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8.6
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Comedia
Un humilde barbero judío que combatió con el ejército de Tomania en la Primera Guerra Mundial vuelve a su casa años después del fin del conflicto. Amnésico a causa de un accidente de avión, no recuerda prácticamente nada de su vida pasada, y no conoce la situación política actual del país: Adenoid Hynkel, un dictador fascista y racista, ha llegado al poder y ha iniciado la persecución del pueblo judío, a quien considera responsable de ... [+]
23 de marzo de 2008
23 de marzo de 2008
139 de 161 usuarios han encontrado esta crítica útil
Chaplin no sólo fue un creador de sueños. Además fue un director comprometido y valiente. Cuando en Europa la Segunda Guerra Mundial se encontraba en sus primeros compases y la locura de Hitler tenía la rienda suelta y sin freno, a Chaplin se le ocurrió la feliz idea de realizar una de las más brillantes parodias jamás pensadas sobre el enajenado dictador alemán, su partido nacionalsocialista y, en general, sobre cualquier forma de dictadura. La divertida y corrosiva sátira, plena de denuncia y no exenta de amargura por las atrocidades humanas, lanza su demoledor ataque contra las bases del nazismo totalitario. Y el ataque llegó en plena contienda real.
Chaplin, inteligente y agudo, captó la esencia del nazismo a la perfección y la recreó admirablemente en esta ácida comedia. Gracias al despliegue de medios de que hizo gala y a un trabajo de puesta en escena y ambientación meticulosos, las imágenes son un puro derroche de detalles que representan hasta un extremo fascinante y ridículizante la tecnología destinada a servir a la guerra, la majestuosidad y la opulencia del palacio del dictador, la cansina tendencia de los partidos totalitarios a inundarlo todo con sus símbolos representativos (obsérvese la similitud entre las aspas de la película y la esvástica del partido real), sus gestos de identificación (el brazo alzado), los discursos fanáticos y estentóreos del dictador y las restricciones y penalidades del gueto judío. Asímismo, el vestuario también es digno de mención.
La capacidad creativa y satirizante de Chaplin continuó en la línea de "Tiempos modernos", mostrando aparatos y maquinarias que simbolizan la esclavitud humana a una tecnología utilizada con frecuencia con fines deshonestos y destructivos, añadiendo su toque de inventos y objetos inútiles o que nunca funcionan (un paracaídas de reducido tamaño, un traje antiproyectiles, plumas estilográficas que no escriben...)
Chaplin aprovechó el indudable parecido físico entre su entrañable Charlot (el mítico personaje que, con la extinción del cine mudo, se despidió de las pantallas) y Hitler para llevar a cabo un doble papel: el del dictador por un lado, y el de un barbero judío que rinde tributo al desaparecido Charlot adoptando su vestimenta, sus ideales románticos, su tendencia a meter la pata y meterse en líos y a luchar obstinadamente por la justicia.
Me he reído a carcajadas con la genial parodia del acento alemán y del tono de voz desaforado que adopta Hynker (transposición de Hitler), imitando los escalofriantes discursos del Führer.
Chaplin, inteligente y agudo, captó la esencia del nazismo a la perfección y la recreó admirablemente en esta ácida comedia. Gracias al despliegue de medios de que hizo gala y a un trabajo de puesta en escena y ambientación meticulosos, las imágenes son un puro derroche de detalles que representan hasta un extremo fascinante y ridículizante la tecnología destinada a servir a la guerra, la majestuosidad y la opulencia del palacio del dictador, la cansina tendencia de los partidos totalitarios a inundarlo todo con sus símbolos representativos (obsérvese la similitud entre las aspas de la película y la esvástica del partido real), sus gestos de identificación (el brazo alzado), los discursos fanáticos y estentóreos del dictador y las restricciones y penalidades del gueto judío. Asímismo, el vestuario también es digno de mención.
La capacidad creativa y satirizante de Chaplin continuó en la línea de "Tiempos modernos", mostrando aparatos y maquinarias que simbolizan la esclavitud humana a una tecnología utilizada con frecuencia con fines deshonestos y destructivos, añadiendo su toque de inventos y objetos inútiles o que nunca funcionan (un paracaídas de reducido tamaño, un traje antiproyectiles, plumas estilográficas que no escriben...)
Chaplin aprovechó el indudable parecido físico entre su entrañable Charlot (el mítico personaje que, con la extinción del cine mudo, se despidió de las pantallas) y Hitler para llevar a cabo un doble papel: el del dictador por un lado, y el de un barbero judío que rinde tributo al desaparecido Charlot adoptando su vestimenta, sus ideales románticos, su tendencia a meter la pata y meterse en líos y a luchar obstinadamente por la justicia.
Me he reído a carcajadas con la genial parodia del acento alemán y del tono de voz desaforado que adopta Hynker (transposición de Hitler), imitando los escalofriantes discursos del Führer.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Me he reído también con las meteduras de pata del barbero-Charlot en la guerra (la escena de la máquina para atacar a los aviones, el cañón defectuoso), con las escenas antológicas del dictador patoso con su apretadísima agenda diaria y sus delirios de conquistar el mundo, con alguna pelea a sartenazos entre judíos y soldados alemanes, con la impagable y desternillante ocurrencia del pudding de las monedas, el encuentro con Napolini (que satiriza a Mussolini)... Son tantos momentos para el escarnio y la risa que no se pueden nombrar todos. Pero también Chaplin intercaló momentos que forman un nudo en el pecho, como las humillaciones y ataques contra los judíos, el temor a la pérdida progresiva y fatal de sus libertades fundamentales, y finalmente ese discurso que sin duda pasó a la historia como uno de los más bellos, sinceros y esperanzadores que se han pronunciado en el cine. Mensaje de paz que llegó en un momento aciago y que por desgracia fue ignorado, pero que perdura para la posteridad gracias a la audacia y el corazón de uno de los más grandes que jamás dará el mundo del cine.
Excelente reparto de actores, haciendo mención especial (por supuesto, empezando por Chaplin, cuyas excelencias interpretativas ya he mencionado) a Paulette Goddard, quien demostró con creces que era más que una cara bonita y que su paso del cine mudo chapliniano a su etapa sonora no mermó en absoluto sus cualidades; y, también de manera especial, a Maurice Moscovich, que encarna de una forma encomiable al filosófico y altruista Jaecker. Y aplausos para todos los demás intérpretes que contribuyeron con sus buenas dotes a este prodigio.
Ya Chaplin se había despedido de su adorada etapa muda, aunque aún se había negado a abandonar del todo a su Charlot y las premisas de sus películas anteriores, siendo capaz de conservar gran parte del encanto. La magia de transmitirlo todo con pocas palabras ya se había esfumado, pero en esta comedia dramática se compensó con la presencia de unos diálogos extraordinarios, con lo cual nuestro querido director se confirmó como un soberbio guionista. Y, en su afán por abarcar tantas facetas, continuó siendo el artífice de la banda sonora, ya menos presente en el metraje pero con el mismo aire atemporal de siempre.
Nunca me cansaré de decirlo. No habrá otro como Chaplin.
Excelente reparto de actores, haciendo mención especial (por supuesto, empezando por Chaplin, cuyas excelencias interpretativas ya he mencionado) a Paulette Goddard, quien demostró con creces que era más que una cara bonita y que su paso del cine mudo chapliniano a su etapa sonora no mermó en absoluto sus cualidades; y, también de manera especial, a Maurice Moscovich, que encarna de una forma encomiable al filosófico y altruista Jaecker. Y aplausos para todos los demás intérpretes que contribuyeron con sus buenas dotes a este prodigio.
Ya Chaplin se había despedido de su adorada etapa muda, aunque aún se había negado a abandonar del todo a su Charlot y las premisas de sus películas anteriores, siendo capaz de conservar gran parte del encanto. La magia de transmitirlo todo con pocas palabras ya se había esfumado, pero en esta comedia dramática se compensó con la presencia de unos diálogos extraordinarios, con lo cual nuestro querido director se confirmó como un soberbio guionista. Y, en su afán por abarcar tantas facetas, continuó siendo el artífice de la banda sonora, ya menos presente en el metraje pero con el mismo aire atemporal de siempre.
Nunca me cansaré de decirlo. No habrá otro como Chaplin.