la fotografía, es por lo que le he puesto el 6. Si no hubiera sido por eso, probablemente se habría ganado el suspenso, porque Shyamalan esta vez no me termina de convencer con su guión (bello, sí, pero con algo de falsete que no me cuaja), y la aparición de los seres (mal representados con unos efectos especiales mediocres) me causa decepción. Me habría gustado más, como creo que alguien ha comentado ya, que Shyamalan se hubiera limitado a sugerir sin mostrar. Hasta que los seres comienzan a verse (poco, eso sí) la atmósfera es magnífica. Pero después queda contaminada por la sensación de que se ha metido por caminos ya demasiado trillados y eso estropea el conjunto.
Gran comienzo, final sólo pasable.
Si he contado todo esto, es por el temor a lo desconocido que experimenté en aquellos momentos de angustia en los que me desperté sabiendo que iba a ocurrir algo. No sé si fue el instinto, el mismo que enloqueció a los animales, pero lo sentí.
Al ver en esta película los indicios de algo extraño que estaba a punto de suceder... Los perros olfateando la amenaza y comportándose de forma agresiva... Y los niños, que también intuían, mucho antes que los adultos, el peligro inminente... No pude evitar recordar aquella noche. Yo también sentí señales, no sé cómo. Vale, no se debían a una invasión extraterrestre, pero algo me puso los pelos de punta y fue entonces cuando oí el alboroto de los animales y, segundos después, noté el movimiento.
Mi instinto más primitivo me había hablado, y yo lo escuché.
Quizás, cuando aún somos niños, poseemos una capacidad mayor para percibir cosas que los adultos no pueden captar. La infancia nos acerca más a lo primigenio de la naturaleza y nos coloca a un nivel que, aunque es menos agudo que el del reino animal, se le aproxima.
Los perros y los niños de la película sienten en sus huesos la presencia de lo inexplicable y lo aceptan, hecho que a los adultos, con su mente más cerrada, les cuesta asimilar.
Por esas sensaciones, por esa atmósfera de anormalidad que se cierne para romper el ritmo normal, además de por la música de James Newton Howard y el juego de la fotografía, es por lo que le he puesto el 6. Si no hubiera sido por eso, probablemente se habría ganado el suspenso, porque Shyamalan esta vez no me termina de convencer con su guión (bello, sí, pero con algo de falsete que no me cuaja), y la aparición de los seres (mal representados con unos efectos especiales mediocres) me causa decepción. Me habría gustado más, como creo que alguien ha comentado ya, que Shyamalan se hubiera limitado a sugerir sin mostrar. Hasta que los seres comienzan a verse (poco, eso sí) la atmósfera es magnífica. Pero después queda contaminada por la sensación de que se ha metido por caminos ya demasiado trillados y eso estropea el conjunto.
Gran comienzo, final sólo pasable.