Alemania, año cero
7 de diciembre de 2014
7 de diciembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una película desesperanzada. Está grabada en 1947 en el mismísimo Berlín ocupado por los aliados. En esa Alemania que sería dividida en dos por uno de esos raros acuerdos postbélicos que luego marcarían la segunda final del siglo XX.
Todo el neorrealismo es como un documental, pero esta película lo es aún más.
El protagonista es Edmund, un chico de trece años, que con su aspecto ario se pasa la película cuidando de su familia, que vive hacinada junto con otras familias en un solo piso. Las historias acumuladas en los pisos de posguerra, una existencia mínima, promiscua, donde la sociedad está en suspenso, llena de personajes pícaros que malviven del trueque, del hurto, del engaño. Un Berlín en ruinas. El año cero de la reconstrucción. La tabula rasa.
En una de las escenas más interesantes, Edmund revende un disco grabado con un discurso de Hitler, que resuena en el mismo palacio de la chancillería que habitó el dictador, retumbando entre las monumentales ruinas como si el pasado fuera un espectro aún vivo que despertase las culpas de la ciudad bombardeada. No hay resquicio para el futuro, es la dramaturgia de Humberto D o El ladrón de bicicletas. Películas de De Sica que siguien el mismo crescendo dramático: “si puede empeorar, empeorará”.
El antiguo profesor de Edmund, un depredador de este Belín holocáustico, le dice al joven: “dejate de sentimentalismos.. aprende de la naturaleza...los débiles son eliminados por los fuertes. A veces es necesario sacrificar a los débiles...De lo que se trata es de sobrevivir".
El protagonista es Edmund, un chico de trece años, que con su aspecto ario se pasa la película cuidando de su familia, que vive hacinada junto con otras familias en un solo piso. Las historias acumuladas en los pisos de posguerra, una existencia mínima, promiscua, donde la sociedad está en suspenso, llena de personajes pícaros que malviven del trueque, del hurto, del engaño. Un Berlín en ruinas. El año cero de la reconstrucción. La tabula rasa.
En una de las escenas más interesantes, Edmund revende un disco grabado con un discurso de Hitler, que resuena en el mismo palacio de la chancillería que habitó el dictador, retumbando entre las monumentales ruinas como si el pasado fuera un espectro aún vivo que despertase las culpas de la ciudad bombardeada. No hay resquicio para el futuro, es la dramaturgia de Humberto D o El ladrón de bicicletas. Películas de De Sica que siguien el mismo crescendo dramático: “si puede empeorar, empeorará”.
El antiguo profesor de Edmund, un depredador de este Belín holocáustico, le dice al joven: “dejate de sentimentalismos.. aprende de la naturaleza...los débiles son eliminados por los fuertes. A veces es necesario sacrificar a los débiles...De lo que se trata es de sobrevivir".
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y la secuencia final es realmente dramática. Edmund Koeler camina hacia su propio fin, va correteando, jugueteando como el niño que es, pero para el que ya no hay esperanza.
12 de abril de 2015
12 de abril de 2015
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alemania, año cero de Roberto Rossellini es un drama de neorrealismo italiano basado en la infancia alemana tras la segunda guerra mundial, mostrando como un niño y su familia intentan sobrevivir a las maldades y precariedades de la posguerra. Dirigida con un ritmo vigoroso y con un estilo repleto de dramatismo que plasma verazmente la cruda realidad de un país destruido por la guerra, es una obra objetiva y personal que tiene una definición admirable que expone sin paños calientes una dura situación de hambre y miseria que deja al público exhausto y concienciado, concluyendo un film particular que no pretende sorprender con una historia efectista, sino con las cosas tal cual son en un film arrebatador y sincero.
La fotografía en blanco y negro hace gran uso de los claroscuros y evoca al lugar con imágenes conmovedoras por la forzada humildad de los ciudadanos de una ciudad derruida, impactando y dramatizando en algunas escenas en una labor repleta de detalles. La música es inquietante y turbadora en ciertas escenas para mantener al público pegado al asiento, gracias a unas melodías bellas que añaden tristeza solo en determinadas escenas para no apoyar demasiado la trama en sonidos. Los planos y movimientos de cámara consuman una gran labor que tiene el objetivo de aumentar la emotividad mediante el uso del seguimiento, cámara en mano, reconocimiento, travellings, generales, avanti y retroceso que sacan lo mejor de las interpretaciones.
Las actuaciones son personales y de lo más acertadas. Cuenta con las interpretaciones de Edmundo Moeschke, Ernst Pittschau, Barbara Hintz y Franz-Otto Drüger entre otros en unas labores que añaden gran profundidad psicológica a la trama para dar mayor precisión al film. Para estos emplea la dirección artística unos vestuarios y caracterizaciones carentes y pobres que dejan claro la miseria de la posguerra y más aún en la clase baja en una gran labor que junto con los derruidos decorados reales, te transportan hábilmente al momento y lugar en cuestión.
El guion, escrito por el director junto con Carlo Lizzani y Max Colpet y basado en una idea de Basilio Franchina, es verosímil y conmovedor al tratar una triste realidad de un país desolado por la guerra y el hambre, penetrando con pesimismo y desesperanza en el público amante de los dramas basados en contextos históricos reales para quedar fielmente en la retina del espectador con corazón y mucho oficio, concluyendo así uno de esos films de visión obligada para los incondicionales del cine clásico italiano. Esto se lleva a cabo con una narrativa con voz en off explicativa al principio, que pone en conocimiento al público que lo mostrado en el film es verídico y objetivo y que no tiene ánimo de ofender a nadie. Cabe destacar también, el montaje lineal y seguido de corta duración que se ve en un santiamén.
Concluyendo, la considero una obra indispensable e imperecedera no solo en la filmografía del director, sino también en el género que supone un gran testimonio de las calamidades y maldades que tenían que sobrellevar los alemanes tras su rendición incondicional en la segunda guerra mundial, dejando al público con la sensación de haber visto un film arrebatador. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, montaje, movimientos de cámara, vestuarios, caracterizaciones y narrativa que hacen de Alemania, año cero, un film implacable y estremecedor por su gran dosis de extrema realidad.
La fotografía en blanco y negro hace gran uso de los claroscuros y evoca al lugar con imágenes conmovedoras por la forzada humildad de los ciudadanos de una ciudad derruida, impactando y dramatizando en algunas escenas en una labor repleta de detalles. La música es inquietante y turbadora en ciertas escenas para mantener al público pegado al asiento, gracias a unas melodías bellas que añaden tristeza solo en determinadas escenas para no apoyar demasiado la trama en sonidos. Los planos y movimientos de cámara consuman una gran labor que tiene el objetivo de aumentar la emotividad mediante el uso del seguimiento, cámara en mano, reconocimiento, travellings, generales, avanti y retroceso que sacan lo mejor de las interpretaciones.
Las actuaciones son personales y de lo más acertadas. Cuenta con las interpretaciones de Edmundo Moeschke, Ernst Pittschau, Barbara Hintz y Franz-Otto Drüger entre otros en unas labores que añaden gran profundidad psicológica a la trama para dar mayor precisión al film. Para estos emplea la dirección artística unos vestuarios y caracterizaciones carentes y pobres que dejan claro la miseria de la posguerra y más aún en la clase baja en una gran labor que junto con los derruidos decorados reales, te transportan hábilmente al momento y lugar en cuestión.
El guion, escrito por el director junto con Carlo Lizzani y Max Colpet y basado en una idea de Basilio Franchina, es verosímil y conmovedor al tratar una triste realidad de un país desolado por la guerra y el hambre, penetrando con pesimismo y desesperanza en el público amante de los dramas basados en contextos históricos reales para quedar fielmente en la retina del espectador con corazón y mucho oficio, concluyendo así uno de esos films de visión obligada para los incondicionales del cine clásico italiano. Esto se lleva a cabo con una narrativa con voz en off explicativa al principio, que pone en conocimiento al público que lo mostrado en el film es verídico y objetivo y que no tiene ánimo de ofender a nadie. Cabe destacar también, el montaje lineal y seguido de corta duración que se ve en un santiamén.
Concluyendo, la considero una obra indispensable e imperecedera no solo en la filmografía del director, sino también en el género que supone un gran testimonio de las calamidades y maldades que tenían que sobrellevar los alemanes tras su rendición incondicional en la segunda guerra mundial, dejando al público con la sensación de haber visto un film arrebatador. Recomendable por su dirección, guion, actuaciones, fotografía, música, montaje, movimientos de cámara, vestuarios, caracterizaciones y narrativa que hacen de Alemania, año cero, un film implacable y estremecedor por su gran dosis de extrema realidad.
16 de abril de 2021
16 de abril de 2021
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Casi siempre vemos las historias de la vida desde el mismo punto de vista. Es inevitable porque solo somos uno, individual, con nuestros sentidos y nuestra mente (portátiles pero anclados a nosotros) y recibimos los puntos de vista de los demás a través de los medios de comunicación de masas y de cultura que terminan siendo también uno porque la mayoría todo lo diluye.
Y, sin embargo, sabemos que nos enriquecemos cuando podemos cotejar varios puntos de vista. Aprendemos, mejoramos, tenemos una visión superior.
Por eso Alemania, año cero es de visión imprescindible. Rossellini nos muestra el otro punto de vista, el que no hemos visto casi nunca, el de los alemanes derrotados en la Segunda Guerra Mundial, su tragedia, su dolor, su pobreza, la derrota como tal. Siempre se nos presenta como inevitable la dicotomía entre los malotes nazis y los aliados, los demócratas. Y, como moralmente es así, así lo aceptamos sin reflexionar un minuto. Yo tampoco puedo dudar que la democracia es superior al fascismo. Ninguna persona decente puede plantear lo contrario.
Pero eso no quita que observemos como niños curiosos el otro lado, eso es lo que hace Rossellini. Y resulta fascinante porque vemos en esa sociedad alemana de los años '40 nuestra sociedad de hoy en día. Vemos cómo se alzó algo tan monstruoso como el fascismo, sin que casi nadie se alterara, ni saltaran alarmas de peligro. Como lo hace hoy, en pleno 2021 y del mismo modo el nuevo fascismo que sigue siendo el de siempre. Con insidias, con calumnias, con el apoyo de los grandes poderes económicos que se disfrazan de libertarios y demócratas.
Y vemos en Alemania, año cero, las consecuencias, las terribles secuelas de tanto desatino.
Podemos aprender mucho para no cometer los mismos errores. ¡Gracias maestro!
Y, sin embargo, sabemos que nos enriquecemos cuando podemos cotejar varios puntos de vista. Aprendemos, mejoramos, tenemos una visión superior.
Por eso Alemania, año cero es de visión imprescindible. Rossellini nos muestra el otro punto de vista, el que no hemos visto casi nunca, el de los alemanes derrotados en la Segunda Guerra Mundial, su tragedia, su dolor, su pobreza, la derrota como tal. Siempre se nos presenta como inevitable la dicotomía entre los malotes nazis y los aliados, los demócratas. Y, como moralmente es así, así lo aceptamos sin reflexionar un minuto. Yo tampoco puedo dudar que la democracia es superior al fascismo. Ninguna persona decente puede plantear lo contrario.
Pero eso no quita que observemos como niños curiosos el otro lado, eso es lo que hace Rossellini. Y resulta fascinante porque vemos en esa sociedad alemana de los años '40 nuestra sociedad de hoy en día. Vemos cómo se alzó algo tan monstruoso como el fascismo, sin que casi nadie se alterara, ni saltaran alarmas de peligro. Como lo hace hoy, en pleno 2021 y del mismo modo el nuevo fascismo que sigue siendo el de siempre. Con insidias, con calumnias, con el apoyo de los grandes poderes económicos que se disfrazan de libertarios y demócratas.
Y vemos en Alemania, año cero, las consecuencias, las terribles secuelas de tanto desatino.
Podemos aprender mucho para no cometer los mismos errores. ¡Gracias maestro!
23 de febrero de 2017
23 de febrero de 2017
4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rossellini encuentra, con esta película de 72 minutos, el horror. Berlín, devastada, de fondo; omnipresente, eso sí. Y, en primer plano, unos personajes desgraciados a más no poder. Edmund está perdido entre tanto escombro y el mundo de los adultos invade su vida antes de tiempo (en su primera aparición está trabajando con una pala). Su historia es dura, durísima; el desenlace de la misma es antológico y, desde luego, lo dramático que resulta es algo así como una marca de la casa para el cine neorrealista que filmó Rossellini.
Para rodar una película de este tipo, por supuesto, uno debe olvidarse de las florituras que puedan llegar a entorpecer lo que se nos quiere transmitir. El espectador sibarita sufrirá con esos encuadres afeados, la precaria iluminación y la ausencia de micrófonos en muchas de las escenas, pero para relatar y retratar la miseria de la posguerra no hay nadie como Rossellini y su humilde equipo de rodaje. En 'Alemania, año cero', hasta las transiciones entre escenas y tiempo interno de la historia dejan de ser lo más importante: Se ahorró mucho metraje que, visto a priori, habría resultado totalmente prescindible. Cada minuto cuenta, y si Rossellini quiere poner más énfasis en algunas escenas largas en las que apenas hay diálogo, como en esas largas caminatas de Edmund, es porque sabe lo que está haciendo: Contarnos la historia de un chico que vaga buscando un lugar en un mundo en ruinas, humeante y ceniciento.
Imprescindible.
Para rodar una película de este tipo, por supuesto, uno debe olvidarse de las florituras que puedan llegar a entorpecer lo que se nos quiere transmitir. El espectador sibarita sufrirá con esos encuadres afeados, la precaria iluminación y la ausencia de micrófonos en muchas de las escenas, pero para relatar y retratar la miseria de la posguerra no hay nadie como Rossellini y su humilde equipo de rodaje. En 'Alemania, año cero', hasta las transiciones entre escenas y tiempo interno de la historia dejan de ser lo más importante: Se ahorró mucho metraje que, visto a priori, habría resultado totalmente prescindible. Cada minuto cuenta, y si Rossellini quiere poner más énfasis en algunas escenas largas en las que apenas hay diálogo, como en esas largas caminatas de Edmund, es porque sabe lo que está haciendo: Contarnos la historia de un chico que vaga buscando un lugar en un mundo en ruinas, humeante y ceniciento.
Imprescindible.
29 de julio de 2016
29 de julio de 2016
10 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los niños son los primeros perjudicados en un conflicto bélico o de crisis social. La actualidad nos da pruebas de ello constantemente, ya sea con la crisis de los refugiados en Europa o tras el terremoto de Nepal el año pasado, donde las cifras de niños desaparecidos que se calcula que han caído en redes de tráfico de personas son espeluznantes y debería ser motivo de intervención directa por parte de las potencias occidentales.
En «Alemania, año ero» el protagonista es también un niño que en su caso vive la posguerra alemana. La película se rodó en escenario reales de la época, así que la devastación de la contienda queda patente con claridad y no deja de funcionar como documentos histórico. En esa situación de pobreza y perdición, el joven Edmund tendrá que sobrevivir junto con su familia, formada por un padre enfermo, una hermana y un hermano mayor solteros con sus propios problemas.
Rossellini, de quien es esta la primera película que veo, tiene como mayor defecto el hecho de que sea neorralista, movimiento que en lo personal no admiro lo más mínimo. El cine no necesita recurrir al no-cine para mostrar la realidad. En ese no-cine, los actores no actúan, el formato se acerca al documental y el guion parece más un día cualquiera de los vecinos de Berlín que una construcción escrita y meditada con la que expresar una idea. Reformulemos el concepto de «realismo». No se es más realista en el drama de una guerra por ser más cotidiano y menos imaginativo.
«Alemania, año cero» propone una situación de amoralidad tras la hecatombe nazi, o eso debemos suponer. Analicémoslo un momento. Uno, la amoralidad que se plantea puede darse en todos los lugares y en todas ideologías; no veo, ni la historia plantea pese a sus pretensiones, causa directa. Dos, la tragedia que se desencadena en la última media hora (última media hora, por cierto, aburridísima) no es atribuible en exclusiva al Nazismo; de hecho, puede que sea lo que menos influye en Edmund visto el panorama lastimero que le rodea y los discursos paternos que tiene que aguantar. Además, aunque el director nos introduce la película con una defensa católica de la sociedad, la historia no refleja en absoluto esta visión, así que menos pie da para la reflexión.
Pesada y limitada.
En «Alemania, año ero» el protagonista es también un niño que en su caso vive la posguerra alemana. La película se rodó en escenario reales de la época, así que la devastación de la contienda queda patente con claridad y no deja de funcionar como documentos histórico. En esa situación de pobreza y perdición, el joven Edmund tendrá que sobrevivir junto con su familia, formada por un padre enfermo, una hermana y un hermano mayor solteros con sus propios problemas.
Rossellini, de quien es esta la primera película que veo, tiene como mayor defecto el hecho de que sea neorralista, movimiento que en lo personal no admiro lo más mínimo. El cine no necesita recurrir al no-cine para mostrar la realidad. En ese no-cine, los actores no actúan, el formato se acerca al documental y el guion parece más un día cualquiera de los vecinos de Berlín que una construcción escrita y meditada con la que expresar una idea. Reformulemos el concepto de «realismo». No se es más realista en el drama de una guerra por ser más cotidiano y menos imaginativo.
«Alemania, año cero» propone una situación de amoralidad tras la hecatombe nazi, o eso debemos suponer. Analicémoslo un momento. Uno, la amoralidad que se plantea puede darse en todos los lugares y en todas ideologías; no veo, ni la historia plantea pese a sus pretensiones, causa directa. Dos, la tragedia que se desencadena en la última media hora (última media hora, por cierto, aburridísima) no es atribuible en exclusiva al Nazismo; de hecho, puede que sea lo que menos influye en Edmund visto el panorama lastimero que le rodea y los discursos paternos que tiene que aguantar. Además, aunque el director nos introduce la película con una defensa católica de la sociedad, la historia no refleja en absoluto esta visión, así que menos pie da para la reflexión.
Pesada y limitada.
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