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La parte de los ángeles

Comedia. Drama Robbie es un joven padre primerizo de Glasgow que no logra escapar de su pasado delictivo. Se cruza en el camino de Rhino, Albert y la joven Mo cuando, como ellos, evita por poco la cárcel pero recibe una pena de trabajos sociales. Henri, el educador que les han asignado, se convierte entonces en su nuevo mentor y les inicia en secreto… en el arte del whisky. Entre destilerías y sesiones de degustación, Robbie descubre que tiene un ... [+]
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Críticas 48
Críticas ordenadas por utilidad
1 de septiembre de 2021
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La producción es muy sencilla, no hay espectáculo ni dispone de grandes recursos. Esta basada fundamentalmente en escenarios reales.
La dirección es correcta, con mucho oficio y habilidad, centrada en narrar la historia sin alardes cinematográficos de ningún tipo. La historia fluye con naturalidad y resulta intrigante y entretenida.
La historia no es más que una comedia tontorrona, un tanto absurda, con su punto de denuncia social. Está lo suficientemente bien tramada para que resulte interesante. Evidentemente hay que destacar lo dicho anteriormente, aunque sea en tono de comedia, la denuncia social: la situación de los jóvenes de determinados sectores sociales, el trato que les da la justicia y, especialmente la policia, los servicios sociales, el clima de violencia en el que se mueven, etc. Todo tratado con un cierto humor inglés y sin grandes pretensiones moralizantes.
Los protagonisitas están muy bien en sus respectivos papeles. Naturales y expresivos y con el punto justo de comicidad para no resultar exagerados.
Resumiendo: está bien hecha, es interesante, agradable y entretenida; que no es poco en los tiempos en que vivimos.
Miguel Ángel
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14 de noviembre de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ken Loach siempre me ha parecido un cineasta similar a Oliver Stone, por proponer un símil contemporáneo. Ambos profesan amor eterno al cine militante, de guerrilla, aquel que pretende encender la apagada y acomodada llama de la revolución. La diferencia entre el inglés y el norteamericano reside en que el autor de Wall Street deja a un lado su vertiente política para parir obras de puro entretenimiento sin más, como pueda ser Savages. En el caso de Loach, esto no es posible, ya que incluso sus comedias versan sobre la diferencia de clases, el maltrato a los débiles o hechos históricos de gran calado dramático. En esta ocasión, como ya hiciera en su reciente film, Looking for Eric, opta por la comedia como modo de expresión, sazonada por el inseparable drama que impregna la mayor parte de su filmografía. Loach nos habla de las segundas oportunidades, de su validez, de su justicia y de su razón de ser. ¿Merecemos todos una segunda oportunidad? ¿Es realmente posible hacer borrón y cuenta nueva, sean cuales sean nuestras acciones pasadas? ¿Está preparada la sociedad para, no solo perdonar, sino olvidar? El director de The Wind that Shakes the Barley (2006) opina que si, y lo hace de manera un tanto general, simplista e ingenua, en mi opinión. Apenas existen momentos reflexivos o de lucha interna de nuestro protagonista, Loach casi nunca busca el contrapunto a sus acciones ni se esfuerza por contrastar el presente mediante otros puntos de vista. Esto da lugar a un retrato algo descuidado y demasiado sencillo del drama que conlleva saber que solo un palmo separa la vida y la muerte del personaje principal. Una segunda oportunidad debe nacer, en primer lugar, en nosotros mismos, a través de una feroz autocrítica y la eliminación radical de caretas de autodefensa. Aceptación, perdón a uno mismo siendo consciente de la maldad o equivocación de nuestros actos, dejar atrás el pasado para no hundirse en él, responsabilidad interna en la gestión de los necesarios cambios para avanzar y flexibilidad con la/s persona/s que nos rodean, ya que ellos también estarán sometidos a un proceso evolutivo y de adaptación a causa nuestra. Estos son algunos de los pasos básicos para iniciar una nueva vida (sobre todo interior) y para construir un personaje creíble, humanizado, que provoque la suficiente empatía como para seguir queriendo ver y oír su historia. El realizador británico solo cumple un par de ellos permitiendo que, desde ese momento sepamos que estamos presenciando un film amable que no pretende introducirse en el fango psicológico de una persona, sino simplemente contarnos una historia entretenida, algo muy loable también, por cierto.

El problema reside en que Paul Laverty, autor del libreto, utiliza ciertos trucos narrativos para agilizar la trama y lograr de manera algo más directa la empatía del espectador con el protagonista. En la maravillosa y durísima Tyrannosaur (Paddy Considine, 2011), se nos presenta al personaje interpretado por el enorme Peter Mullan borracho, amargado, solitario y acabando con la vida de un perro. Considine se enfrenta así a una audiencia asustada y alerta ante la brutalidad del que va a ser su acompañante durante la próxima hora y media. Es decir, no juega a componer una persona, simplemente la presenta como es y nos deja claro a las primeras de cambio su naturaleza agresiva y su falta de compasión, cosa que puede cambiar o no a lo largo del metraje. Sin embargo, en The Angel´s Share, Laverty manipula a sus anchas la escritura para presentarnos a Robbie como víctima del sistema y de un ambiente marginal, un antihéroe al que le han tocado malas cartas en la vida que merece toda nuestra compasión para, acto seguido, mostrarnos las crueles consecuencias de sus actos incívicos de un pasado reciente. Hasta aquí bien, nada que reprochar. Pero la decepción (por lo menos para mi) es mayúscula cuando vemos que esa larga secuencia no es más que una condescendiente palmadita en el hombro de Robbie, un "aquí no ha pasado nada" que apenas tiene repercusión en una trama que seguiría inalterable si dicha secuencia se hubiera quedado en la sala de montaje. Esto mismo separa a The Angel,s Share del inconfundible cine de perdedores que tan bien representaba John Huston. Esa falta de valentía es lo opuesto a lo mostrado por Huston en Fat City (1972), Moulin Rouge (1952) o The Asphalt Jungle (1950), donde no había lugar para el maniqueísmo ni la manipulación emocional.

Uno de los puntos fuertes del film es la brutal crítica indirecta (y digo indirecta porque ni Loach ni Laverty parecen interesados en lo más mínimo en desarrollarla) que se vierte sobre la sociedad de nuestros días y la arbitrariedad de nuestro comportamiento. Por partes. En esa búsqueda incesante de las segundas oportunidades de Robbie, se nos presenta de pasadas un dilema traumático referente a la importancia del entorno en nuestro crecimiento, desarrollo y evolución como personas. Es decir, ¿Por qué somos como somos? ¿De verdad podemos decir que somos así por nosotros mismos? ¿Somos auténticos? ¿Cuánta parte de responsabilidad tiene la sociedad y el entorno en nuestra forma de pensar, actuar y razonar? Realmente nunca lo sabremos pero si podemos hacernos una idea con el panorama representado en el film.El futuro del hijo de Robbie y su pareja es verdaderamente incierto. Tiene todos los números para acabar siendo un don nadie, un ser sin objetivos, drogadicto y desempleado. La batalla entre Robbie y los padres de su pareja por él tiene una única víctima:él mismo. Su futuro está en otras manos, en gente que le quiere pero cuya ceguera moral puede condenarle antes de nacer. ¿Cómo se lucha ante esto? Esa arbitrariedad, esa influencia indirecta, esas casualidades extremas y esas decisiones que todos toman menos nosotros es lo que realmente da miedo, el verdadero drama que podemos extrapolar de la película a nuestras vidas.

Sigo en spoiler sin ser spoiler
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Jlamotta
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15 de noviembre de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cuando hablamos de Ken Loach, hablamos de cine social, ese cine que se centra en los obreros de la periferia británica y sus problemas, problemas reales que consiguen conectar con el espectador por su verosimilitud. En su nueva cinta, Loach sigue más o menos haciendo lo mismo, aunque ésta vez de una manera más optimista que otras veces.

Robbie es un chaval de la periferia de Glasgow que no tiene oficio ni beneficio, y que recientemente se ha salvado de ir a la cárcel después de agredir violentamente a un chaval mientras iba puesto de coca hasta las cejas. Ahora, a punto de ser padre, cumple servicios comunitarios con otros tres chavales que como él llevan malviviendo toda su vida. Allí, un trabajador social les enseña algunos secretos sobre el whisky cuando les lleva a una cata en Edimburgo. Viendo que es una cosa que se le da la mar de bien, Robbie intentará dejar atrás la violencia y sacar adelante a su mujer y a su hijo con ésta nueva oportunidad que se le ha presentado.

Loach acierta de lleno con la construcción de la vida del protagonista, un tipo que no tiene ningún futuro y que teme que su vida pueda acabar pronto como siga así. Escenas como la de la vista con una de sus víctimas son brillantes, al igual que su relación con el trabajador social, totalmente entrañable. Dónde falla la cinta es en lo demás, ya que ni la relación con sus compañeros de castigo, ni su periplo con el whisky, son lo suficientemente apasionantes para que el film pase de un aprobado raspado. Lamentablemente, la cinta cae bastante en su segunda parte, para terminar con un final que es demasiado buenrollista e inverosímil.

A Loach siempre se le ha dado mejor el drama que la comedia, y eso se demuestra en ésta cinta, que si bien es simpática, no deja de ser un vehículo menor de un cineasta que ha demostrado que puede dar mucho más de sí.

Lo mejor: El primer tramo de la cinta.
Lo peor: Su relación con los compañeros no funciona, y el devenir de la cinta acaba siendo algo inverosímil.

Sígueme en Twitter: @Chackson5
Chackson5
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15 de noviembre de 2012
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En tiempos de crisis, más aún cuando la gente se ve obligada a salir a la calle para defender unos derechos que parecen condenados al más oscuro de los olvidos (merced a una clase gobernante que, muy premeditadamente, ha llevado a niveles increíbles su desprecio hacia ellos), es de una importancia crucial que el cine reivindique su papel como líder entre los artes de grandes masas, deje el impermeable en casa y se descubra una vez más como el perfecto espejo de un presente cuyo reflejo ya debería asustar incluso a los más prevenidos. Es por esto que ha llegado el momento de volver la mirada hacia atrás; hacia tiempos pasados, que por supuesto fueron mejores, y buscar el consuelo en unos ideales que, para desgracia de todos, llevan largo tiempo enterrados.

Para ello es imprescindible desempolvar la lista de contactos y volver a llamar a aquellos directores que nosotros mismos nos habíamos encargado de poner en el sucio rincón de la amnesia (para esto último no hizo falta la intervención de ningún político). Al fin y al cabo, sabemos -con mucho egoísmo- que cuando más se los necesite, ahí estarán para acompañarnos durante la travesía del desierto; para guiarnos o para mostrarnos la verdad tan despreciada. Este grupo está compuesto por seres refunfuñones, permanentemente indignados y siempre dispuestos a lanzarse sobre la yugular del malvado de turno, sin olvidárseles jamás que todo lo que hacen es para el bien común, dos palabras éstas dos últimas que en la actualidad raramente pueden verse juntas. Mientras no nos llega lo nuevo de Constantin Costa-Gavras (de imprescindible visionado ahora más que nunca), bueno es otro de los más distinguidos nombres dentro de este tan popular club: Ken Loach. Oh, no...

El problema con el veterano y excesivamente reverenciado cineasta inglés es, aparte de que a estas alturas ya le tenemos muy visto, que sabe ocultar demasiado bien sus carencias, que no son precisamente pocas. Esto o bien se encuentra casi siempre con la injustificada indolencia por parte de un público, cegado primero por el nombre (haciendo aquel tan odioso ejercicio de cine-ficción, ¿le haríamos igual caso a una cinta idéntica pero firmada por alguien distinto?) y después por la seriedad y sobre todo la presunta necesidad de la temática. Inmigración ilegal, tragedias nacionalistas, espeluznantes relatos sobre los horrores de las guerras modernas... la lista de dramas sociales es interminable. Son todos ellos tan impactantes; su alcance es tan grande que la parte de objetividad que debería haber en cualquier análisis mínimamente riguroso se evapora con pavorosa facilidad.

Ésta se va a la atmosfera; al más allá, y se la quedan, por supuesto, los ángeles, quienes al mismo tiempo dejan otra pequeña porción para su adorado amigo Ken, quien se limita a sonreír cálidamente... y a acumular elogios y premios. El que a algunos sus discursos nos carguen (por plomizos, por excesivamente aleccionadores) es algo que se pasa por alto, porque sin duda el problema es del receptor rebelde y su impasibilidad ante los problemas que afectan a la sociedad. En fin... Sin división de opiniones que valiera, en el último Festival de Cine de San Sebastián aparecía en la segunda posición del ranking del Premio del Público lo último de Loach, y no tuvieron que sucederse demasiadas escenas de su 'The Angels' Share' para entender el por qué de ese privilegiado lugar.

Contrario -pero a la vez muy fiel- al estilo al que nos tiene acostumbrados, el cineasta británico se pasa a la comedia, buscando repetir los buenos resultados encontrados en 'Buscando a Eric', para presentarnos a una panda de delincuentes de poca -poquísima- monta que, por los designios judiciales, se une y compacta a lo largo de diversas sesiones de trabajos para la comunidad. Velando por el bien de todos ellos está una figura a simple vista agresiva pero inmediatamente después de trato amable y sin lugar a dudas entrañable. Dicho hombre responde al nombre de Harry, y no tardará en erigirse en figura paterna de esos parias sociales con un pasado oscuro. Especialmente tenebroso es el del protagonista de la función, Robbie, principal responsable de la aparición del peor toque Loach, donde se reconocen de la manera más descarada las tragedias marca de la casa.

Broncas subidísimas de tono, violencia hooligan, problemas financieros, demasiadas visitas al hospital... Back to classics. Pero por suerte el cielo se le abre cuando el nuevo mentor del gamberro en cuestión le introduce en el fascinante y complejo mundo del whisky. La sorpresa estalla cuando este joven desgraciado de Glasgow resulta tener un olfato prodigioso para la materia. Sin clases previas, sin haber abierto en su vida un maldito libro, mucho menos uno que hable sobre ese prodigioso néctar dorado-anaranjado, el protagonista se descubre como un consumado maestro etílico. La solución a todos los problemas resulta que a veces sí se halla en el fondo del vaso, o más concretamente, en una barrica que contiene un tesoro de valor incalculable y que deberá ser robada echando mano de unas habilidades rateras que también se manifiestan como por generación espontánea.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
reporter
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17 de noviembre de 2012
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Película muy característica por su simbiótica reunión del drama y la comedia. La primera escena parece anunciarnos que, a pesar de que veremos primeras imágenes duras nos vamos a acabar riendo, y así ocurre.

Por una parte, la dramática historia de un astuto protagonista que con pocas palabras y grandes señas de identidad como actor sabe cautivar al espectador. Y por otra la comedia de mano de sus colegas y también delincuentes menores que a pesar de denotarse su segundo plano están presentes durante toda la historia.

Ante todo destacar a John Hensaw y Paul Branigan su actuación y su relación en la película.
Recomendable. No espere partirse de risa y tampoco llorar, eso la hace bastante particular y por ello no muy fácil de olvidar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Peche
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