Piso de soltero
8.4
83,831
Comedia. Romance. Drama
C.C. Baxter (Jack Lemmon) es un modesto pero ambicioso empleado de una compañía de seguros de Manhattan. Está soltero y vive solo en un discreto apartamento que presta ocasionalmente a sus superiores para sus citas amorosas. Tiene la esperanza de que estos favores le sirvan para mejorar su posición en la empresa. Pero la situación cambia cuando se enamora de una ascensorista (Shirley MacLaine) que resulta ser la amante de uno de los ... [+]
15 de marzo de 2006
15 de marzo de 2006
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las mejores y más grandes comedias de la historia del cine.
Dulce, ingenua, disparatada, tierna, despiada y sobre todo crítica, algo que nunca falta en las películas de Wilder.
Larga vida a Jack Lemmond y como no, a la señorita Kubelik de la cual me enamoré tan locamente como C.C Buxter.
Una peli que me enamora de principio a fin.
Dulce, ingenua, disparatada, tierna, despiada y sobre todo crítica, algo que nunca falta en las películas de Wilder.
Larga vida a Jack Lemmond y como no, a la señorita Kubelik de la cual me enamoré tan locamente como C.C Buxter.
Una peli que me enamora de principio a fin.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
No se las veces que la he visto, pero siempre imagino que la peli termina con un beso de los dos protagonistas.
5 de marzo de 2011
5 de marzo de 2011
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
"El apartamento" es una de esas películas que te venden en todos los frentes como una obra maestra. Que si tiene un guión excepcional, que si los actores están muy creíbles y carismáticos, que si emociona y hace reír a partes iguales... y claro, uno se queda sin saber qué pensar, si le gustará tanto como a la mayoría o se llevará una tremenda decepción. En mi caso, todo esto se ve incrementado porque ya me quedé un poco frío con "El crepúsculo de los dioses" del mismo autor, sin duda una muy buena película pero que yo, personalmente, no citaría ni loco entre las más destacadas del cine.
Por suerte, esta vez no ha sido así. Me ha parecido maravillosa.
Una de las muchas virtudes que veo a "El apartamento", pero sin duda la más importante de ellas, es que es profunda, rabiosa y categóricamente humana. Te la crees de cabo a rabo, compartes la suerte de la pareja protagonista, sonríes en sus momentos dulces y padeces en las situaciones difíciles. Es tal la compenetración con la historia que no importa que te estén contando algo que, al fin y al cabo, tampoco es en exceso original.
Gran parte de esa sensación se logra gracias a una descripción de personajes impecable, con sus virtudes y defectos, y a la recreación por parte de unos actores que realizan su trabajo con precisión. En especial los protagonistas de la historia. Jack Lemmon regala una interpretación antológica y cargada de carisma, como el empleado que vende su dignidad para abrirse un hueco entre la panda de trepas, mujeriegos y corruptos que conforman la cúpula de su empresa. Shirley MacLaine, encarnando a una ascensorista con (aparentemente) rectos principios morales, logra que te enamores de ella al primer golpe de vista.
Y cómo olvidar el guión, tan milimétricamente calculado, tan perfecto y a la vez tan sorprendente. Una mirada crítica a cómo está estructurada la sociedad, con sus relaciones obligadas, sus pautas a seguir, su deshumanización. En ella, dos personajes perdidos en la mediocridad, tratando de dar un sentido a sus vidas. Y el guión logra que el espectador empatice con ellos, que se reconforte al ver que en este par de fracasados hay algo, una humanidad y una simpatía que se ven ahogadas por la mecánica del mundo en que viven.
Esto por no hablar del ácido retrato de la empresa, en la que por lo visto los méritos no cuentan a la hora de ascender, sólo hacer la pelota y ser un "buen" empleado, los enchufes y las extorsiones están a la orden del día y, en suma, se la despoja de toda seriedad y rigor para terminar mostrando cómo, con simples favores, se puede llegar mucho más alto que haciendo bien tu trabajo.
Es de destacar también la ironía respecto a algo tan importante en la sociedad como son las apariencias, encarnada sobre todo en Baxter, a quien no parece importarle lo que piensen de él sus vecinos y crea un personaje antipático, irresponsable y mujeriego a los ojos de quienes le rodean.
Por suerte, esta vez no ha sido así. Me ha parecido maravillosa.
Una de las muchas virtudes que veo a "El apartamento", pero sin duda la más importante de ellas, es que es profunda, rabiosa y categóricamente humana. Te la crees de cabo a rabo, compartes la suerte de la pareja protagonista, sonríes en sus momentos dulces y padeces en las situaciones difíciles. Es tal la compenetración con la historia que no importa que te estén contando algo que, al fin y al cabo, tampoco es en exceso original.
Gran parte de esa sensación se logra gracias a una descripción de personajes impecable, con sus virtudes y defectos, y a la recreación por parte de unos actores que realizan su trabajo con precisión. En especial los protagonistas de la historia. Jack Lemmon regala una interpretación antológica y cargada de carisma, como el empleado que vende su dignidad para abrirse un hueco entre la panda de trepas, mujeriegos y corruptos que conforman la cúpula de su empresa. Shirley MacLaine, encarnando a una ascensorista con (aparentemente) rectos principios morales, logra que te enamores de ella al primer golpe de vista.
Y cómo olvidar el guión, tan milimétricamente calculado, tan perfecto y a la vez tan sorprendente. Una mirada crítica a cómo está estructurada la sociedad, con sus relaciones obligadas, sus pautas a seguir, su deshumanización. En ella, dos personajes perdidos en la mediocridad, tratando de dar un sentido a sus vidas. Y el guión logra que el espectador empatice con ellos, que se reconforte al ver que en este par de fracasados hay algo, una humanidad y una simpatía que se ven ahogadas por la mecánica del mundo en que viven.
Esto por no hablar del ácido retrato de la empresa, en la que por lo visto los méritos no cuentan a la hora de ascender, sólo hacer la pelota y ser un "buen" empleado, los enchufes y las extorsiones están a la orden del día y, en suma, se la despoja de toda seriedad y rigor para terminar mostrando cómo, con simples favores, se puede llegar mucho más alto que haciendo bien tu trabajo.
Es de destacar también la ironía respecto a algo tan importante en la sociedad como son las apariencias, encarnada sobre todo en Baxter, a quien no parece importarle lo que piensen de él sus vecinos y crea un personaje antipático, irresponsable y mujeriego a los ojos de quienes le rodean.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
Y, por supuesto, el aspecto romántico. Aquí la obra llega a su punto más elevado, es tal la química que muestran Lemmon y MacLaine que desde el primer momento deseas que su relación llegue a buen puerto.
Pero es que, además, se tratan temas tan duros como el hecho de amar a alguien que sabes que no te corresponde a pesar de sus palabras, en el caso de Fran, y en el de Baxter, haberse forjado un intenso vacío sentimental a fuerza de prestarse como herramienta para el juego de aquellos que dictan su destino profesional.
Desde luego, no trata ninguna de estas situaciones con una solemnidad excesiva, pero tampoco cae en la desensibilización y el resultado es un equilibrio casi perfecto.
La comedia, por otro lado, es maravillosa. Es cierto que el humor ha envejecido, pero francamente, yo no le doy demasiada importancia... La cuestión es que la película crea una simpatía increíble, que la recibes con una sonrisa y al final, en ese hermoso y sencillo final, no te queda otra que dibujar una sonrisa aún más amplia. Es una comedia porque te hace sentirte bien, no porque haga reír a cada rato. De hecho, hay un único momento concreto en el que la obra me arranca una buena carcajada. Ocurre al principio: Baxter está dispuesto a ver "Gran hotel" y tiene que tragarse antes el mensaje de un patrocinador, con lo que se entretiene haciendo zapping mientras esto ocurre. Vuelve, y se prepara por fin para el inicio de la película: "Pero antes, escuchen el mensaje de nuestro segundo patrocinador". Con lo cual, nuestro protagonista apaga la televisión y se va a dormir. Esa tontería, ese momento tan poco destacable entre el resto, me arrancó una risa tan espontánea que me sorprendió, y con eso ya estuve servido para todo el metraje.
En fin, seguiría hablando y hablando de las numerosas cualidades de este clásico, pero en algún punto hay que cortar. Sólo decir que me parece una película muy sincera y hermosa a su manera, carente de la artificialidad de muchas grandes obras, que hace de la sencillez y la lucidez sus principales bazas para narrar una pequeña fábula cotidiana, y logra con ello emocionar con una intensidad al alcance de muy pocas. No es ya la excelencia del guión, de las caracterizaciones de sus protagonistas o de los secundarios que les acompañan, ni siquiera de las numerosas frases míticas que acompañan los diálogos. Además de eso, "El apartamento" tiene mucho carisma, es sumamente simpática y su historia cala de verdad. Recomendada para ver una y otra vez, porque este cine no cansa y crea afición.
Pero es que, además, se tratan temas tan duros como el hecho de amar a alguien que sabes que no te corresponde a pesar de sus palabras, en el caso de Fran, y en el de Baxter, haberse forjado un intenso vacío sentimental a fuerza de prestarse como herramienta para el juego de aquellos que dictan su destino profesional.
Desde luego, no trata ninguna de estas situaciones con una solemnidad excesiva, pero tampoco cae en la desensibilización y el resultado es un equilibrio casi perfecto.
La comedia, por otro lado, es maravillosa. Es cierto que el humor ha envejecido, pero francamente, yo no le doy demasiada importancia... La cuestión es que la película crea una simpatía increíble, que la recibes con una sonrisa y al final, en ese hermoso y sencillo final, no te queda otra que dibujar una sonrisa aún más amplia. Es una comedia porque te hace sentirte bien, no porque haga reír a cada rato. De hecho, hay un único momento concreto en el que la obra me arranca una buena carcajada. Ocurre al principio: Baxter está dispuesto a ver "Gran hotel" y tiene que tragarse antes el mensaje de un patrocinador, con lo que se entretiene haciendo zapping mientras esto ocurre. Vuelve, y se prepara por fin para el inicio de la película: "Pero antes, escuchen el mensaje de nuestro segundo patrocinador". Con lo cual, nuestro protagonista apaga la televisión y se va a dormir. Esa tontería, ese momento tan poco destacable entre el resto, me arrancó una risa tan espontánea que me sorprendió, y con eso ya estuve servido para todo el metraje.
En fin, seguiría hablando y hablando de las numerosas cualidades de este clásico, pero en algún punto hay que cortar. Sólo decir que me parece una película muy sincera y hermosa a su manera, carente de la artificialidad de muchas grandes obras, que hace de la sencillez y la lucidez sus principales bazas para narrar una pequeña fábula cotidiana, y logra con ello emocionar con una intensidad al alcance de muy pocas. No es ya la excelencia del guión, de las caracterizaciones de sus protagonistas o de los secundarios que les acompañan, ni siquiera de las numerosas frases míticas que acompañan los diálogos. Además de eso, "El apartamento" tiene mucho carisma, es sumamente simpática y su historia cala de verdad. Recomendada para ver una y otra vez, porque este cine no cansa y crea afición.
16 de diciembre de 2006
16 de diciembre de 2006
23 de 27 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que conste antes de leer esta crítica que Billy Wilder es uno de mis 3 directores favoritos, los otros dos son Scorsese y Hitchcock, así es que quizá no sería demasiado objetivo al hacer una crítica del maestro Wilder. De todas formas con Billy Wilder da igual ser objetivo o subjetivo ya que es un genio y eso lo sabe hasta mi perro. En fin, esta película es una de mis preferidas y la considero una de las mejores películas de todos los tiempos, no solo en el género de la comedia, aunque más bien podría considerarse una comedia amarga.
Grandísima sátira sobre la vida moderna de una gran ciudad, donde se nos presenta a un hombre solitario absorbido por el ansia de ascender en su trabajo en una gran compañía situada en un rascacielos de Manhattan. El personaje maravillosamente interpretado por Jack Lemmon cede su apartamento a los jefes de su empresa para que lleven allí a sus conquistas a cambio de ascender en la escala jerárquica de la empresa, mientras nuestro amigo pasa por todo tipo de penalidades y situaciones absurdas para poder llevar a cabo tal cosa. Pero como a todos nos llega en algún momento la chispa del amor nuestro protagonista no iba a ser menos, solo que se trata de la chica equivocada.
En fin, no cuento mas, hay que verla por unas cuantas razones: un guión maravilloso escrito por Wilder y su colaborador habitual en estas lides, I.A.L Diamond lleno de corrosivos, inteligentes y críticos diálogos, unas actuaciones de 10 empezado por el grandísimo papel que realiza Jack Lemmon y terminando con Shirley Mclaine y Fred MacMurray (el jefe de Lemmon en la peli), también tenemos la habitual maestría de Guilder manejando la cámara, aunque su fuerte para mi siempre fueron los guiones, una fotografía en blanco y negro esplendida y atención a los decorados (el apartamento y la oficina de Baxter son simplemente sublimes). Bueno, pues esta todo dicho, una película de 10
Grandísima sátira sobre la vida moderna de una gran ciudad, donde se nos presenta a un hombre solitario absorbido por el ansia de ascender en su trabajo en una gran compañía situada en un rascacielos de Manhattan. El personaje maravillosamente interpretado por Jack Lemmon cede su apartamento a los jefes de su empresa para que lleven allí a sus conquistas a cambio de ascender en la escala jerárquica de la empresa, mientras nuestro amigo pasa por todo tipo de penalidades y situaciones absurdas para poder llevar a cabo tal cosa. Pero como a todos nos llega en algún momento la chispa del amor nuestro protagonista no iba a ser menos, solo que se trata de la chica equivocada.
En fin, no cuento mas, hay que verla por unas cuantas razones: un guión maravilloso escrito por Wilder y su colaborador habitual en estas lides, I.A.L Diamond lleno de corrosivos, inteligentes y críticos diálogos, unas actuaciones de 10 empezado por el grandísimo papel que realiza Jack Lemmon y terminando con Shirley Mclaine y Fred MacMurray (el jefe de Lemmon en la peli), también tenemos la habitual maestría de Guilder manejando la cámara, aunque su fuerte para mi siempre fueron los guiones, una fotografía en blanco y negro esplendida y atención a los decorados (el apartamento y la oficina de Baxter son simplemente sublimes). Bueno, pues esta todo dicho, una película de 10
6 de junio de 2009
6 de junio de 2009
21 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
En El apartamento casi todo es bueno. Es una lástima que los personajes no tengan la hondura necesaria para que sea una película redonda. La historia es buena, el ritmo muy vivo, la dirección artística es magnífica, pero los personajes tienen mucho de fachada.
Los temas que se tratan en esta película: el mundo empresarial, sus relaciones de poder, y cómo encaja la mujer en este, han sido objeto de una fuerte revisión social desde los años en que se rodó. Por lo tanto, en mi opinión, un espectador actual demanda que los personajes de una historia en la que se aborden estas cuestiones, y más en caso de que los sucesos que se narran contravengan la corrección moral al uso, se nos abran revelando parte de su alma. Sin embargo he tenido la sensación de que el peso de la narración era sostenido por autómatas; echaba en falta carne y hueso. Si en una película aparece un canalla, me quedo más tranquilo si entiendo por qué lo es. Si no existe esa comprensión del personaje su interpretación se convierte en un tópico. El resultado fue que no reí cuando debía, me indigné cuando tuve que sentir simpatía, y reí cuando debía sentir lástima. Y la sensación última es la de haber asistido a una historia inverosimil y un poco artificial.
Ahora, en el “spoiler” un detalle que me alivió un instante esta sensación de artificialidad…
Los temas que se tratan en esta película: el mundo empresarial, sus relaciones de poder, y cómo encaja la mujer en este, han sido objeto de una fuerte revisión social desde los años en que se rodó. Por lo tanto, en mi opinión, un espectador actual demanda que los personajes de una historia en la que se aborden estas cuestiones, y más en caso de que los sucesos que se narran contravengan la corrección moral al uso, se nos abran revelando parte de su alma. Sin embargo he tenido la sensación de que el peso de la narración era sostenido por autómatas; echaba en falta carne y hueso. Si en una película aparece un canalla, me quedo más tranquilo si entiendo por qué lo es. Si no existe esa comprensión del personaje su interpretación se convierte en un tópico. El resultado fue que no reí cuando debía, me indigné cuando tuve que sentir simpatía, y reí cuando debía sentir lástima. Y la sensación última es la de haber asistido a una historia inverosimil y un poco artificial.
Ahora, en el “spoiler” un detalle que me alivió un instante esta sensación de artificialidad…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
spoiler:
En un momento dado, sube la portera a echarle una buena bronca a C.C. Baxter. Le sigue su perro, un terrier blanco. La portera llama a la puerta de mala manera, Baxter abre y aguanta el chaparrón como puede, mientras el perro se queda quieto junto a su dueña. Después de la regañina, corta pero contundente, la portera se vuelve para su casa. Se supone que el perro la tiene que seguir, pero se queda un poco despistado junto a Baxter, como diciendo “¿por qué me tengo que ir con esa mujer?, mejor me quedo con este tipo que parece simpático” Al final el propio Jack Lemmon tiene que hacer un gesto para que el perro reaccione, siga a la portera, y concluya la escena. Casi me hizo más gracia eso, que todo lo que Wilder me tenía preparado.
pabpab mayo 09
pabpab mayo 09
1 de julio de 2014
1 de julio de 2014
55 de 94 usuarios han encontrado esta crítica útil
Banal, como todo el cine de Billy Wilder, “El apartamento” es probablemente un buen material de estudio para investigar los mecanismos que pueden llevar a convertir, en el imaginario de la cinefilia, una obra intrascendente en una de las supuestas cimas del llamado “séptimo arte”.
La identificación del espectador con el personaje, que es en este caso condición básica del éxito, requiere, sin duda, una construcción cuidadosa, capaz de reflejar, sublimándola —y sin ponerla en evidencia, claro—, la complaciente y justificadora visión que el espectador medio quiere tener de sí mismo, alimentando al tiempo sus aspiraciones de felicidad: un hombre ruin, mediocre, servil con el poder y dispuesto a renunciar en todo momento a su propia dignidad, se nos presenta como un alma bondadosa, víctima de las circunstancias y merecedora de un mejor destino. Ya se sabe: nada como ensalzar los defectos del prójimo para ganar amigos; si, además, se le sabe convencer —no es difícil— de que la felicidad es el merecido premio a sus pecados, se puede tener la certeza de contar con un hueco en sus altares. El mundo, por otra parte, no es tan malo: en el fondo, el orden imperante —es decir, el orden; faltaría más— es justo, y cada cual obtiene al final su merecido: los buenos siempre ganan, se casan con la chica de sus sueños y culminan todas sus aspiraciones de dicha.
Billy Wilder, emblemático epítome del cine hollywoodense, tiene una luciferina capacidad para dar al espectador medio lo que éste quiere exactamente que le ofrezcan. Verdadero genio en la manipulación masiva de las conciencias (indisociable del cine en tanto que industria-espectáculo), Wilder no era inteligente, por supuesto, pero sí era listo, y conocía su oficio, es decir, sabía hacer películas que encandilaban al personal. La película “gusta”, naturalmente (pues halaga con suficiente habilidad nuestro vapuleado y amado ego). Pero con frecuencia olvidamos que nuestros gustos dicen mucho menos del objeto que los suscita que de nosotros mismos. Y como pocos están dispuestos a distanciarse de sus “gustos”, de esas reacciones reflejas y epidérmicas que constituyen el aspecto más enajenado y enajenante de uno mismo, para proceder a una indagación más honda, que implicaría el riesgo de contemplarse en la constitutiva mediocridad que nos caracteriza al común de los humanos, la película triunfa, y ahí la tenemos, encaramada en los puestos más altos de los “tops” de Filmaffinity.
Naturalmente, uno puede ponerse a buscarle méritos y expresarlos de forma muy seria, perfectamente razonada y convincente. Hasta se podrá justificar esa insufrible media hora inicial con Lemmon gesticulando de forma histriónica. No es difícil. Simple cuestión de retórica; dicho de otro modo, de habilidad en el manejo del lenguaje. (Otro tanto ocurre, claro está, con la crítica agria; concedido). En todo caso, más allá del poco interesante dilema “buena”-“mala”/“me gusta”-“no me gusta”, se podría tratar de observar los mecanismos que hacen que uno se sienta satisfecho al acabar de ver una película como esta. En definitiva, la reflexión más fructífera que el espectador podría hacerse al terminar de ver el film probablemente no es tanto sobre lo que aparecía en la pantalla, cuanto sobre el propio diálogo interno que uno mantiene de forma tácita, incluso más o menos inconsciente (¿voluntariamente inconsciente?), con lo que se ha desplegado ante sus ojos. Pensar, decía Cioran (y de un modo u otro lo han dicho casi todos los que en la historia humana se han dedicado a esa actividad), debería ser siempre pensar contra uno mismo. No se trata de autoflagelación, sino de mera higiene mental. (Que tal cosa sea ontológicamente posible no está del todo claro, pero eso no excluye la necesidad de intentarlo).
Vale, cada cual es muy libre de engañarse como más le guste, pero el cine puede ser (a veces —no muchas— lo es) otra cosa. Y uno se acuerda de aquella frase, tan directa y tan poco diplomática en su exceso, que dijo una vez Angelopoulos: “Los americanos hacen cine para idiotas”.
La identificación del espectador con el personaje, que es en este caso condición básica del éxito, requiere, sin duda, una construcción cuidadosa, capaz de reflejar, sublimándola —y sin ponerla en evidencia, claro—, la complaciente y justificadora visión que el espectador medio quiere tener de sí mismo, alimentando al tiempo sus aspiraciones de felicidad: un hombre ruin, mediocre, servil con el poder y dispuesto a renunciar en todo momento a su propia dignidad, se nos presenta como un alma bondadosa, víctima de las circunstancias y merecedora de un mejor destino. Ya se sabe: nada como ensalzar los defectos del prójimo para ganar amigos; si, además, se le sabe convencer —no es difícil— de que la felicidad es el merecido premio a sus pecados, se puede tener la certeza de contar con un hueco en sus altares. El mundo, por otra parte, no es tan malo: en el fondo, el orden imperante —es decir, el orden; faltaría más— es justo, y cada cual obtiene al final su merecido: los buenos siempre ganan, se casan con la chica de sus sueños y culminan todas sus aspiraciones de dicha.
Billy Wilder, emblemático epítome del cine hollywoodense, tiene una luciferina capacidad para dar al espectador medio lo que éste quiere exactamente que le ofrezcan. Verdadero genio en la manipulación masiva de las conciencias (indisociable del cine en tanto que industria-espectáculo), Wilder no era inteligente, por supuesto, pero sí era listo, y conocía su oficio, es decir, sabía hacer películas que encandilaban al personal. La película “gusta”, naturalmente (pues halaga con suficiente habilidad nuestro vapuleado y amado ego). Pero con frecuencia olvidamos que nuestros gustos dicen mucho menos del objeto que los suscita que de nosotros mismos. Y como pocos están dispuestos a distanciarse de sus “gustos”, de esas reacciones reflejas y epidérmicas que constituyen el aspecto más enajenado y enajenante de uno mismo, para proceder a una indagación más honda, que implicaría el riesgo de contemplarse en la constitutiva mediocridad que nos caracteriza al común de los humanos, la película triunfa, y ahí la tenemos, encaramada en los puestos más altos de los “tops” de Filmaffinity.
Naturalmente, uno puede ponerse a buscarle méritos y expresarlos de forma muy seria, perfectamente razonada y convincente. Hasta se podrá justificar esa insufrible media hora inicial con Lemmon gesticulando de forma histriónica. No es difícil. Simple cuestión de retórica; dicho de otro modo, de habilidad en el manejo del lenguaje. (Otro tanto ocurre, claro está, con la crítica agria; concedido). En todo caso, más allá del poco interesante dilema “buena”-“mala”/“me gusta”-“no me gusta”, se podría tratar de observar los mecanismos que hacen que uno se sienta satisfecho al acabar de ver una película como esta. En definitiva, la reflexión más fructífera que el espectador podría hacerse al terminar de ver el film probablemente no es tanto sobre lo que aparecía en la pantalla, cuanto sobre el propio diálogo interno que uno mantiene de forma tácita, incluso más o menos inconsciente (¿voluntariamente inconsciente?), con lo que se ha desplegado ante sus ojos. Pensar, decía Cioran (y de un modo u otro lo han dicho casi todos los que en la historia humana se han dedicado a esa actividad), debería ser siempre pensar contra uno mismo. No se trata de autoflagelación, sino de mera higiene mental. (Que tal cosa sea ontológicamente posible no está del todo claro, pero eso no excluye la necesidad de intentarlo).
Vale, cada cual es muy libre de engañarse como más le guste, pero el cine puede ser (a veces —no muchas— lo es) otra cosa. Y uno se acuerda de aquella frase, tan directa y tan poco diplomática en su exceso, que dijo una vez Angelopoulos: “Los americanos hacen cine para idiotas”.
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here