Genial retrato del asesino de St. Pauli sin concesiones. Película directa, escabrosa y con escenas fuertes y desagradables como lo fue tristemente en la realidad. Ambientación de lugares sórdidos, personajes desechos de la sociedad y crueldad sin límites. Con cuatro duros se lleva a cabo una gran película que podría ser prima hermana de Henry Retrato de un Asesino
A mi me impactó por su dureza y a la vez me cautivo por lo bien plasmada que está la historia y lo que quiere transmitir, es decir, repugnancia, rechazo y rabia hacia ese monstruo como dice el título

Interesante director que se dió a conocer con; Contra la pared y que ha tenido una carrera bastante regular, con esta pelicula trata un tema un tanto espeluznante; la pelicula sobre sale sobre todo por la ambientación tan buena que nos sumerge totalmente en ella. Si, efectivamente es grotesca, sucia, sórdida, macabra ,degenerada, vomitiva, esperpéntica pero por muchos desagradables adjetivos que le pongamos no olvidemos que la ficción no le llega ni a la suela de los zapatos a la realidad.

Es fuerte, pero logra una narrativa muy interesante. Te mantendrá pegado de la pantalla. No es para todo el público, ya que si eres sensible, esta no será tu película.

Excelente y recomendada para quienes logran ver mas allá de la crudeza y disfrutan de todo el conjunto que el director quiere compartir. 10/10. Véanla si se atreven.

A medio camino entre el horror, la sátira y el retrato de época, con claras influencias estilísticas de Hitchcock y Polanski, esta gran película hará las delicias de los más cinéfilos.

Expuesta tal cual, con crudeza y sin medias tintas, la trama va desgranando visceralmente la existencia vacía de los personajes más sórdidos del Hamburgo de los 70.

Excelente trabajo actoral y fotográfico, que roza la perfección; mención aparte para el extraordinario trabajo documental, calcando hasta el último detalle de los hechos reales. Estas son las películas que traspasan el celuloide y te hacen creer en el Septimo Arte.

Eso sí, no apta para estómagos sensibles ni damiselas delicadas.

Es verano, afuera brilla el sol, el cielo está despejado, los pájaros cantan. Debería haber salido a dar un paseo, un bello y tranquilo paseo por el parque, pero me quedo en el sofá, decido ver una cinta, elijo esta.

Sórdida, grotesca, depravada, profundamente desagradable, en la tradición de las películas sobre asesinos en serie que adoptan el punto de vista del criminal sin ahorrarse ningún detalle escabroso, “El monstruo de St. Pauli” erige un monumento al feísmo, cimentando una atmósfera malsana, espesa, de la que escapan emanaciones nauseabundas. La mugre se queda pegada entre los dedos, el aire apesta a alcohol y orina, las colillas inundan el suelo. Y lo terrible es que todo lo que cuenta sucedió.

Durante los primeros instantes ya me nace la tentación de quitarla, cambiar a otra cosa, a una comedia ligera, a algo amable... “¡Qué necesidad!”, me digo. Si el cine es una droga, esta dosis tiene una pinta horrible, se corre el peligro de experimentar un mal viaje. “¡Qué necesidad!”, me digo, y sigo mirando.

Hamburgo, años setenta. El asesino, cuyo físico provoca asco, habita un ático hediondo decorado con fotografías pornográficas, y frecuenta un garito donde se abandonan a la desolación borrachines, prostitutas, maleantes y perdedores. Allí encuentra a sus víctimas.

Estómagos delicados, absténganse, pues aquí ni hallarán respiro ni atisbarán rayo de luz. Aquí se cierran las cortinas para que los clientes beban más.