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La comedia sexual de una noche de verano

Comedia Comienzos del siglo XX. Tres parejas se reúnen para pasar un fin de semana en el campo: un inventor que ha creado una `bola para atrapar espíritus` y su mujer, que tiene problemas sexuales; un racionalista y pomposo profesor de filosofía y su prometida, mucho más joven que él, y un médico, mujeriego compulsivo, y su última conquista. El ambiente idílico propicia la confusión emocional de los personajes. (FILMAFFINITY)
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Críticas 38
Críticas ordenadas por utilidad
1 de octubre de 2016
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Empirismo, razón, revelación o iluminación exponen su afilados argumentos.
La película encierra una filosofía de la vida relativa a las relaciones de pareja o, parafraseando a S. Freud, asegura que casi todas las vicisitudes de este mundo se resumen en una ecuación sencilla.
Siempre soñando con el amor.
O con el sexo.

¿Tendré que hablar de la fotografía, de la banda sonora, del ajustado ritmo que sitúa cada escena en el momento preciso o podré referirme a la magia y al encantamiento que la obra de arte provoca en el espectador?
Cualquier detalle puede ser el detonante de esos sentimientos que conducen a la zozobra y que hace que las máscaras caigan.
Un W. Allen que ejerce de escritor, de director y de actor se convierte en nuestra conciencia.
Obra de madurez.
ABSENTA
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24 de septiembre de 2020
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mero divertimento y liviano homenaje a Shakespeare, “La comedia sexual de una noche de verano” es una deliciosa obra menor de Woody Allen. Ambientada a principios del siglo XX (época favorita de Allen), en una idílica casa de campo, con el amor, las insatisfacciones, la magia, las infidelidades, el ocultismo y las relaciones cruzadas, Allen quiere jugar a ser Shakespeare en una de sus películas más europeas (con algún eco explícito a Renoir) por contexto, planteamiento y textura.

A la casa de un matrimonio en horas bajas y con problemas sexuales llegan dos parejas: una formada por un médico mujeriego (el mejor amigo del anfitrión) y su enfermera amante, y otra pareja para contraer matrimonio allí, formada por un pedante profesor universitario intelectual de avanzada edad y su joven prometida, la cual tuvo alguna vieja historia con el anfitrión.

La convivencia en tan idílico lugar durante un fin de semana dará lugar a todo tipo de situaciones y combinaciones humanas posibles, conformando un liviano elenco de lugares típicos del genio norteamericano tratadas con una pátina cómica de ligereza estudiada.

Se beneficia de una magnífica banda sonora basada en obras de Mendelssohn y de una fotografía campestre exquisita de su entonces habitual Gordon Willis. El humor, sobre todo, funciona con los absurdos inventos diseñados por el personaje que se reserva para sí mismo Woody Allen y, especialmente, para esa bicicleta que vuela, que sinceramente no tiene precio.

Una comedia con ecos de “Sonrisas de una noche de verano” de su idolatrado Ingmar Bergman mezclada con “El sueño de una noche de verano” de William Shakespeare tan entretenida como intrascendente, demasiado campestre para el autor de cine más de ciudad que haya conocido nunca.
Sergio Berbel
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27 de abril de 2006
6 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Allen logra definir tan bien cada personaje que desde el principio ya puedes empezar a disfrutar de cada uno de ellos. Muy entretenida.

La música tanto como la fotografía son perfectas. Buenas actuaciones de todos, sinceramente recomendable.
Pelado1987
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29 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un renovado Woody Allen nos ofrece en este metraje la imagen de la transformación y del desapego entre guiones. Si en Recuerdos (1980) su anterior trabajo al que nos ocupa, veíamos un oscuro y en exceso introspectivo y huidizo personaje; en La comedia sexual de una noche de verano (1982) recuperamos al Allen comediante, aunque aligerado en gran parte de sus naturales recursos del chiste y de los gags de sus primeras películas. La acción nos situa en el bosque acompañados por el excéntrico agente de finanzas y inventor Andrew (Woody Allen) y su esposa Adrian (Marie Steenburgen), el libidinoso médico Maxwell (Tony Roberts) y la sensual enfermera Dulcy (Julie Hagerty), el pragmático filósofo Leopoldo (José Ferrer) primo de Adrian, y su pretendiente Ariel (Mia Farrow) de la que no se conoce oficio. Tres parejas, seis personajes, una casa de campo y veraniegas vacaciones con boda donde fluyen las energías entre los comensales, los invitados y sus noctámbulos espíritus visibles solo a la luz de la bola espectral para entrar en el mundo invisible: un atrapa espíritus, otro invento más de Andrew.

"El primo de la mujer de mi mejor amigo se casa", argumento con el que el doctor convence a la enfermera Dulcy (gran equilibrista sobre la hamaca) para pasar un esplendoroso fin de semana en una casa de campo donde los comensales Andrew y Adrian están preocupados debido al largo periodo de inapetencia sexual...algo entre ellos no funciona, secreto que quizás pueda solucionar la bola espectral...Woody Allen sonoriza las veraniegas panorámicas reflejadas en nuestras retinas, con las románticas melodías de Mendelssohn cual mariposas revoloteando para evitar ser cazadas por las redes del, por el momento, atemperado Maxwell, coleccionista además de compulsivas experiencias amorosas.

El juego del amor desparrama sus energías sobre nuestros seis protagonistas que entre preciosas melodías, delicados lieder del romántico Schubert, algo de música sacra, y nerviosas confesiones entre las agitadas sombras olorosas de veraniegas fragancias nocturnas, se produce el encantamiento en el bosque, donde, en ciertas noches de verano se pueden ver revolotear armoniosas e incandescentes energías pertenecientes a algún inconfesable pasado que se muestran entre la frondosa arboleda, espíritus poco reconocibles pero sospechosamente familiares...para alguno de los invitados; la bola atrapa espíritus parece que funciona...

La noche provoca encuentros a la sombra de su manto con fallidos desencuentros: Maxwell confiesa a Andrew su amor por Ariel. Leopoldo propone a Dulcy un ratito de solitud acompañada, con resultado imprevisto. Todos los protagonistas flirtean produciéndose fracasos y encuentros, se excusan ante sus parejas, se inventan situaciones para cubrir los fracasos de sus fallidas citas, derivando todo en forma de emergentes ectoplasmas del pasado reciente. La bola espectral se pone en marcha, estalla, una incandescente luz espectral emerge flotando de su interior que se unirá a las amorosas y animadas energías del bosque al son del alegre y agitado ritmo del 'finale' de la jocosa comedia que en un tiempo lejano escribiera un tal William Shakespeare.

Para llegar a los resultados de esta veraniega película no podemos olvidarnos de algunos nombres clave en el habitual grupo de trabajo con el que Woody Allen redondea sus resultados: la fotografía de Gordon Willis, la interesante complejidad del casting de Juliet Taylor, el cuidadísimo trabajo de vestuario de Santo Locuasto y la incondicional producción de Charles H. Joffe y de Jack Rollins, entre otros interesantes nombres que amplían el grupo de incondicionales en las creaciones que nuestro neoyorquino director ofrece con certera periodicidad al cine.
avanti
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6 de julio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tres hombres y tres mujeres. Un matrimonio, una pareja comprometida y dos amantes apasionados. ¿Cómo terminará esto?
En las noches de verano la ardiente llama del deseo parece brotar del inconsciente sin tenerse en cuenta las consecuencias. El amor y la magia están en el aire...y la tensión sexual también.

La década de los '80 significó un replanteamiento y renovación del sr. Woody Allen para con su arte. Ya hacía tiempo que el puro humor se había diluido siendo reemplazado por temas, aspectos, reflexiones y tratamiento de personajes mucho más serios y espinosos; una declaración de intenciones fue ponerse tras la cámara (que no delante) en un film tan agrio e intimista como "Interiores" a finales de los '70, pero en realidad "Recuerdos" fue la que desplazó su cine hacia otra dimensión, tremendamente sombría, melancólica y empapada de los olores de las tragedias "bergmanianas", aunque sin perder su humor ingenioso y ácido.
En 1.980 el contrato de Allen con United Artists llega a su fin, lo que le permite trasladarse a Orion Pictures con dos proyectos bajo el brazo, una especie de comedia en clave de falso documental sobre un individuo misterioso llamado Leonard Zelig y una pequeña variación de la clásica obra de Shakespeare "Sueño de una Noche de Verano" (ya adaptada en innumerables ocasiones), su primera película de época tras el alegre delirio "La Última Noche de Boris Grushenko" y rodada en plena naturaleza, experiencia que no resultó muy agradable para el director, quien siempre había confesado (incluso en sus propios films) su disgusto por el campo.

Los '80 también dan comienzo con un cambio importante en la vida sentimental de Allen, y es su encuentro con la bella actriz de frágil silueta y grandes ojos Mia Farrow, a la que conoce una noche de noviembre, convirtiéndose en musa de su vida (aunque sin vivir bajo el mismo techo) y su carrera hasta una década más tarde. Farrow sustituiría a la gran Diane Keaton en esta galantería de principios del siglo XIX que narra cómo tres parejas se reúnen para pasar un fin de semana en el campo, pretexto que articula un alegre ballet amoroso, iniciado, como no podría ser de otro modo, en una clase de filosofía impartida por el recto, inflexible y erudito profesor Leopold.
Tras rechazar todo lo que no podemos sentir más allá de lo que vemos, Allen nos lleva con su absurdo humor a la casa que será el escenario único de los flechazos, decepciones, sorpresas y discusiones que se irán desarrollando cuando lleguen el mencionado Leopold con su joven prometida Ariel y el doctor Max, un ligón empedernido, junto a la atrevida Dulcy, una de sus enfermeras. La tensión se palpa en el ambiente desde el mismo momento en que los invitados se encuentran, pues un curioso nexo sentimental une a cada uno de ellos, sin embargo el director es consciente de que está realizando una comedia, por lo que nunca se percibirá agresividad ni violencia en la historia.

Amor a primera vista a través del olor, intercambio de miradas inocentes y llenas de pasión, oportunidades que se dejaron escapar, revelación de sentimientos ocultos, decisiones que nunca se tomaron en el momento adecuado, claros en el espeso bosque que un día pudieron transformarse en un lecho de amor improvisado pero nunca sucedió, seducción entre susurros, lágrimas de desesperación, sueños premonitorios, promesas rotas y excitación sexual a flor de piel, todo ello con la resplandeciente naturaleza como testigo y un artefacto que penetra en el mundo de los espíritus actuando de catalejo mágico que mostrará el pasado y el futuro a los protagonistas.
Mientras enfrenta frivolidad y deseo carnal, impotencia y vigorosidad sexual, tradición y modernidad (encarnado de maravilla en los tres personajes femeninos), el fracaso del matrimonio y la pasión de los amantes infieles, e incluso las frías apariencias del mundo tangible y los sugerentes misterios del mundo invisible, Allen nos hace partícipes de un juego de amores y celos en la mejor tradición de esa sofisticada y ligera vertiente de la comedia tan propia del cine americano como es la comedia de enredo, en el que se verán atrapados los personajes, cuyas ideas y acciones se dan de bruces contra las inescrutables vueltas del destino.

Todo ello adornado con alguna secuencias de humor absurdo que remiten directamente a las primeras obras del director y heredando (algo muy fácil de ver) el espíritu de Shakespeare y la forma y técnica de Ingmar Bergman, de cuya filmografía Allen tomará "Sonrisas de una Noche de Verano" como inspiración. Su película, que se acoge a un esquema clásico entre mentiras y melancolía preparando el terreno para un gran enredo final (y coronado con un desenlace absolutamente increíble), se puede observar como una dicharachera variación de "Interiores".
Mientras el actor/director no ofrece sorpresas en un personaje que ya resulta harto conocido para el espectador, Tony Roberts vuelve a su lado en una genial actuación como romántico galán seguido de un impagable José Ferrer y ese trío de féminas que nunca faltan en las obras del neoyorkino: la jovencita ardiente y superficial, que interpreta una pánfila Julie Hagerty (sí, la de "Aterriza como Puedas"), la esposa neurótica y atormentada, a la que da vida una correcta Mary Steenburgen, y la frívola decidida de ideas claras e inevitablemente sensual, a quien pone su carácter, más bien empalagoso y liviano, Mia Farrow.

Magnificada por el bello trabajo de fotografía de su colaborador Gordon Willis, "La Comedia Sexual de una Noche de Verano" no fue un éxito para Allen, y prácticamente todo el mundo la vio en su momento (y la siguen viendo) como una obra menor.
Puede que sea así, pero nada desdeñable resulta visionar durante poco más de hora y media este amable, delicioso y muy entretenido romance de época que además combina a la perfección una agridulce sensibilidad con un extraño ingenio.
Chris Jiménez
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