Tras la II Guerra Mundial, la moral y la ética no podían menos que sentirse apaleadas. Los horrores de lo totalitarismos habían confeccionado y creado una de las arquitecturas más macabras de toda la Historia. Para colmo de males, los grandes líderes de los vencedores, salvo honrosas y contadas excepciones, se habían comportado de forma insensible en la división del territorio liberado tras Yalta. El temor a un arma llamado bomba atómica solamente era superado por la Guerra Fría y las listas negras.

Con pulso firme y basándose en una inquietante novela, Martin Scorsese narra una película de atmósfera terrible, ritmo inquietante, que Carlos Boyero ha expresado con acierto como verdadera tela de araña. Leonardo DiCaprio se embarcó con el italoamericano y la apuesta le ha salido estupendamente, trasmitiendo mucho con ese personaje perdido, atrapado en una isla de monstruos.

Un mundo que ya suena hoy perdido, una cinta que solamente necesitaria estar en blanco y negro para confundirse con uno de esos clásicos del suspense. Homenajes y trampas por doquier, algún momento pretencioso, bien es cierto, pero con la sensación de que no nos han estafado con la entrada en el cine.

Un reparto excelso en una obra que se deja revisionar con soltura.