Gritos y susurros
1972 

7.7
9,687
27 de mayo de 2014
27 de mayo de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman acostumbraba a plasmar en imágenes sus sueños, en esta ocasión, una serie de fragmentos oníricos reproducidos con una descarnada crudeza, la recreación de una atmósfera enrarecida, espesa, onerosa, próxima a las tinieblas habitadas por los seres enfermos, agonizantes, al borde de la muerte. El precioso doble sentido de la palabra pasión, conciliadora del cuerpo y el espíritu, se revela en un espacio donde lo sensual sublima en un onirismo místico, arraigado en el arte sueco donde los dramas de August Strindberg y otros pensadores ejercieron una fascinante influencia sobre la obra del cineasta sueco.
Bergman nos muestra las personalidades de esas tres hermanas; sus gestos, desde la caricia al arañazo, pasando por la indiferencia, sus besos, sus mordiscos; las heridas, esas sutiles traiciones entre mujeres; hermanas que, detrás de la pantalla, compartían protagonismo con el director: la aventura sentimental con Harriet Anderson, el matrimonio con Ingrid Thulin, la fructífera relación durante seis años con LIv Ullman, no representan ningún secreto y dan fe de ello. Las tres ofrecen generosas y sin pudores sus rostros a la cámara de Sven Nykvist, su operador habitual. Ansiosas de exhibir la complejidad de la faz desnuda, mostrando qué se esconde detrás de la piel, de los ojos, en el origen de los pensamientos. Sumergiendo al espectador en la zozobra de lo sagrado, mientras grita la impotencia, susurra el amor y Dios permanece en el silencio.
En “Gritos y susurros”, Bergman crea verdaderos cuadros cromáticos, donde los espectros de las mujeres se superponen con los fundidos color sangre y anuncian los “flash backs” tras los cuales sus fantasmas del pasado les acosan, frustraciones y traumas personales. El personaje de Agnes, cuya palidez facial y mirada ausente, envuelta en un camisón tranparente impregnado de sudores y vómitos, que tanto recuerda a las mujeres espectrales de Edward Munch. La combinación de los colores, la disposición de los objetos, las sábanas de un blanco inmaculado, las melodías tristes de Bach y Chopin, articulan una puesta en escena muy propia de Bergman. La enfermedad insufla una fuerza especial a estos seres de vacua existencia y dudosa fe, habitantes de la frontera entre la vida y la muerte. Bergman nos lleva a un viaje interior donde descubriremos los rincones más oscuros del alma.
Bergman nos muestra las personalidades de esas tres hermanas; sus gestos, desde la caricia al arañazo, pasando por la indiferencia, sus besos, sus mordiscos; las heridas, esas sutiles traiciones entre mujeres; hermanas que, detrás de la pantalla, compartían protagonismo con el director: la aventura sentimental con Harriet Anderson, el matrimonio con Ingrid Thulin, la fructífera relación durante seis años con LIv Ullman, no representan ningún secreto y dan fe de ello. Las tres ofrecen generosas y sin pudores sus rostros a la cámara de Sven Nykvist, su operador habitual. Ansiosas de exhibir la complejidad de la faz desnuda, mostrando qué se esconde detrás de la piel, de los ojos, en el origen de los pensamientos. Sumergiendo al espectador en la zozobra de lo sagrado, mientras grita la impotencia, susurra el amor y Dios permanece en el silencio.
En “Gritos y susurros”, Bergman crea verdaderos cuadros cromáticos, donde los espectros de las mujeres se superponen con los fundidos color sangre y anuncian los “flash backs” tras los cuales sus fantasmas del pasado les acosan, frustraciones y traumas personales. El personaje de Agnes, cuya palidez facial y mirada ausente, envuelta en un camisón tranparente impregnado de sudores y vómitos, que tanto recuerda a las mujeres espectrales de Edward Munch. La combinación de los colores, la disposición de los objetos, las sábanas de un blanco inmaculado, las melodías tristes de Bach y Chopin, articulan una puesta en escena muy propia de Bergman. La enfermedad insufla una fuerza especial a estos seres de vacua existencia y dudosa fe, habitantes de la frontera entre la vida y la muerte. Bergman nos lleva a un viaje interior donde descubriremos los rincones más oscuros del alma.
9 de febrero de 2009
9 de febrero de 2009
12 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un gran número de películas de Bergman promueven la depresión pero ésta arrastra de lleno al espectador al vacío, pues eso es lo que muestra. Las obsesiones del autor no encuentran aquí una buena exposición y todo se reduce a una atmósfera asfixiante en lo formal y en lo espiritual. Confusa y deslavazada, autoindulgente y sin recorrido. Para incondicionales sin reparos.
9 de febrero de 2011
9 de febrero de 2011
20 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lo que me está quedando claro a través del cine que se hace allá arriba en el norte es que malviven de desgracia en desgracia y son todos unos incompetentes a la hora de pasarlo bien. Por lo que he visto hasta el momento, no sé si será por el clima, menudo bofetón de determinismo latitudinal que acabo de proponer, pero la impresión es que en ser aburridos y lentos nadie les gana. No es la primera de Ingmar Bergman que me atrevo a meterle mano, a saber si será la última, y el caso es que salvo muy pocos títulos de la pira y por supuesto "Gritos y susurros" aparecería en mi lista de recomendaciones para enemigos porque es un pimiento, así de claro.
Ganó un premio de los yankis a la mejor fotografía pero estuvo nominada a unos cuantos más, qué barbaridad!!! La historia decrépita de las tres hermanitas que ningunean a la única que vale la pena, que es la sirvienta Anna, es de lo más lento que he sufrido en mucho tiempo. Las sonrisas que aparecen son huecas, todo es de una miseria humana tan lamentable como despreciable, cualquiera de las tres hermanas es una negada de la vida y lo peor de todo es que les da igual. Incluso la moribunda (¿hacía falta ser tan incisivo en la visualización de su sufrimiento?) es una inepta vital, aunque de entre ellas la peor es la que no se deja tocar por nadie, menuda estupidez, menuda enferma.
Así que cada vez me queda más claro que las suecas están todas muy buenas, eso es indiscutible, pero que forman un pueblo triste, no me extraña que alguien apunte que es donde hay mayor número de suicidios, seguro que algo de cierto hay. Cada vez que veo más a Ingmar Bergman me encanta más el cine de Almodóvar, eso sí que es cine de vida y muerte, de pasarlo bien o mal pero con pasión, no como este tostón sueco.
Ganó un premio de los yankis a la mejor fotografía pero estuvo nominada a unos cuantos más, qué barbaridad!!! La historia decrépita de las tres hermanitas que ningunean a la única que vale la pena, que es la sirvienta Anna, es de lo más lento que he sufrido en mucho tiempo. Las sonrisas que aparecen son huecas, todo es de una miseria humana tan lamentable como despreciable, cualquiera de las tres hermanas es una negada de la vida y lo peor de todo es que les da igual. Incluso la moribunda (¿hacía falta ser tan incisivo en la visualización de su sufrimiento?) es una inepta vital, aunque de entre ellas la peor es la que no se deja tocar por nadie, menuda estupidez, menuda enferma.
Así que cada vez me queda más claro que las suecas están todas muy buenas, eso es indiscutible, pero que forman un pueblo triste, no me extraña que alguien apunte que es donde hay mayor número de suicidios, seguro que algo de cierto hay. Cada vez que veo más a Ingmar Bergman me encanta más el cine de Almodóvar, eso sí que es cine de vida y muerte, de pasarlo bien o mal pero con pasión, no como este tostón sueco.
7 de noviembre de 2006
7 de noviembre de 2006
9 de 15 usuarios han encontrado esta crítica útil
Las obras de Bergman son difíciles de entrarle de primera, hace falta un análisis durante y después de la película, pero también puedo asegurar que hasta "Gritos y susurros" sus obras iban desfilando desde pésimas, fallidas hasta insoportables, siendo símbolo del aburrimiento crónico su trilogía de cámara sobre "el silencio de Dios" donde el verdadero valor estaba más en la más que genial fotografía del habitual de Bergman Sven Nykvist que en las historias enrevesadas de su creador. Y si, puedo afirmar que Nykvist si no es el mejor fotógrafo cinematográfico si está bien ubicado en el podio.
Pero he aquí que en Gritos y susurros el papel de Bergman es más que notable, enteramente de él pende la película. Bergman nos habla desde las entrañas de la agonía, nos hace sufrir junto con sus protagonistas. Es un estudio sobre la muerte y sobre el efecto en los vivos que Bergman va interiorizando en la piel de las tres hermanas, nos da un recorrido por sus miedos, sus frustraciones, sus recuerdos y el dolor y la ansiedad del presente.
La fotografía de Nykvist junto con el diseño de producción colocan al color rojo como protagonista, se ve en las paredes, las alfombras, almohadones, en el mobiliario incluso en la transición entre escenas contrastando con el blanco en los finos vestidos de las cuatro actrices que nos dejan entrar a su casa y ver sus vidas desde adentro (un excelente reparto femenino).
El rojo según Bergman es la tonalidad en la cual está teñida el alma, no vemos sangre pero la vemos brotar en cada agonía, en el retorcer de la muerte, en el paso del tiempo.
La poca música proviene de Bach y Chopin, por lo que deja a los sonidos de fondo transformarse en la banda de sonido de esta película y justo ahí se encuentra uno de los puntos más altos del simbolismo de Bergman, pues en todo momento sentimos el sonido de los relojes antiguos que pueblan la casa (que aparecen en primer plano en las primeras tomas de la película). Bergman nos recuerda y acentúa en todo momento el desesperante paso del tiempo, simbolizando en parte cada paso que da la muerte hacia nosotros... tic... tac... tic... tac...
Y ahora solo esperamos que se callen aquellos gritos y susurros... tic... tac... tic... tac...
Pero he aquí que en Gritos y susurros el papel de Bergman es más que notable, enteramente de él pende la película. Bergman nos habla desde las entrañas de la agonía, nos hace sufrir junto con sus protagonistas. Es un estudio sobre la muerte y sobre el efecto en los vivos que Bergman va interiorizando en la piel de las tres hermanas, nos da un recorrido por sus miedos, sus frustraciones, sus recuerdos y el dolor y la ansiedad del presente.
La fotografía de Nykvist junto con el diseño de producción colocan al color rojo como protagonista, se ve en las paredes, las alfombras, almohadones, en el mobiliario incluso en la transición entre escenas contrastando con el blanco en los finos vestidos de las cuatro actrices que nos dejan entrar a su casa y ver sus vidas desde adentro (un excelente reparto femenino).
El rojo según Bergman es la tonalidad en la cual está teñida el alma, no vemos sangre pero la vemos brotar en cada agonía, en el retorcer de la muerte, en el paso del tiempo.
La poca música proviene de Bach y Chopin, por lo que deja a los sonidos de fondo transformarse en la banda de sonido de esta película y justo ahí se encuentra uno de los puntos más altos del simbolismo de Bergman, pues en todo momento sentimos el sonido de los relojes antiguos que pueblan la casa (que aparecen en primer plano en las primeras tomas de la película). Bergman nos recuerda y acentúa en todo momento el desesperante paso del tiempo, simbolizando en parte cada paso que da la muerte hacia nosotros... tic... tac... tic... tac...
Y ahora solo esperamos que se callen aquellos gritos y susurros... tic... tac... tic... tac...
18 de octubre de 2009
18 de octubre de 2009
7 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
En todas las artes se llega a un punto sin retorno, sin posibilidad de mejorar lo hecho. Es posible que sea excesivo, que se hayan forzado, para llegar a esto, los límites de lo habitual. Sin ello no se crean obras de arte.
Gritos y susurros es en muchos aspectos ese exceso, ese punto sin retorno: de belleza en las imágenes, de dolor, de profundidad, de lentitud, de primeros planos, de dureza, de amargura. Es un tipo de arte que no se hace ya, que parece imposible que se pueda hacer para un público que constantemente exige que "pasen cosas" en la pantalla, que es incapaz de saborear una escena como puede saborearse un buen licor.
La película debe mucho al teatro, pero con las oportunidades que da el arte de la imagen.
En la antigua mansión familiar, en medio de bosques y al lado de un lago, dos hermanas asisten a los últimos días de su otra hermana. Con ellas, la sirvienta familiar es un personaje más, en ocasiones el más importante, de lo que ocurre en la casa.
Sutilmente se filtran trozos de las vidas pasadas y, con ellos, lo que arrastra cada una de ellas. Con los caracteres perfilados es fácil imaginar sus reacciones cuando el desenlace (y más allá del desenlace) se produce.
Cuando hice COU me mandaron hacer un trabajo sobre esta película en su estreno en España. Me enteré de poco, pero hubo algo que me fascinó. Agradezco a esta película que a los 16 años me enseñara para siempre a ver el cine como algo más que un divertimento.
Gritos y susurros es en muchos aspectos ese exceso, ese punto sin retorno: de belleza en las imágenes, de dolor, de profundidad, de lentitud, de primeros planos, de dureza, de amargura. Es un tipo de arte que no se hace ya, que parece imposible que se pueda hacer para un público que constantemente exige que "pasen cosas" en la pantalla, que es incapaz de saborear una escena como puede saborearse un buen licor.
La película debe mucho al teatro, pero con las oportunidades que da el arte de la imagen.
En la antigua mansión familiar, en medio de bosques y al lado de un lago, dos hermanas asisten a los últimos días de su otra hermana. Con ellas, la sirvienta familiar es un personaje más, en ocasiones el más importante, de lo que ocurre en la casa.
Sutilmente se filtran trozos de las vidas pasadas y, con ellos, lo que arrastra cada una de ellas. Con los caracteres perfilados es fácil imaginar sus reacciones cuando el desenlace (y más allá del desenlace) se produce.
Cuando hice COU me mandaron hacer un trabajo sobre esta película en su estreno en España. Me enteré de poco, pero hubo algo que me fascinó. Agradezco a esta película que a los 16 años me enseñara para siempre a ver el cine como algo más que un divertimento.
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