Buena película de finales de los años 20 (y, por lo tanto, todavía muda) en la que ya se aprecia claramente cómo el sentido narrativo del cine adquiere personalidad propia.

Y, aunque todavía Vidor no había descubierto un modo eficaz para deshacerse de cierto tufillo edificante y moralizador, ya está muy capacitado para sumergir al espectador en su fábula y hacérsela vivir en primera persona, desarrollarla con habilidad y culminar la obra con mano maestra.